Por hartazgo social, triunfa AMLO

El pasado 1 de julio concluyó uno de los procesos electorales más violentos en la historia de México que dejó por lo menos 135 políticos asesinados en varios estados de la República, haciéndonos parecer a los ojos del mundo como un país al que le falta mucho tramo por andar para alcanzar una auténtica paz social.

Hoy, con el triunfo del santón “izquierdista” Andrés Manuel López Obrador, quizá desde que sea nombrado oficialmente presidente electo algunas cosas comiencen a cambiar, pero indudablemente será a partir del próximo 1 de diciembre, cuando al tabasqueño le sea colocada la banda presidencial, que los mexicanos deberemos observar el tan ansiado cambio de rumbo.

De acuerdo a los resultados electorales, el futuro mandatario nacional llegará a la presidencia de la nación teniendo su partido la mayoría de diputados y senadores en el Congreso de la Unión, por lo que al máximo jerarca morenista no le costará trabajo revertir varias de las “reformas estructurales” que los gobiernos depredadores priístas y panistas implementaron para enriquecer a sus grupos de poder y perjudicar a las mayorías, así como tampoco tendrá obstáculos que le impidan que las iniciativas que envíe al recinto mayor de nuestro país para beneficiar a los que menos tienen sean aprobadas.

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El santón “izquierdista” Andrés Manuel López Obrador, a partir del 1 de diciembre de este año tendrá la responsabilidad de aplicar la ley a quienes delinquieron y de sancionar severamente a sus colaboradores y familiares que cometan actos ilícitos abusando de su poder.

Mucho se espera del polémico y contradictorio líder político que, luego de una trayectoria dentro de una “izquierda” maquillada, llega a la presidencia aliado con buena parte de la derecha priísta delincuencial y hasta de un sector poco soterrado de la ultraderecha, por lo que ya veremos en el comienzo de su mandato las facturas que López Obrador tendrá que pagar.

Pero contrariamente a lo que algunos analistas políticos opinan sobre el inconveniente de que el santón “izquierdista” tenga un poder casi absoluto en el Congreso de la Unión, el enorme contrapeso que tendrá será el de los más de 25 millones de mexicanos que votaron por él y que, por supuesto, le exigirán que navegue hacia otros derroteros muy distintos a los que nos impusieron los regímenes depredadores priístas y panistas desde que terminó el sexenio del general Lázaro Cárdenas.

En este contexto, no deja de ser revelador el discurso que López Obrador dio la noche del 1 de julio, luego de que los candidatos del PRI y del PAN, José Antonio Meade y Ricardo Anaya, reconocieron públicamente su derrota, en el que mencionó que una de sus ambiciones principales era ser un buen presidente de la República; hoy, Andrés Manuel López Obrador tiene todos los elementos para serlo, por lo que sería imperdonable que fallara.

Otro punto medular en su discurso fue el de advertir a propios y extraños que no toleraría actos de corrupción de ninguno de los integrantes de su equipo ni de sus familiares. Y no deberá olvidar López Obrador que este aviso lo hizo frente a millones de mexicanos, por lo que de no cumplir con su palabra será duramente cuestionado.

Son muchos los compromisos que López Obrador hizo con determinados grupos políticos y empresariales poderosos, muchas las promesas que le hizo al pueblo de México y muchas las ofensas, daños patrimoniales y crímenes de lesa humanidad que las dinastías saqueadoras priístas y panistas nos hicieron y no se pueden borrar con un simple perdón, como así lo ha sugerido el santón tabasqueño, pues precisamente esos atropellos y transgresiones a las leyes que cometieron esas dinastías delincuenciales fueron las que provocaron el hartazgo social que terminó llevándolo a la presidencia de la República, por lo que a partir del primer minuto de su gobierno será imperativo que asuntos tan indignantes y delicados como el genocidio de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, los sobornos millonarios del caso Odebrecht, La Casa Blanca de la familia Peña Nieto-Rivera, el enriquecimiento ilícito del pernicioso líder petrolero Carlos Romero Deschamps y La Estafa Maestra, a través de la cual un grupo de políticos ladrones se apoderaron de más de siete mil millones de pesos del erario, sean resueltos conforme a derecho y sus responsables sean castigados; de no suceder esto, inequívocamente estaríamos observando una transacción de poderes pactada y el actuar de un nuevo régimen corrupto.

Son muchas las expectativas que se le abren al pueblo de México con la llegada de un régimen que se dice de izquierda, encabezado por López Obrador, como así lo han reconocido algunos mandatarios extranjeros, por lo que la futura clase gobernante, para ser congruente con este calificativo, deberá aplicar de inmediato nuevas políticas públicas en los aspectos económico, social y de seguridad, que le devuelvan a los ciudadanos el poder adquisitivo perdido, la tranquilidad, el acceso efectivo a servicios de salud y educación de calidad, empleos bien remunerados, reparto equitativo de las riquezas nacionales y la certeza de que quien cometa crímenes, saqueos y realice negocios sucios al amparo del poder será inmediatamente sancionado.

No deja de ser alentador haber escuchado a López Obrador decir en su discurso del 1 de julio que durante su sexenio no habrá “gasolinazos”, esa medida deleznable que aplicaron los regímenes priístas y panistas para meterle las manos en los bolsillos a los ciudadanos y tratar de cubrir los boquetes financieros que sus voraces saqueos le hicieron al erario.

Estos comicios, a pesar de la tragedia que vivieron más de un centenar de familias que perdieron a sus seres queridos, dejaron satisfacciones a muchos y lecciones duras a otros, como en el estado de Durango, en donde la clase política gobernante, de filiación panista-perredista, tuvo un fuerte revés perdiendo doce de quince distritos locales, tres de cuatro distritos federales y obteniendo solamente una senaduría.

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El rijoso golpeador de ancianos y dirigente estatal del PAN en Durango, Rómulo Campuzano, dice que su partido perdió las elecciones en esta entidad por “el efecto AMLO”, negándose a reconocer el mal papel que han desempeñado los gobiernos panistas-perredistas estatal y municipales, así como su ineficacia al presentar candidatos repudiados por el pueblo duranguense.

Llegados al poder en septiembre de 2016, esta élite política en muy poco tiempo se ganó la animadversión del pueblo duranguense, primero por no cumplir con sus promesas de campaña, entre las que destacaba “el cambio”, pues la mayoría de sus integrantes, ya como funcionarios de gobierno y legisladores, ejercieron las mismas prácticas corruptas que sus antecesores priístas, y luego por la soberbia y despotismo con que se comportaron una vez que tomaron posesión de sus cargos. Así, este pueblo generoso pero al mismo tiempo firme emitió su voto de castigo en contra principalmente de los candidatos panistas, otorgándole al partido Morena más de una docena de diputaciones locales (incluyendo las plurinominales), dejando en claro que si antes era difícil engañar a la ciudadanía, hoy, con la tecnología y redes sociales a nuestro alcance, es prácticamente imposible hacerlo.

Una nueva etapa comienza en nuestro país con la llegada de López Obrador a la presidencia de la República, y aunque su triunfo fue abrumador no representa un cheque en blanco ni mucho menos una patente de corso; por el contrario, deberemos ser mucho más vigilantes y apremiar a este futuro servidor público para que restablezca de inmediato el Estado de derecho perdido, aplique la ley a quienes delinquieron e inhiba a quienes en su gobierno lleguen con ánimos de hacer fortunas mal habidas o cometer crímenes de lesa humanidad. De no hacerlo, será pertinente exigirle su renuncia de inmediato. Después de tantas ofensas y agravios de las élites gobernantes abusivas, este país merece un mejor futuro, ya.