La “izquierda” mexicana, al servicio de la oligarquía

Los jerarcas de la “izquierda”, igual de corruptos y ambiciosos que los depredadores de la derecha.

Ricardo Pascoe.

En la Ciudad de México se vive un ambiente de engaño y mentira en lo que al proyecto de desarrollo urbano del gobierno se refiere. Se ha adoptado el peor estilo de gobernanza que se puede producir: mientras públicamente se maneja un discurso políticamente correcto (“inclusión, modernización, renovación, interés social”), en la práctica se proponen leyes y reglamentos que convertirán a la ciudad en un campo para la libre especulación inmobiliaria sin un interés distinto al del lucro. Son las mismas empresas que, hoy por hoy, se han adueñado del Gobierno del Distrito Federal y dirigen sus áreas estratégicas. La izquierda no gobierna a la Ciudad de México.

La gobierna un capitalismo rapaz, reminiscente de Adam Smith y los peores propósitos de acumuladores de riqueza, sin un proyecto que convoque o dignifique a la sociedad capitalina. En conjunto, son un peligro para el Distrito Federal. Y todo porque este proyecto urbano, el más importante de la izquierda mexicana, se esconde detrás de la máscara de programas sociales que sirve para engañar a la población acerca de lo que ocurre actualmente en la ciudad y, peor, lo que viene. Ha venido incubándose este proyecto “izquierdista” de entrega de la ciudad a intereses corporativos voraces desde los tiempos de López Obrador.

Fue él quien armó el proyecto del mal llamado “Nuevo Polanco” con Carlos Slim, que hoy es el fracaso urbanístico a nivel nacional más sonado, por su falta de planificación y visión de largo plazo acerca de sus efectos a nivel tierra. El punto era que la “izquierda” le regalara algo a Slim para ganar la simpatía y apoyo económico del hombre más rico del mundo.

Servilismo puro, pues. López Obrador también le abrió las puertas a Slim para que especulara en el Centro Histórico, incluso con inversiones a través de fondos colocados en la Bolsa de Valores. Lo que la izquierda no quiere hacer con Pemex, ya lo hizo con Slim en el Centro Histórico de la Ciudad de México, lo cual convirtió esa zona en Patrimonio de la Humanidad… y de Carso.

Marcelo Ebrard siguió la misma ruta que López Obrador, pero sin la “autoridad moral” de su patrocinador. Los negocios en transporte público y desarrollos de complejos urbanísticos iban y venían, como el caso de la ilegal licitación del Cetram Chapultepec. Permisos para cambiar usos de suelo se facilitaron y la Asamblea Legislativa del DF fue su perro faldero, aprobando cambios legales para facilitar los proyectos gubernamentales y reduciendo al mínimo la participación ciudadana en la toma de decisiones. Claro, se crearon los Comités Ciudadanos, muchos de los cuales sirven simplemente para avalar las intenciones gubernamentales en contra de la ciudadanía.

Esos, desgraciadamente, han debilitado la voz ciudadana auténtica, no la han fortalecido. Mancera es quien dio el paso más audaz en ésta ruta. Entrega la ciudad a las empresas directamente, convirtiéndolas en los gerentes de muchas de sus secretarías.

El PRD se ha convertido en el vocero político de todos los programas sociales del GDF, mientras los verdaderos negocios transcurren a sus espaldas. Lo cual no quiere decir que los líderes del PRD estén ajenos a los negocios. Para nada. Pero sí saben cuál es su lugar, que es el de mantener la ficción de un gobierno dedicado a los pobres, mientras otros operan los negocios.

“Nuevo Polanco”, Slim, GDF, PRD y el Plan Maestro Granada son la misma cosa, la misma ruta que se empieza a aplicar en toda la ciudad. Los próximos proyectos vienen en Tlalpan, Coyoacán, la colonia doctores, alrededor de la Basílica, además de las 32 colonias de la delegación Miguel Hidalgo. Nada de esto dice el gobierno del DF cuando exalta sus programas sociales. Pero sí tuvo que mencionar 600 colonias que son las que están bajo la mirada voraz de los desarrolladores, cuando formulan la propuesta para las Normas 30 y 31.

Todos los jefes delegacionales del PRD, sin excepción, son cómplices de este proyecto que no se atreven a explicar por qué pretende transformar a la ciudad en una suerte de Shangri-La, pero solamente para unos cuantos. Son cómplices porque saben lo que viene, y participan activamente en su disfraz y ocultamiento. La izquierda capitalina se ha embarcado en un proyecto urbano-económico inconfesable que terminará excluyendo a la mayoría de la población de sus beneficios, mientras favorecerá a una minoría que financia sus campañas electorales. Botín con botín se paga.

 

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