Brazos cruzados

Luis Leija.

Tal parece que al gobierno le conviene nuestra indiferencia, nuestra apatía, nuestra resignación ante sus arbitrariedades dictatoriales, ante su desprecio por el pueblo.  Poder gubernamental sumiso, eso sí, a los mandatos de los poderes fácticos, cuyo vértice supremo se halla fuera de nuestras fronteras.

Las instituciones gubernamentales promueven que el pueblo, siendo el soberano, acepte su impotencia ante las decisiones cupulares, se inhiba frente a la descarada corrupción política en todos los poderes y niveles de gobierno, se cruce de brazos y claudique de sus legítimos reclamos como amo y señor de la República.

No está lejano el día en que todos los mexicanos dejemos de ser indiferentes ante las atrocidades que cometen nuestros gobernantes.
No está lejano el día en que todos los mexicanos dejemos de ser indiferentes ante las atrocidades que cometen nuestros gobernantes.

El argumento esgrimido por el poder es que el pueblo está representado mayoritariamente en el gobierno, pues período tras período electoral deposita su confianza en las urnas, por medio del voto; cuando sabemos que el sistema es una vil faramalla, repleta de engaños, de compra de voluntades, amenazas, coerción gremial, acarreos, dedazos, saturación propagandística y decenas de aberraciones que no solo ponen en entredicho la legitimidad de dicha representatividad, sino que revelan la cloaca que es este sistema político.

Buscan y consiguen que reconozcamos que “nada se puede hacer”. Que aceptemos nuestra incapacidad para cambiar las cosas, que somos incapaces ante la fuerza de quien usurpa la soberanía, que no hay más que agachar la cabeza, que no queda de otra que cruzar los brazos ante la injusticia, la corrupción y la traición de la que es víctima el pueblo de México.

Estamos bombardeados incesantemente por mensajes en los medios sobre sus magníficos logros integracionistas al modelo depredador de crecimiento económico ilimitado, del desarrollo irreflexivo de la minería destructiva del medio ambiente, del crecimiento de las riquezas donde se baten los magnates más cínicos del mundo; sobre nosotros caen spots que presumen la indiscriminada apertura comercial, la infecta modernidad, el alineamiento servil al gran poder occidental encabezado por Washington, donde esperan vernos persuadidos y obligados al aplauso de su ignominia.

Protestas, marchas, manifestaciones, reclamos o exigencias, para el gobierno resultan inocuas; las pueden ver y oír, pero solo para reírse socarronamente de la debilidad ciudadana, a quien elección tras elección invitan a participar para legitimar ante la historia su rapaz traición.

Ya encontraremos la manera de actuar, de realizar nuestra soberanía, de dejar de ser abnegados, pacientes y tolerantes ante el descarado abuso, el delito y la infamia que el gobierno corrupto ejerce para nulificar la acción ciudadana. Muy pronto dejaran de cruzarse los brazos… el agua está llegando a los aparejos.