El enemigo

Luis Leija.

Las fuerzas armadas de México adquieren pertrechos de guerra como si fueran a entrar en combate. Helicópteros equipados con sofisticada tecnología de punta ya están siendo tripulados por cadetes y marinos provenientes de comunidades rurales, de rancherías de poblaciones marginadas y del medio suburbano de las metrópolis, también de aldeas donde sus familias campesinas han cultivado ancestralmente café, caña de azúcar, cacao, chile, maíz y frijol, o son hijos de pescadores que salían al mar por el alimento cotidiano.

Es curioso ver a estos mexicanos camuflageados en trajes de robocop, con cascos de la guerra de las galaxias, anteojos fórmula uno y botas de astronauta detrás de una ametralladora de última generación, provista de rayo láser, y a otros compatriotas, indígenas también, manipulando los controles de los radares computarizados, capaces de detectar con luces infrarrojas cualquier movimiento del enemigo. Los antiguos pastorcitos que cuidaban los rebaños de cabras ahora son pilotos de estas terribles aeronaves.

Un orgullo para el gobierno en el poder, jactado de los avances tecnológicos militares para defender la patria, ¿de quién?, me pregunto.

Tanto el general Cienfuegos, secretario de la Defensa, como el Almirante Soberón Sanz, de la Marina, presumen el moderno equipo, casi propio de ciencia ficción, ante la complaciente sonrisa de quien dice ser el Presidente de este país.

Para colmo, en los desfiles conmemorativos de la Revolución y la Independencia pasan los contingentes militares muy orondos, cargando fusiles extranjeros, ante la atónita mirada del pueblo que aplaude entusiasta en medio de vivas y hurras al ejército.

Cantidad de aparatos y artefactos bélicos importados de la potencia del norte: balas, proyectiles, fusiles de asalto, ametralladoras, lanza torpedos y granadas, chalecos, pistolas, transportes de tierra y agua, etcétera, sin olvidar la capacitación, entrenamiento y asesoría que reciben nuestros aborígenes zapotecas, mixtecos, tarascos, otomíes, totonacas y olmecas para que abran fuego no contra invasores extraterrestres, africanos, rusos, chinos, europeos, canadienses o gringos, sino contra sus mismos paisanos, sus coterráneos y hasta sus parientes mazatecos, tarahumaras, aztecas, cholultecas, nahuas, tlaxcaltecas, texcocanos, toltecas y, en general, mexicanos como nosotros, como los 43 estudiantes de Ayotzinapa o las víctimas de Tlatlaya o los hermanos mayas de Centroamérica.

El negocio se redondea rápida y furiosamente. Parece ser que una de las metas de la estrategia estadounidense es recuperar el dinero gastado para drogarse, ya que este hábito es imperativo para su población, para poder soportar la tensión de la vorágine consumista a la que es sometida por el sistema súper industrializado y enajenante del capitalismo salvaje.

Su punto de vista es que allá, en el sucio sur mexicano, es fácil enfrentar a las fuerzas armadas contra los desocupados reclutados por los carteles: dos pájaros de un tiro pues ambos bandos están integrados por la misma raza que, ávida de sangre, no tiene otra opción más que abrir fuego entre ellos. Les enseñamos a disparar (seguramente han de decir), los entrenamos para matar y les damos con qué, les compramos drogas y les vendemos armas a los dos frentes (tanto al gobierno como a los carteles). Negocio redondo.