CANDIDATURAS INDEPENDIENTES

 Serán los ciudadanos los que busquen el poder para revertir los actos depredatorios de la partidocracia.

 

Luis Leija.

 

Los partidos políticos, como instituciones formadas para representar y beneficiar a la ciudadanía, no han cumplido con tan ingente misión a lo largo de su existencia en la historia de México.

Desde el movimiento independentista no han logrado cristalizar la soberanía popular ni la reivindicación democrática del pueblo.

Para empezar, es indispensable establecer las condiciones de igualdad que un país democrático requiere, pues sin ellas no es posible esta clase de gobierno.

La democracia no se da por decreto ni por la voluntad de unos cuantos, es necesario que exista una vocación, una voluntad y una capacidad ciudadana auténtica para iniciarse en la transición hacia este ideal.

Teóricamente, la democracia es el gobierno del, para y por el pueblo; en la práctica, éste queda marginado de las decisiones que le afectan y es en realidad convertido en víctima de toda la farsa electorera.

La democracia como sistema político nace en la antigua Grecia y es practicada en algunas Ciudades-Estado de la región helénica en las condiciones propias de aquella época, donde la esclavitud era aceptada como una práctica normal y la mujer excluida de los asuntos del Estado.

Tema de grandes filósofos de la antigüedad como Sócrates, Platón y Aristóteles que, entre otros sistemas analizados, resaltan  virtudes y  vicios en que cayó la democracia en algunos pueblos que la intentaron practicar.

Durante el Renacimiento y en especial en la Revolución Francesa, el concepto cobró vitalidad, no obstante sucumbió fatalmente ante las monarquías que resistieron apagarse e impidieron la emancipación de los pueblos.

Así, la democracia se convirtió en un ideal inalcanzable debido a la desigualdad económica, cultural y, por tanto, política entre los individuos; un sistema de facto irrealizable dentro de una dinámica social y económica cuya estructura funcional tiende a la óptima rentabilidad privada y no a la satisfacción de las necesidades básicas de las mayorías.

Forzar un modelo democrático teórico para implantarlo en nuestra realidad concreta resulta una entelequia aberrante, metafóricamente hablando es como si quisiéramos instalar un sofisticado sistema de clima artificial, dentro de una palapa, no funcionaría tampoco.

Nuestra estratificación demográfica presenta una rígida pirámide, donde la base depauperada es muy numerosa y la cúspide es sumamente estrecha y poderosa. Luego el modelo no encaja, pues éste supone, al menos, una cierta homogeneidad  económica, social y cultural entre todos los miembros del Estado.

No obstante, los demagogos insisten secularmente en implementar esta indumentaria democrática al complejo cuerpo nacional, cuya fisonomía en permanente evolución requiere un modelo elástico confeccionado a su medida.

Donde existe una miseria tan lacerante, donde hay una exagerada acumulación de riqueza en pocas manos, donde la corrupción es una práctica corriente, donde el nivel general educativo es tan precario, donde no hay respeto al espíritu de las leyes, donde los medios de comunicación atraen y mantienen la atención de las mayorías en frivolidades, donde la religión católica ejerce una influencia brutal sobre las masas impidiendo su libre albedrío, donde el pensamiento del pueblo está enfocado primordialmente en la sobrevivencia cotidiana, donde la disputa por el poder es el juego de las élites privilegiadas, donde el país está sujeto al ajedrez internacional y su independencia es un mito, donde la riqueza de sus recursos naturales es considerada una reserva de las potencias económicas mundiales, donde la traición es premiada por las políticas globalizadoras y la memoria histórica borrada por la invasión de la publicidad internacional, no cabe la entelequia ideal de democracia.

Decenas de miles de burócratas se “esfuerzan” inútilmente en operar este disfraz  democrático sobre un ente amorfo y fenomenal, convirtiéndolo en un esperpento; miles de millones de pesos se dilapidan en tal farándula y en convencernos que avanzamos dentro de una transición hacia la plena democracia del país. Gigantescos recursos económicos se erogan vanamente en institutos, partidos, comités, cámaras, tribunales, campañas, credenciales, publicidad, propaganda, mítines, conferencias, casillas, urnas, votos y fraudes.

La pobreza extrema pervierte a la democracia y esta perversión es  precisamente lo que conviene a la clase política incrustada legendariamente en el poder.

Hablar de Candidaturas Independientes dentro de este nefasto contexto es de suyo utópico, parece que nadie toma en serio esta opción, los enterados conocen la fuerza y las mañas de la clase política, integrada por las cúpulas partidistas y los altos jerarcas que abusan del poder con cínica impunidad.

El perverso sistema que nos rige y que nombran “democrático”  no ha funcionado ni funciona ni funcionará jamás para beneficiar a las mayorías; si hipotéticamente, mediante una revolución, el pueblo tomara el poder, lo harían los demagogos para convertirse en tiranos, como lo demuestra la historia.

Las Candidaturas Independientes son una primera oportunidad de diálogo entre ciudadanos apartidistas, interesados en la búsqueda de un sistema distinto, un modelo dinámico que solucione la problemática por la que hoy por hoy vive nuestro país y el mundo entero.

Un modelo hecho a la medida de las características  y circunstancias por las que atraviesa el México concreto de hoy, esa debe ser la tarea.

La competencia partidista electoral en el casino político donde los tahúres, la mafia y las cartas están marcadas, es absurda; seguir su juego sucio y creer en la equidad de sus reglas es una ingenuidad.