Energía: ¿qué hacer?

Nuestro petróleo ya está practicamente en manos de las voraces empresas petroleras extranjeras.

 

Luis Leija.

Que el petróleo se agota es una verdad incontrovertible, es el energético por excelencia en nuestra moderna civilización, un producto fósil no renovable, y su explotación irreflexiva nos ha conducido a un mundo industrializado que no conoce límites para su crecimiento, dentro de un planeta delimitado y sensible a su depredación. La dependencia del petróleo de los países desarrollados es infinita pero los yacimientos son finitos, razón por la cual lo extraen y transportan desde todos los rincones donde todavía se encuentra, y lo hacen a cualquier costo, invadiendo (Iraq), corrompiendo (México), perpetrando golpes de Estado (Libia, Egipto), acosando (Siria), amenazando (Irán), pervirtiendo (Arabia, Emiratos Árabes, Kuwait), etc.

De una u otra forma todos nos hemos beneficiados del energético más versátil y poderoso de la Tierra, prácticamente insustituible, utilizado como combustible para el transporte, para la generación de electricidad en la industria y en las ciudades; la petroquímica, presente en casi todo, es fuente de la riqueza más grande que se haya conocido, y a la vez nuestra degradación como civilización: guerras, calentamiento global, contaminación atmosférica, del suelo y del subsuelo, urbanización aplastante, etc.

E.U., es el país más urgido de petróleo, su consumo es enorme, y el crecimiento acelerado al que incautamente se apuntan las economías emergentes como la nuestra, el arribo a la modernidad de China y la India y el consumo brutal de Europa y Japón lo hace cada vez más caro.

México, en vez de reservarlo y cuidarlo estratégicamente como lo más valioso que posee en su territorio y administrarlo con esmero y el celo que merece un producto tan valioso, lo cede.

En el momento en que deberíamos atrincherarnos y defenderlo con todo el patriotismo, el nacionalismo y la inteligencia que amerita el momento histórico presente, el gobierno, comprado y traidor, lo ofrece a los mercaderes internacionales que con su voracidad, infamia y astucia han forzado a nuestra incipiente y fantasmagórica democracia a acceder a sus planes seculares.

La consulta al pueblo resulta así otra entelequia, pues como ya se ha dicho hasta el hartazgo, el sistema político mexicano mantiene los salarios mínimos de los trabajadores en la subsistencia marginal para anular su voluntad. ¡Qué asco provoca la política mexicana!