La rebelión de las chachas

Ya es hora de hacerles ver enérgicamente a los gobernantes que nosotros los ciudadanos somos el Primer Poder y ellos son nuestros empleados.

A Gilberto Lozano, el ave que cruza los pantanos y no se mancha, a Julián Le Barón, ejemplo de valentía e incansable activista social, y al heroico pueblo de Cherán.

 

Fernando Miranda Servín.

 

Hace algunos años tuve a mi servicio a una trabajadora doméstica muy eficiente, era puntual, discreta y mantenía mi casa impecable, en orden y exageradamente limpia; desgraciadamente, su esposo enfermó y ya no pudo seguir apoyándome. Al poco tiempo tocó a la puerta de mi vivienda una mujer rogándome que le diera el empleo que mi fiel servidora había dejado vacante, y la vi tan necesitada que accedí a abrirle las puertas de mi casa.

En los primeros días esta mujer se mostró normal, pero al pasar el tiempo noté que mi casa comenzaba a evidenciar cierto desorden y suciedad en algunas zonas importantes como la cocina y mi habitación; más tarde, al correr de los meses, me fui acostumbrando y dependiendo de sus servicios, aunque cada día eran menos eficientes. Reconozco que fui desidioso y preferí mantenerla en casa que buscar una mejor opción.

Con el correr del tiempo observé que en ocasiones desaparecían algunas de mis pertenencias: cucharas, cuchillos, pequeñas alhajas y ropa, pero cometí el error de no darle la importancia debida. Luego, los extravíos se hicieron mayores al desaparecer considerables cantidades de dinero y aparatos electrodomésticos. Así, había meses en que apenas libraba mi presupuesto para terminar el mes y no tenía posibilidad para comprar un nuevo horno de microondas y el tanque de gas que misteriosamente habían desaparecido.

Algo en mi interior me dijo que quien me estaba robando era mi trabajadora doméstica, que de trabajadora doméstica no tenía nada ya que era muy cínica, vulgar y prepotente, sin nada de especial; era pues, simplemente una chacha. Y fueron incontables las ocasiones en que se dieron diálogos como los que a continuación expongo:

-Me faltan mil pesos, ¿no los viste?

-No patrón, para nada.

-Ayer me vino a ver mi vecino, me dijo que le pediste 20 mil pesos prestados, con intereses, a mi nombre, ¿por qué hiciste eso?

-Pus nomás patrón… es que necesitaba un vestido y darme una paseadita en Acapulco.

-¿¡Por qué vendiste la estufa y el televisor!? ¿¡Por qué no me consultaste!?

-¿Para qué si usted nunca está pendiente de lo que pasa?

-¿Y cuánto te gastaste del dinero que te di para pagar la luz y el agua, y comprar despensa?

-De lo que me gasté para pagar la luz y el agua no le puedo informar ahorita, y sobre la despensa le informo hasta dentro de 15 años.

Así continuaron las cosas hasta que la gota que derramó el vaso fue el enterarme que esta chacha había hipotecado mi casa sin mi consentimiento y ya estaba a punto de perderlo todo.

-¡¡Te voy a despedir, voy a contratar a otra empleada o yo mismo voy a hacer la limpieza de mi casa!! –le grité indignado.

-No patrón… fíjese que no puede. Me voy a estar aquí otros tres años y luego yo le voy a decir a quién contratar y cuánto le va a pagar de sueldo, es que así son las reglas.

Por unos segundos llegué a creer que efectivamente la chacha tenía razón por la convicción con la que me hablaba, pero reaccioné y me acordé que yo era el patrón, el dueño de la casa.

– ¿¡Y quién chingados hizo esas reglas!? –le pregunté ya muy molesto por todos sus abusos.

– Pus yo patrón…

-No, no, no… a mi no me vengas con esas mamadas… -le dije, e ipso facto, o sea inmediatamente, metí sus cosas en la maleta con la que había llegado y la saqué a empellones de mi casa, o sea la mandé a chingar a su madre, tomé la escoba y el recogedor y me dispuse a hacer lo que no había hecho en mucho tiempo: limpiar y ordenar mi casa.

Hoy me doy cuenta que lo que me sucedió con la chacha es exactamente lo que nos está pasando a los mexicanos con nuestros gobernantes, que han olvidado que son nuestros servidores y se sienten los verdaderos dueños de nuestro país. Roban (todos nuestros gobernantes hurtan buena parte del presupuesto), desaparecen nuestras pertenencias (más de 1500 empresas paraestatales privatizadas), piden miles de millones de pesos prestados a instituciones bancarias internacionales leoninas sin nuestro consentimiento (la deuda externa), nos ocultan lo que gastan del erario (encriptación de datos y negación de información pública), ponen a la venta nuestros bienes como si fueran de ellos (playas, minas, PEMEX y la CFE), y nos imponen sus reglas para elegirlos (reelección recientemente aprobada en la reforma política), o peor aún, nos obligan a obedecer a quienes ellos han decidido que nos gobiernen (fraudes electorales).

Y las consecuencias de nuestra apatía por no haberles marcado un alto a tiempo ahí están: tenemos un Estado fallido en el que gobiernan los corruptos destruyendo las instituciones y saqueándolas con total impunidad; con ausencia de transparencia, sucio en sus quehaceres públicos, desolado por el crimen organizado y abatido por la inseguridad, el desempleo, la miseria y carencia de desarrollo.

Ahora más que nunca, nuestros empleados, los gobernantes, se nos han rebelado, como la chacha. Y se nos han rebelado porque a nosotros los ciudadanos se nos ha olvidado que somos el Primer Poder, los mandantes, los patrones.

Pero nunca es tarde para reaccionar, para que los más de 50 millones de mexicanos económicamente activos agarremos las maletas de estos pillos que conforman la partidocracia, metamos sus tiliches en ellas y los despidamos con cajas destempladas para comenzar a gobernarnos a nosotros mismos, prescindiendo de sus nefastos servicios. Por eso, las candidaturas ciudadanas son inaplazables, y no serán un favor que nuestros gobernantes o chachas nos hagan sino un derecho que simple y llanamente debamos ejercer en nuestra casa, en nuestro país, para que podamos elegir libremente a nuestras mejores mujeres y nuestros mejores hombres sin el estigma de los colores partidistas, y podamos exigir cuentas claras con la certeza de que vamos a recibir respuestas convincentes, y que de no ser así tengamos las facultades para solicitar las renuncias inmediatas de nuestros servidores públicos. Así, y solo así, podremos asegurarles un futuro mejor a las próximas generaciones.

(Inspirado en las enseñanzas recibidas y experiencias vividas con todos los compañeros participantes en el 3er. Congreso Nacional Ciudadano, celebrado en la ciudad de Monterrey, N.L., el 20 y 21 de febrero de 2014).