La carta que Alejandra Cuevas envía desde la cárcel para exigir justicia
La mujer de 68 años de edad se encuentra encerrada desde hace más de un año, acusada del homicidio de Federico Gertz Manero, hermano del actual fiscal de México
Alejandra Cuevas (68 años, Ciudad de México) lleva más de un año en prisión. El fiscal General de México, Alejandro Gertz Manero, la acusa del homicidio de su hermano Federico, quien era pareja sentimental de su madre, Laura Morán. Su defensa ha demostrado con pruebas que los cargos en su contra son improcedentes. Pero de poco le ha servido hasta ahora.
Para concluir este caótico 2021 que han enfretado tanto ella como sus hijos Ana Paula, Alonso y Gonzalo Castillo Cuevas, Alejandra escribió para Infobae una carta en la que contó su peregrinaje legal y su sentir. A continuación la transcripción del texto que dictó, vía telefónica, desde la cárcel de Santa Martha Acatitla.
29 de diciembre, 2021 Hoy cumplo 440 días ilegalmente encarcelada en Santa Martha Acatitla. Llegué a este laberinto de miseria y acero no por haber cometido un delito, sino porque el fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero movilizó la maquinaria de la “FGR” para aplastar las leyes y extinguir el Estado de derecho, logrando mi encarcelamiento y encadenando para siempre la devastación de mi vida, la de mi familia y la de México, ya que el fiscal ha utilizado de manera facciosa la Fiscalía General de la República para cometer delitos. Alejandro Gertz Manero también logró que girarán una orden de aprehensión en contra de mi madre, Laura Moran Servín, de 94 años, quien fue la cuñada del fiscal durante medio siglo. Hoy mi madre resiste a la muerte con la esperanza de no morir en el terror de tenerme presa. Cuando me arrestaron, el fiscal por medio del gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, y su concuño Fernando Díaz, esposo de mi sobrina Regina Castillo Cuevas, llevaron a cabo la extorsión de mi madre. Alejandro Gertz Manero también les exigió a mis hijos que se incriminaran con delitos fabricados para meterlos a la cárcel. Posiblemente algunos de ustedes conozcan los detalles de mi caso ya que, desde el principio de este golpe que ha cambiado mi vida para siempre, la periodista Alicia Mireles ha documentado metódicamente esta atrocidad jurídica, ética y humana perpetrada por el hombre más poderoso en la procuración de justicia de México. Estoy a días de pasar mi segundo año nuevo en cautiverio y la introspección se intensifica por las emociones que emergen en esta temporada. Mis pensamientos vuelan hacia el pasado... llevaba sólo dos meses en la cárcel cuando llegó la Navidad. Era nueva no sabía como sobreviviría a un entorno hundido en sufrimiento, miseria e injusticias. Hoy rememoro el sonido de las botas de las custodias caminando sigilosamente por el pasillo para hacer cateos; intempestivamente entraban a las celdas y tiraban todo lo que encontraban al suelo, buscando desde drogas hasta dinero. El año pasado, no sabía quiénes serían mis amigas o si llegaría a tenerlas. ¿En quién podría confiar en este lugar en donde estoy rodeada de secuestradoras, homicidas y ladronas, pero también de muchas mujeres que no deberían estar aquí, a las que les han cometido violaciones graves y han sido abandonadas por sus familias, por los abogados de oficio que no se dan abasto y por la sociedad, que son invisibles como lo eran para mi también? No sabía si me pegarían o qué haría si lo hicieran. Me tendría que defender. A mis 68 años nunca me he peleado a golpes con nadie y aquí las peleas son todos los días. Mi récord afortunadamente sigue intacto. A los pocos días de mi encarcelamiento, supe que tenía que inventarme actividades para ocupar la mente y no enloquecer del dolor que me provoca estar lejos de mi familia. En 2020 desconocía cuanto tiempo resistiría aquí. Empecé a hacer ejercicio y las respiraciones que me enseñó mi hijo Alonso el primer día que me visitó en la cárcel que, según me dijo, me fortalecerían el sistema inmunológico, los pulmones, el corazón... que aunque desapareció, el eco del latido continúa con el anhelo de mi liberación, del rencuentro con mi tribu. Paulatinamente aprendí todo lo que necesitaba para sobrevivir y pasármela lo menos mal posible en un inframundo que únicamente viviéndolo puedes entenderlo. Para mi asombro, a pesar del abismo encontré la paz interna que nunca tuve fuera porque aquí. Realmente te conoces, tus entrañas, de qué estás hecha, tus ideas, tus prejuicios, tus objetivos, tu vida, todo cambia. Es un reto personal que edificas cada día y que te fortalece como ser humano, si es que decides irte por ese camino. El otro es el que transitan la mayoría de las internas, muchas de ellas jóvenes que no tienen ganas de vivir, llegan destruidas y este entorno las termina por sepultar. Observar la lucha, el apoyo, y el amor de mis hijos ha sido mi más profundo orgullo. Mi mamá y yo les decimos “ahí van nuestros tres leones que están peleando contra un gigante omnipotente que quiere destruirnos por secretos que oculta”. Nada ni nadie me romperá el espíritu, somos mucho más que nuestras circunstancias. Conforme pasaron los días me di cuenta que para sobrevivir en la cárcel, al menos en mi caso, se convirtió en una misión ayudar no solo a mejorar las condiciones vergonzosas de la cárcel, sino aportar lo que he aprendido a lo largo de mi vida, gracias a las oportunidades que he tenido, y hacer conciencia como lo hacen mis amigas cuando vienen a visitarme y conocen de las historias. Se abre un mundo que jamás se cierra, la médula de la injustica. “Ayudar hasta que duela”, decía la Madre Teresa de Calcuta, y nunca lo entendí hasta que llegué aquí, todo el día pienso “¿qué mas puedo hacer?”. Dar lo mejor de ti es el bálsamo que me permite continuar sin desfallecer. Ver el alma de muchas mujeres que me cuentan sus vidas y me dejan partida en dos al adentrarme en los infiernos que han atravesado, la mayoría desde niñas, los problemas sistémicos añejos y podridos que debemos visibilizar para poder cambiar. Al poco tiempo de entrar, lo primero que se me ocurrió fue que familiares y amigas me ayudaran a donar contenedores grandes para almacenar agua porque usamos letrinas y los baños estaban llenos de botellas de plástico y basura, por lo que los tambos mejoraron la higiene del penal. También mi tribu –así le llamo a mis seres queridos– donaron botes de basura porque los que había aquí parecían acordeones de lo viejos y maltratados que estaban. De la basura salté a los libros. Empecé un club de lectura en la que fui uniendo a compañeras para que analizáramos los libros. También formé un grupo para armar rompecabezas; nunca imaginé que un pasatiempo que tengo desde hace años se convertiría en una terapia para las internas. Ahora somos grupos armando rompecabezas de miles de piezas y es el único momento del día en el que hay silencio en el penal. Me conmueve hasta las lagrimas una carta de una amiga agradeciéndome el haberle enseñado el rompecabezas. Dice que le quitaron la ansiedad, el miedo, la preocupación y pudo sobrevivir gracias a ellos. Formé un grupo para respirar. Algunas de mis compañeras fueron constantes. Otras lo dejaron. Yo sigo. Mi intención es la misma: ver de qué manera podemos mejorar la vida de todas estas mujeres que son de carne y hueso como tú. Existen en el inframundo, la entraña de la cárcel es indescriptible, solo viviéndola podrías entenderme, pero hay muchas acciones sencillas que cambiarían la vida de miles de seres humanos privados de la libertad. Otra experiencia maravillosa que tuve fue la primera vez que puse música clásica en mi “estancia”. Así lo decidí desde el primer día que me robaron la libertad, que le diría a la celda “mente es destino”. Después de 11 meses de estar aquí conseguí el permiso para poder tener una grabadora y decidí poner música clásica. No sabía como reaccionarían las otras internas, ya que aquí siempre escuchamos música de banda, salsa, bachata. A todo volumen y a toda hora. Así que se me ocurrió conseguir un disco con música de Vivaldi, Chopin y Mozart. Nunca imaginé la reacción que tendrían. Al día siguiente, varias internas me dijeron que se habían relajado mucho y habían podido dormir mejor. Ahora, en ocasiones, por las noches quitan su música y me dicen: “Doña Ale, ponga la música clásica”. Hoy días antes de que inicie el año, pienso en el último proyecto que emprendí: pintar la cárcel. Le pedí a mis amigas que por favor me ayudaran a donar desde botes hasta brochas. Me puse a pintar la estancia, el pasillo, los baños. Ver y sentir los espacios en los que muchas mujeres llevan viviendo años, con los techos grises, cemento muerto... todo parece humeado de una chimenea dentro del Popocatépetl. El cambio fue, literalmente, de la oscuridad a la luz, misma que se contagió en otras internas de otros pisos y edificios que empezaron a preguntar ¿cómo podían conseguir pintura?, ¿cuántos botes necesitarían? Me puse a pintar todo, subía y bajaba escaleras, algunas se unieron. Otras no nos hicieron caso, pero sintieron el cambio. Hace unos días, conseguí los permisos para sembrar plantas en una rotonda que está en las áreas “verdes”, era un basurero. Cuando mis manos aplanaron la tierra, toqué las plantas, me fui en el color, pensé en las raíces que debemos construir como humanidad para mejorar el sistema judicial y penitenciario de nuestro país. A propósito de la muerte de Desmond Tutu, me parece que hay una frase que le da al blanco a lo que estamos viviendo como ciudadanas en México y que hay que concientizar porque el riesgo inminente es para todo. Nunca piensas que te puede pasar a ti. Yo pensaba lo mismo, “soy inocente, tengo un amparo, no hay una sola prueba, es imposible que me metan a la cárcel”, y hoy te escribo desde la estancia en la que decido cada día cómo lo quiero vivir. “Si eres neutral en casos de injusticia, has elegido el lado del opresor”, Desdmond Tutu. Estoy enterada del juicio político que iniciaron mis hijos en contra del fiscal Gertz y a la fecha dos representantes han tenido el valor para expresar, en la Cámara de Diputados, la atrocidad cometida en mi contra y en contra de México. Les agradezco profundamente a quienes mostraron su compromiso con el país. Y a todos los que siguen en silencio, piensen en sus hijos, sus nietos, el futuro. ¿Qué les dirán cuando les pregunten por qué dejaron que un criminal violara derechos humanos, extorsionara y exigiera confesiones de delitos fabricados utilizando a la Fiscalía General de la Republica para mantener a una mujer inocente en la cárcel? Hoy soy yo, pero mañana es tu hija, lo veo a diario con las mujeres que entran a prisión. Si no defendemos el debido proceso, la presunción de inocencia y la ley, todos corremos peligro de que nuestra libertad termine en manos de seres sin integridad, sin nada, huecos, es una trituradora de vidas humanas que debemos detener. Feliz año nuevo, que nuestros anhelos se cumplan, que los obstáculos se extingan, que nunca nos definamos por las circunstancias y que podamos visibilizar una realidad que juntas podemos mejorar. Gracias a mis hijos, a mi mamá, a Miguel, y a toda mi tribu. Sus cartas semanales, los romeritos, nutren el alma que no podemos olvidar. Mi admiración para las personas que en las redes sociales me dedican pensamientos, oraciones y denuncian la verdad. Todo me lo cuentan mis hijos. Ustedes son lo mejor de la humanidad; dedicar tiempo por alguien que no conocemos, comprometernos con una causa, respaldo constante... esas son las semillas que debemos sembrar, raíces profundas de empatía y solidaridad, gracias. Alejandra Cuevas Morán.