Quién fue Emiliano Zapata, el héroe y mártir de la Revolución Mexicana
El líder campesino luchó por una reforma agraria radical en el México de principios del siglo XX, en medio de dictadores y convulsiones. Pero en 1919 fue traicionado y asesinado por un aliado traidor.
“Prefiero morir de pie que vivir de rodillas”, dijo Emiliano Zapata, un líder campesino que desempeñó un papel destacado en la Revolución Mexicana. Nació en una sociedad desigual que se hizo más injusta durante su vida a medida que el partido gobernante aumentaba su poder y control sobre la tierra. Como líder de un poderoso movimiento agrario en su estado natal, Morelos, Zapata se convirtió en una pieza clave y un símbolo para derribar la dictadura y las prácticas elitistas de gobierno de la época.
Emiliano Zapata Salazar nació en el pueblo de Anenecuilco en 1879, cerca del inicio del Porfiriato, el régimen dictatorial que el Presidente Porfirio Díaz impuso en México durante más de una generación. Anenecuilco, con sus 400 habitantes, era una comunidad campesina anterior a la colonización española. Su nombre en náhuatl (la lengua de los aztecas) significa “lugar donde fluye el agua” (por el río Ayala) y se refleja en su exuberante y fértil paisaje.
Situado en el pequeño pero significativo estado de Morelos, al sur de Ciudad de México, Anenecuilco desempeñó un papel crucial en las grandes convulsiones que vivió México en el siglo XIX: la guerra de independencia contra España, los conflictos internos entre liberales y conservadores, y la intervención francesa de la década de 1860, cuando el ejército invasor de Napoleón III fue derrotado por los liberales, liderados por Benito Juárez, que más tarde se convertiría en presidente de México.
Morelos fue también un importante centro de producción azucarera. El cultivo de la caña de azúcar, introducido con la conquista española en el siglo XVI, floreció en los valles semitropicales del estado. Fue en Morelos donde Hernán Cortés, el conquistador español que derrotó al imperio azteca, recibió una encomienda del rey Carlos V: el derecho a exigir trabajos forzados a los nativos.
Tres siglos más tarde, la producción de azúcar estaba en manos de ricos hacendados. Tras la abolición de la esclavitud en México en 1829, los hacendados ya no explotaban a los africanos esclavizados, sino que recurrían a la población de Morelos en busca de mano de obra. A menudo los reclutaban en las comunidades del sur del país, establecidas desde la época precolombina. Una de ellas era Anenecuilco.
Durante generaciones, las relaciones entre las haciendas y las comunidades habían mantenido un frágil equilibrio. A las comunidades locales se les permitía conservar las tierras que necesitaban para la agricultura de subsistencia, al tiempo que trabajaban para los hacendados. A estos últimos no les interesaba despojar a los campesinos, que ya habían demostrado su capacidad de resistencia en el pasado.
Terratenientes contra campesinos: los orígenes de la Revolución Mexicana
Esta incómoda coexistencia se vino abajo durante el Porfiriato, ya que el régimen facilitó la expansión de las haciendas. Los terratenientes controlaban la política local, lo que significaba leyes que favorecían sus intereses y una fuerza policial rural para imponer esas leyes. La situación provocó tensiones especialmente agudas en Morelos, donde comunidades arraigadas desde hacía mucho tiempo, como Anenecuilco, se enfrentaban a un futuro complejo.
Los Zapata eran campesinos de clase media. No eran ni rancheros acomodados ni peones sin tierra, como los trabajadores explotados que habían sido obligados a la servidumbre involuntaria. Eran propietarios de una pequeña finca que incluía una modesta casa de piedra y adobe, tenían acceso a las tierras comunales del pueblo y alquilaban otras parcelas a la hacienda local.
Emiliano, que en las fotos suele aparecer vestido al estilo charro (vaquero) con pantalones estrechos, botones de plata y corbata de seda, era agricultor, arriero y domador de caballos. Pero, como muchos campesinos morelenses, su familia sufrió cuando las haciendas se expandieron. Los terratenientes, aprovechando la simpatía de los tribunales y la ambigüedad de los títulos de propiedad, se apropiaron de tierras privadas y comunales y desalojaron a los arrendatarios en favor de peones.
Cuenta la leyenda que, siendo un niño de nueve años, Emiliano encontró un día a su padre llorando, incapaz de evitar la pérdida de su huerto. Emiliano prometió a su padre que lucharía para recuperar las tierras y detener la expansión de las haciendas. Veinte años después, con su padre muerto, cumplió aquella promesa infantil.
Los enfrentamientos de la Revolución Mexicana
Teóricamente, el Porfiriato era un régimen democrático, pero las elecciones estaban controladas para asegurar la victoria de los candidatos oficiales. En 1909 el candidato popular a gobernador de Morelos fue derrotado por un joven y rico terrateniente, Pablo Escandón, candidato oficial educado en una escuela de élite en el Reino Unido.
Escandón hizo caso omiso de las amargas quejas de la población local y cosechó resentimientos. Uno de sus aliados enfureció a los campesinos diciéndoles que si no tenían tierras podían cultivarlas en macetas.
Un año después, cuando Porfirio Díaz buscó su séptima reelección, surgió por primera vez una vigorosa oposición nacional. Cuando Díaz se declaró vencedor, la oposición, en un hecho sin precedentes, no aceptó el resultado. Francisco Madero, un rico terrateniente del norte de México y creyente en la democracia, lanzó una revolución. Para sorpresa general, su movimiento cobró impulso. Estallaron revueltas descentralizadas, primero en el norte y luego en el centro del país.
En Morelos, los agravios contra el régimen y la clase terrateniente eran intensos. En marzo de 1911 Zapata se reunió con sus aliados locales y juntos organizaron una rebelión en el estado que cobró fuerza.
La mayoría de sus seguidores, conocidos como zapatistas, eran campesinos y artesanos de los pueblos (entre ellos había algunos jornaleros de las haciendas), además de un puñado de socialistas urbanos y radicales anarquistas. Serían fieles seguidores de su líder militar y político, o caudillo, Zapata, durante una década de lucha. La idea de que los zapatistas eran “salvajes” fue una noticia sensacionalista urdida por la prensa capitalina, al igual que la de que los zapatistas eran bandidos.
Las reivindicaciones zapatistas se resumían en un lenguaje sencillo en el Plan de Ayala de 1911. El documento exigía la restitución de las tierras al pueblo, aunque no llegaba a exigir la eliminación total de las haciendas. Era un texto tradicional, patriótico y lleno de indignación moral.
Los zapatistas eran anticuados, pero contaban con una larga historia de movilización popular. Tenían caballos y armas de fuego, aunque fueran viejas escopetas, y la red de familias extensas que formaban sus comunidades rurales facilitaba la organización revolucionaria.
En la primavera de 1911, al acercarse la temporada de lluvias y siembra, los zapatistas controlaban gran parte de Morelos. El ejército federal, entretanto, estaba atrincherado en un par de pueblos. Una situación similar prevalecía en el norte y centro de México. Los seguidores de Díaz vieron la debilidad de su líder y le obligaron a dimitir, con la esperanza de que sacrificando al viejo caudillo podrían salvar su pellejo y detener la revolución.
Madero, líder nominal de la revolución, fue elegido presidente y comenzó sinceramente, aunque con ingenuidad, a aplicar su programa liberal y democrático. Pero estaba entre la espada y la pared. Los porfiristas, que los consideraban un inepto, tramaron su caída, mientras que los revolucionarios más radicales, frustrados por la falta de reforma agraria, emprendieron la lucha armada. Zapata pertenecía a este último grupo. Madero se apoyó cada vez más en el ejército federal, cuyo número y ambición aumentaron.
La lucha del zapatismo hasta el final
Esta inestable situación se resolvió violentamente en 1913, cuando el ejército derrocó y asesinó a Madero, sustituyéndolo por el general Victoriano Huerta, que había dirigido una brutal campaña contra los zapatistas en Morelos. Al convertirse en dictador militar, empleó los mismos métodos del Porfiriato en todo el país.
Estallaron rebeliones en el norte del país, donde Venustiano Carranza, un moderado que había apoyado a Madero, encabezaba una vaga coalición constitucionalista. En el centro, el zapatismo ganaba fuerza en Morelos y los estados vecinos. Esta guerra civil fue más larga y destructiva que la que había derrocado a Díaz. Pero terminó con la derrota definitiva del ejército federal y de lo que quedaba del antiguo régimen del Porfiriato.
Mientras tanto, los rebeldes reclutaban grandes ejércitos convencionales, como la enorme División del Norte dirigida por Pancho Villa, el otro gran caudillo popular de la revolución. Villa luchaba en las vastas llanuras del norte, comprando armas al por mayor en Estados Unidos, país limítrofe con el territorio que dominaban los villistas.
Zapata, al sur de la capital, no tenía esta ventaja y, tanto por preferencia como por necesidad, dirigió un ejército genuinamente campesino. El número de fuerzas zapatistas fluctuaba según las necesidades de las campañas militares y las exigencias del calendario agrícola.
Mientras que el ejército villista era casi profesional y emprendía largas y lejanas campañas, los zapatistas mantuvieron un estrecho contacto con los pueblos y limitaron sus acciones a Morelos y sus alrededores, donde llevaron a cabo una amplia reforma agraria. Esta fue a la vez su fuerza y su debilidad. En Morelos gozaron de un profundo apoyo popular y pudieron resistir con fuerza, pero a nivel nacional fueron más débiles.
Desconfiando de otros revolucionarios, los zapatistas se negaron a seguir colaborando y carecían de un proyecto nacional coherente. Por ello, en 1914 se negaron a negociar con Carranza.
Aunque los representantes zapatistas participaron en reuniones nacionales, como la Convención de Aguascalientes de 1914, Zapata y sus jefes militares estuvieron ausentes. Dejaron las negociaciones en manos de intelectuales urbanos inexpertos, que irritaron a los demás asistentes al insistir en que el Plan de Ayala debía ser aceptado como el texto sagrado de la revolución nacional.
Zapata, por su parte, desconfiaba de la politiquería y los grandes gestos. Prefirió quedarse en Morelos disfrutando de la vida en el campo como un caudillo patriarcal. La suya fue una vida de fiestas y corridas de toros, de aguardiente y puros caseros, y de engendrar 17 hijos.
Cuando las fuerzas de Villa entraron en Ciudad de México a finales de 1914, los zapatistas también desfilaron por la capital, portando estandartes de la Virgen de Guadalupe. Los dos líderes populares se reunieron breve y amistosamente.
Los zapatistas tenían poco interés en la gran ciudad y en la política nacional, pero se mostraron amables. Esto acabó con los estereotipos sensacionalistas de la prensa sobre Zapata, apodado Atila del Sur, y sus violentos seguidores. El caudillo se alojó en un modesto hotel cerca de la estación de tren, y al cabo de unos días regresó a Morelos, a su casa, a su familia y a la vida del campo.
La muerte de Emiliano Zapata y el triunfo de la Revolución
Aunque teóricamente Villa y Zapata eran aliados, su alianza carecía de organización y compromiso. Esto sería clave cuando la revolución entró en su etapa final, una contienda entre dos coaliciones revolucionarias rivales: los carrancistas y los villistas. El ejército villista, superior en número y reputación militar, se enfrentó a los carrancistas de Álvaro Obregón en tres grandes batallas libradas en Celaya y León durante 1915.
Zapata no participó en ellas y permaneció en Morelos lejos de la acción. No atacó las largas y vulnerables líneas de suministro de Carranza. Obregón triunfó, Villa sufrió una derrota decisiva y los zapatistas se encontraron de nuevo en el papel de rebeldes contra el gobierno central.
Pero ahora se trataba de un gobierno surgido de un movimiento popular. Contaba con un ejército y un ambicioso proyecto reformista plasmado en la Constitución de 1917, la primera de la historia mexicana en incluir los derechos sociales.
Los zapatistas resistieron cuatro largos años mientras Morelos sufría la guerra y la represión. El gobierno revolucionario desgastó a los rebeldes, pero no pudo eliminarlos, y aunque Zapata fue asesinado en 1919 (traicionado y muerto a tiros en una emboscada) la rebelión continuó. Finalmente, cuando la rueda política volvió a girar, los zapatistas supervivientes vieron los frutos de su larga y amarga lucha.
En 1920, Obregón tomó el poder e inició la construcción de un nuevo Estado nacionalista y reformista. Obregón, que había sido un general eficaz, era también un político astuto. Forjó un acuerdo con el nuevo líder zapatista Gildardo Magaña, un político pragmático, por el que los rebeldes zapatistas aceptaban el nuevo Estado mexicano a cambio de puestos en el gobierno local. También propuso una amplia reforma agraria oficial que eliminaba las haciendas azucareras y beneficiaba a los pueblos.
El sueño de Zapata se había cumplido, al menos en parte. Morelos desempeñó un papel pionero en el gran proyecto de reparto de tierras que, durante las décadas de 1920 y 1930, transformaría el campo mexicano. Las grandes haciendas fueron sustituidas por ejidos (propiedades comunales surgidas de la reforma agraria).
Los veteranos zapatistas desempeñaron papeles clave en la política local: algunos siguieron los viejos objetivos del movimiento, mientras que otros, como el hijo mayor de Zapata, Nicolás, se convirtieron en los caciques del nuevo orden.
Cómo Emiliano Zapata se convirtió en una leyenda de la Revolución Mexicana
Zapata, muerto en 1919, no vio nada de esto a pesar de la leyenda de que sobrevivió a la emboscada para cabalgar con su caballo blanco por las sierras de Morelos. De los muchos héroes de la revolución, Zapata se convirtió en el más admirado, seguido de su aliado Villa, que también murió joven, traicionado en una emboscada en 1923. Una muerte temprana y violenta contribuyó a su canonización política.
Con el tiempo, la revolución que Zapata había ayudado a iniciar y definir perdió su carácter radical y popular. En las décadas de 1940 y 1950, la reforma agraria se ralentizó a medida que la industrialización y la urbanización ganaban impulso, y se reavivaron las protestas campesinas. Un veterano zapatista, Rubén Jaramillo, encabezó una rebelión en Morelos y fue asesinado por el ejército mexicano en 1962.
Treinta años más tarde, cuando estalló una rebelión de campesinos e indígenas en el sureño estado de Chiapas, los rebeldes se autodenominaron Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Sin duda, la reputación de Zapata como héroe popular nacional ha perdurado.
En abril de 2024, el gobierno mexicano inauguró un cuadro en su honor. Pero más de un siglo después de su muerte, en un México urbanizado, industrializado y globalizado, Zapata ha dejado de ser una figura histórica de carne y hueso para convertirse en un símbolo desvinculado de su propio tiempo y lugar.
(National Geographic)