Privatizar
Luis Leija.
La consigna, instrucción, orden o política de los órganos financieros internacionales, en esta era de globalización forzosa, es privatizar. En especial interesa hacerlo con los bienes estratégicos de los países subdesarrollados, emergentes o tercermundistas.
Los países así llamados no han transitado de una era preindustrial a una industrial, no obstante se han integrado al proceso de globalización de los mercados dentro de la apertura comercial; se han vuelto consumidores de los productos que han invadido sus territorios, de las modas y del estilo de vida del primer mundo al que imitan compulsivamente, sin poseer ni la estructura ni la tecnología ni la administración para satisfacer las necesidades impuestas por la expansión del capital.
La perversa estrategia consiste en corromper las economías de los países subdesarrollados doblegando a las empresas estratégicas estatales con el flagelo de sobornos y sabotajes, para evidenciar la ineficiencia burocrática de los gobiernos para dirigir y controlar; así vemos, por ejemplo, la ordeña de los ductos de Pemex con la complicidad de funcionarios y empleados de la propia paraestatal.
Las sofisticadas y modernas invasiones y conquistas no se hace necesario ejecutarlas con ejércitos, se somete a los países con medidas financieras usureras, imponiendo altas tasas de interés a los créditos que “benévolamente” se otorgan, apoderándose de sus bancos, de sus servicios básicos, de su gran comercio, de sus comunicaciones y de los recursos naturales fundamentales. Haciendo a las economías, antes con cierta autosuficiencia alimentaria, completamente dependientes de las importaciones.
En el proceso privatizador son beneficiadas aquellas empresas que poseen el suficiente capital, la tecnología y la experiencia para la explotación del recurso de referencia, por lo que los corporativos multinacionales tienen enorme ventaja sobre las insignificantes compañías locales, que apenas sobreviven en el mercado.
Nuestro país solo puede aspirar -cuando mucho- a ser proveedor de materias primas, en los casos donde no conviene a las multinacionales intervenir; también, a ser maquilador, por el bajo costo y la docilidad de su mano de obra, y a la adquisición de franquicias por algunos privilegiados que lograron colarse en la política y que vivirán a la sombra de las marcas trasnacionales.
Las reformas hechas por el gobierno mexicano no fueron diseñadas para beneficio del pueblo, ni pensadas por gobernantes nacionales, sino hábilmente planeadas por estrategas internacionales con la debida anticipación, dentro de la lógica de la economía que busca a toda costa el mayor rendimiento del capital, considerando al hombre no como prioridad, sino como consumidor, como un elemento productivo más en el sistema que necesita expandirse ciega e incesantemente, aplastando todo cuanto haya en su camino.