Franz Liszt, la primera estrella de rock de la historia
Todos somos conscientes de la fama sin precedentes de la que disfrutan las estrellas de rock: enormes cantidades de dinero, la oportunidad de viajar por todo el mundo tocando su música, miles de mujeres soñando con el día en que pudieran acostarse con sus ídolos, etc. La sociedad eleva a estos artistas a la categoría de dioses, capaces de conquistar millones de almas con tan solo interpretar una de sus múltiples piezas musicales.
Dicha apoteosis no nació con The Beatles. El término “Beatlemanía” es tan solo una adaptación moderna del concepto original de “Lisztomanía”. El poeta contemporáneo con Franz Liszt, Heinrich Heine, inventó esa palabra para referirse al furor que causaba el pianista durante sus presentaciones durante la época de conciertos en la ciudad de París en mil ochocientos cuarenta y cuatro.
En ese entonces, la obsesión que causaba Liszt no era tomada a la ligera. La lisztomanía era considerada una enfermedad como cualquier otra. La única manera en que los médicos de la época podían explicar la singular atracción que causaba Franz era catalogándola como una patología seria, digna de tratamiento. Simplemente nunca habían visto nada parecido, por lo que no sabían cómo explicar el fenómeno.
Durante las presentaciones de Franz Liszt (en particular las de Berlín), las mujeres de la audiencia se peleaban para adquirir los guantes del pianista y el pañuelo que cargara en su traje para la ocasión. Las batallas para hacerse con las cuerdas rotas de su piano eran las más violentas. Incluso llegaban a arrancarle pedazos de ropa para guardar de recuerdo. Otras incluso recogían sus colillas de cigarro y se las guardaban en el escote.
El fanatismo llegó a tal nivel que, luego de recibir cientos de pedidos por mechones de su cabello, Franz compró un perro y comenzó a enviarle pedazos de su pelo a sus admiradoras.
Cuando llegó el momento de que el húngaro abandonara Berlín, la universidad de la ciudad canceló las clases solo para que los estudiantes pudieran formar parte de su desfile de despedida. No quedaba duda de que el pianista había dejado una marca indeleble en la capital alemana.
Una de las razones por las que sus conciertos eran tan apasionantes y trascendentales se debía al hecho de que se presentaba solo en el escenario. Hasta la fecha, lo acostumbrado era que varios músicos compartieran el protagonismo. Franz prefería ser el único intérprete en sus conciertos.
Desde entonces, todos los conciertos de piano se han basado en su modelo. Los llamaba “soliloquios” y consideraba que eran la mayor forma de expresión musical. También fue el primero en posicionar el piano lateral al público con la tapa abierta; esto permitía que el sonido se proyectara mejor por el salón y la audiencia podía verlo de perfil, en contraposición con la manera tradicional en la que el piano se ponía de manera vertical y a tapa cerrada, cubriendo casi por completo al intérprete.
Franz Liszt fue el primero en interpretar sus canciones de memoria, sin necesidad de una partitura. Razón por la que mucho musicólogos expertos lo consideran el pianista más cool que haya existido.