Declaró hace unos días el derechoso panista-priísta, presidente del Senado, Ernesto Cordero Arroyo: “Los enemigos de las libertades, de la democracia y del desarrollo económico representan un peligro, pues lo que hemos logrado con trabajo y esfuerzo está en riesgo por visiones populistas; y los populistas no sólo están en la izquierda, sino también, en la derecha”. La realidad es que hay populistas tramposos, mentirosos y maniqueos, así como otros que hacen esfuerzos por servir a la población, haciéndose populares.
Hay que decirle a Cordero y demás seguidores calderonistas, priístas y panistas, que el México que han logrado con “trabajo y esfuerzo” en los primeros 17 años del 2000, ha sido un México más miserable, inseguro y desesperado. Si el pueblo tuviera conciencia de su realidad, se organizara y se levantara a luchar, a los primeros que habría que destruir son a los que se han aprovechado de México y su gente para acumular millones de pesos, y a los políticos que saquean el presupuesto público. Que no se asusten: el pueblo apenas comienza a pelear para defenderse.
En México, desde los años veinte, con el triunfo de la Revolución Mexicana (1910-1917), ocupó un primer lugar la discusión del “nacionalismo” y del “populismo”. No se podía aún hablar de internacionalismo o de la eliminación de fronteras en el mundo, a pesar de que el poder de los EEUU comenzaba a imponerse en todos los países como producto de sus permanentes intervenciones y amenazas. Así surgió el nacionalismo, como “defensa de la patria” contra las amenazas de los países imperialistas.
El “populismo” surgió también después de la Revolución para calificar a los políticos y líderes que hábilmente usaban sus experiencias para hacer promesas al pueblo que nunca o muy poco cumplían. Pero luego el “populismo” se fue transformando en una ideología que se acercaba a lo “popular”, porque demandaba a favor de los trabajadores justicia e igualdad, convirtiéndose en un “peligro” para los empresarios y los grandes políticos. Así, la derecha comenzó a combatir al populismo por su relación con el pueblo.
En 1920 se buscó calificar al presidente Obregón como un presidente populista que sustituyó al conservador Carranza; además, resistió a los yanquis en sus embestidas de no reconocerlo como gobierno. Pero a quien de plano se calificó de “populista” fue a Lázaro Cárdenas (1934-1940), por su reforma agraria, la creación de la CTM, la creación del IPN y la expropiación petrolera. Si bien en su sexenio hubo mucha demagogia, nadie tiene duda que fue ese “sexenio populista” el menos malo de todos.
Luego del sexenio de Cárdenas, fue Echeverría Álvarez (1970-1976) quien en sus discursos buscó imitarlo en su nacionalismo y populismo, pero sin ver que eran otras condiciones; sin embargo, si no fuera por la brutal represión del 10 de junio y la terrible guerra sucia que se desató en 1971-1974, Echeverría estaría nuevamente reconsiderado, sobre todo por asilar a chilenos, argentinos y otros. Quizá la derecha ha tenido más claridad al hacer campaña contra el izquierdismo del “nacionalismo revolucionario” de Echeverría.
En el sexenio de López Mateos (1958-1964), por su fácil oratoria, se repitió que éste era un “gobierno populista, de izquierda, pero… dentro de la Constitución”; con ello, pretendía olvidarse que López Mateos fue el brutal represor de la gran huelga nacional ferrocarrilera (1958-1959), de los maestros atomistas (1960-1961) y de los campesinos de Guerrero, Puebla y Michoacán. Así que en México el “populismo” siempre ha estado de moda: combatido por la derecha miedosa y tonta; pero muy usado por “la izquierda”, sea tramposa u honesta.