La histórica complejidad vecinal

La voz popular le atribuye a Porfirio Díaz la frase: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Sea como sea, quien haya dicho eso le dio en el clavo. Nuestra histórica vecindad con la nación más poderosa del mundo se ha constituido en un pesado lastre cuyas consecuencias se miran en todas las direcciones, en todos los escenarios, y a cada momento.

Nuestra historia vecinal nos ha traído como consecuencias la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio a manos de las fuerzas armadas estadunidenses, con cierta complacencia de parte de los gobiernos mexicanos, sin que la guerra del 47 haya sido la última invasión sufrida por el vecino norteño; todavía en 1914 desembarcaron en Veracruz y alcanzaron la ciudad de México.

Pero no hablemos solamente de los enfrentamientos armados y la anexión de amplios territorios mexicanos en el contexto de la expansión decimonónica de la Unión Americana; también en el control que han ejercido en nuestra política interior y exterior; las presiones económicas y políticas para diseñar los caminos que debemos seguir como nación. Ya lo decía el secretario de Estado, Richard Lansing, en 1924: “los gobernantes mexicanos harán lo que queramos”.

Dentro del ejercicio gubernamental mexicano aparece el imponderable llamado, Casa Blanca; a Washington se le rinde cuentas constantes sobre el actuar de las autoridades de nuestro país, los embajadores de las barras y las estrellas juegan un papel preponderante en el accionar del gobierno federal.

Son amplios los temas en los que la Casa Blanca decide las directrices que debe poner en marcha el gobierno mexicano. Sin duda, uno tema es “nuestra” política migratoria. La presión por materializar la externalización de la frontera estadunidense hasta el sur de nuestra República es permanente. La presión norteamericana cruza por diversas áreas, desde la política hasta la economía, pasando por la militar.

El último episodio de la historia vecinal, lo estamos viviendo esta semana a consecuencia de los arrebatos del presidente, Donald Trump, quien continúa empeñado en cerrar la frontera con México. Todo en el contexto de la creciente migración centroamericana que amenaza con ingresar a la Unión Americana a un ritmo de tres mil personas por día. Si bien, la frontera solo presenta cierres parciales, las molestias en los miles de cruces diarios en los dos sentidos y las pérdidas económicas ya se han comenzado a presentar. Recordemos que el comercio diario entre ambos países es de aproximadamente 1.7 mil millones de dólares. Además, la integración social y económica de las doce ciudades gemelas fronterizas se ve seriamente afectada por los amagues del jefe de la oficina oval, quien presume estar preparado al “100 por 100” para cerrar la frontera, a pesar de las consecuencias negativas en la economía.

Lo que llama poderosamente la atención es que no existe una relación entre la migración “ilegal”, ya sea de mexicanos o centroamericanos, con el cierre de la frontera. Los migrantes “indocumentados” no pasan por los puentes internacionales, la actividad económica sí. La única explicación a la decisión de Donald Trump, es la de ejercer presión a la presidencia de López Obrador, para que detenga a las personas migrantes en nuestro país. Este es el verdadero motivo de amagar con cerrar la frontera. Ante ello, la respuesta del gobierno de Andrés Manuel, debe mostrar mayor firmeza y no permitir que nuestra nación siga bailando al ritmo de la música norteamericana.