La migración: un escenario con varias pistas
Si bien el fenómeno migratorio ha estado presente en la historia compartida entre México y Estados Unidos, no siempre se sitúa como la temática principal en las agendas nacionales; de hecho, a pesar de la intensidad en los flujos de personas que salen de nuestro país, así como los que llegan a este territorio procedentes de la Unión Americana y Centroamérica, el gobierno mexicano no cuenta con una secretaría de Estado que tenga mayores atribuciones, personal y presupuesto para atender la migración. Esta situación deja en claro la poca importancia que han tenido las personas migrantes para el gobierno de la República.
A pesar de ello, en los últimos diez días la migración ha irrumpido en la agenda nacional de nuestro país y en la del vecino del norte. El tránsito de personas centroamericanas por el territorio mexicano se colocó bajo la lupa de las dos administraciones, e incluso tocó fibras tan sensibles como el intercambio comercial y los procesos electorales venideros en ambos lados del río Bravo.
Para entender con mayor claridad lo qué está sucediendo, se impone deshojar con tranquilidad la margarita de la política migratoria en su más amplio espectro, y así encontrar las razones que subyacen en las decisiones de Palacio Nacional y la Casa Blanca cuando abordan la temática migratoria, y que ocasionan que el asunto en cuestión aún no esté resuelto.
Son varias las pistas donde se desarrollan todas las aristas que atraviesan el fenómeno migratorio. Sin duda, la mejor manera de entenderlas es mirarlas en su conjunto y darles el peso específico que cada una de ellas tiene. No debemos aprehenderlas de manera jerarquizada e individual, sino holística.
Los primeros escenarios que abordaremos son en Estados Unidos. De ellos, uno esencial es entender la manera en la cual lleva a cabo las negociaciones el presidente Donald Trump. Sin importar el tema tratado, el jefe de la Oficina Oval establece sus prácticas y discursos en un péndulo que materializa sus ires y venires mediante la conjugación de los verbos: atacar, engañar, amenazar, intimidar, negociar y acordar. Todo bajo una premisa: en caso de perder o conseguir menos de lo deseado, lo obtenido se presumirá como un gran triunfo, mediante el apuntalamiento de una narrativa que azuce los temores de su base electoral sobre las calamidades que, según ellos, asolan a la Unión Americana: los migrantes, los diferentes, los extraños, el libre comercio, el desempleo, la pulverización de la clase media.
Desde la política doméstica norteamericana, no se ponen de acuerdo para explicar por qué Trump decidió suspender (por lo pronto) los aranceles a los productos mexicanos. En esa pista de política interna se habla de cuatro factores que influyeron para ello, aunque no se tiene la seguridad del peso que tuvo cada uno de ellos: la molestia de los empresarios e industriales estadunidenses por el coletazo que recibiría la economía; la oferta del gobierno de López Obrador de aceptar las presiones migratorias de la Casa Blanca; el frente chino y la posible recesión económica que podría generarse en caso de profundizarse ese conflicto; o la necesidad electoral de Trump de apretar a México o suavizar su discurso cuantas veces sea necesario para satisfacer las demandas de sus votantes.
En cuanto a las pistas donde se llevan a cabo las dinámicas migratorias en nuestro país, aparece una que afirma que el gobierno de la 4T aceptó pagar la extorsión de Trump para evitar los aranceles y enfrentar la irritación de algunos sectores de la población por esta debilidad; sin embargo, las encuestas y sondeos que se han levantado indican que la percepción de la gente sobre lo hecho por AMLO es más favorable de lo que se esperaba. En promedio, la mitad de la población manifiesta su deseo de que sean expulsadas las personas migrantes de Centroamérica, se les niegue un permiso de trabajo y se les prohíba la entrada a México; además, casi ocho de cada diez mexicanos consideró adecuada la reacción del gobierno de la República, y únicamente 14% apoya una guerra comercial (El Universal, 12 de junio de 2019). Esto se entiende desde la óptica de nuestra débil economía que se sacudió en la turbulencia a la que nos llevó Trump y que apoyaron las calificadoras internacionales degradando la calidad de la deuda soberana de nuestro país.
En medio de todo esto, la estrategia del gobierno lopezobradorista parece que solo fue comprar tiempo para fortalecer el apoyo popular; buscar diversificar el comercio mexicano (algo que no sucederá en el corto y mediano plazo); continuar el curso para la aprobación del T-MEC; y saber quién será el candidato demócrata a la presidencia y las posibilidades que tiene de ganarle a Donald Trump.
Mientras se gana tiempo, a querer o no, México aceptó enviar seis mil miembros de la Guardia Nacional a la frontera sur, lo que implica regresar el Programa Frontera Sur puesto en marcha por Enrique Peña Nieto, y que en diciembre AMLO lo había suspendido. Además, en la práctica, México aceptó ser Tercer País Seguro para recibir a solicitantes de asilo en Estados Unidos mientras obtienen el acceso al vecino del norte, y garantizarles empleo, atención médica y educación. Para ello, se ampliará el programa “Quédate en México” con la intención de que los migrantes centroamericanos aguarden con seguridad la resolución de sus peticiones de asilo.
En medio de todo esto, una pista muy importante fue la construida por el canciller Marcelo Ebrard, quien se volvió el jefe de la negociación de México y virtual líder del gabinete. Asimismo, Ebrard encabezará la comisión especial migratoria en la cual se incluye al general brigadier Vicente Antonio Hernández, comandante de la 36 Zona Militar; Francisco Garduño, comisionado del Órgano Desconcentrado de Prevención y Reinserción Social; Horacio Duarte, subsecretario de Empleo de la Secretaria del Trabajo; Javier May Rodríguez, quien coordinará los planes de bienestar en el sureste; y al subsecretario para América Latina y el Caribe, Maximiliano Reyes.
No obstante lo ganado por México y el creciente poder de Marcelo Ebrard, es un hecho que en 45 días el gobierno de la República tendrá que dar buenas cuentas a la Casa Blanca, porque de lo contrario deberá negociar la propuesta de convertirse en Tercer País Seguro de manera oficial. En la práctica, la República vivirá bajo la Espada de Damocles estadunidense las siguientes semanas.
Estamos ciertos que la presidencia de Andrés Manuel López Obrador tiene otras opciones para jugar contra el gobierno de Trump. Podría, por ejemplo, generar una narrativa distinta de la cual saque a Estados Unidos; asimismo, podría solicitar su ingreso al programa CA4 de Centroamérica para que los habitantes de Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y México circulen libremente entre sus territorios; sin olvidar que podría recurrir a instancias internacionales para dirimir los conflictos económicos y comerciales generados por la Casa Blanca.
Al final del día, los grandes beneficiarios del acuerdo México-Estados Unidos serán los traficantes de personas, quienes aprovecharán los mayores mecanismos de control, la rigidez en el paso por nuestro país y la presencia militar por las carreteras para aumentar los costos del traslado y obligar a los migrantes a que regresen a la Bestia, y andar por caminos cada vez más violentos e inseguros.
Sin duda, todas estas pistas nos recuerdan que siguen perdiendo los mismos y que la cadena se rompe por el eslabón más débil: los migrantes.