Popular… e incompetente

Fernando Miranda Servín.

Con pésimos antecedentes de opacidad y corrupción como jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador emprendió su camino a la presidencia de la República en el año 2006. Su aparente “izquierdismo” no dejaba vislumbrar su fanatismo religioso manifestado en la actualidad.

Así, rodeado de un séquito de políticos extremadamente peligrosos por su eficacia para sustraer dinero del erario y hacer extraordinarios negocios al amparo del poder, el ex priísta López Obrador emergía como el máximo jerarca de la oposición a los regímenes de derecha, luego de que el cacique perredista Cuauhtémoc Cárdenas agotara las tres posibilidades que tuvo para llegar a la primera magistratura del país, en 1988, 1994 y 2000.

Derrotado a golpes de fraudes electorales perpetrados en 2006 por el presidente bufón panista Vicente Fox Quezada, y en 2012 por el sanguinario mandatario también panista, Felipe Calderón Hinojosa, en 2018 al titular del poder Ejecutivo, el priísta Enrique Peña Nieto, por las presiones políticas y sociales a nivel nacional e internacional, no le quedó más remedio que abstenerse de perpetrar un tercer fraude electoral y negociar con el tabasqueño (a cambio de impunidad) la entrega de la presidencia de la República sin incidentes ni contratiempos.

De esta manera, López Obrador cumplió su meta, no tanto por sus capacidades intelectuales y políticas, sino por su perseverancia y el hartazgo del pueblo de México hacia los gobiernos priístas y panistas, que lo habían hundido en la desesperanza económica y en un mar de sangre. Por esta circunstancia, el electorado no reparó en el hecho de que López Obrador, por lo menos desde 2016, había comenzado a hacer alianzas poco decorosas con lo peor de lo peor de la política mexicana, es decir, con políticos de cierto renombre pero nefastos que en ese momento estaban exiliados, encarcelados o dejando las filas de sus partidos (PRI, PAN, PRD, etc.) para aliarse con el santón de Macuspana integrándose a su naciente instituto político llamado Morena.

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El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, continúa haciendo de sus conferencias mañaneras un show mediático para culpar a las administraciones pasadas de las crisis por las que atraviesa su gobierno, evadiendo su responsabilidad.

Totalitarista desde el primer momento en que ostentó un cargo público importante (como jefe de gobierno del D.F), López Obrador no se hizo popular por su eficiencia, simpatía o don de gentes, sino por ser aparente opositor (hasta cierto punto) del sistema neoliberal prianista, de “la mafia del poder”, esa mafia del poder con la que hoy convive y cohabita, sino es que siempre ha formado parte de ella.

Hoy López Obrador, al igual que muchos mandatarios de Latinoamérica y Europa, es un presidente que se ha quitado la camisa de “izquierdista” para ponerse el traje de “socialdemócrata” y servir fielmente, como dicen los dirigentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, al mismo dueño de la finca, o sea a los dueños del dinero. Por eso el Jefe de la Oficina de la Presidencia es el oligarca regiomontano Alfonso Romo, el mismo que desde el sexenio de Vicente Fox ha venido intentando apoderarse de la zona del sureste mexicano, de la selva Lacandona específicamente, única en cuanto a riquezas naturales, para apuntalar a sus empresas depredadoras. Por eso uno de los principales asesores financieros del mandatario tabasqueño es Ricardo Salinas Pliego, dueño de los consorcios TV Azteca, Elektra y Banco Azteca, cuya enorme fortuna, apenas en el primer año de este sexenio, ha aumentado un 50% por su relación directa con el presidente de las conferencias mañaneras.

Por eso López Obrador, con su índice de popularidad que supera el 70%, de acuerdo a prestigiadas empresas encuestadoras, con su mala copia de renovado priísmo populista, fortalecido por algunos medios poderosos de comunicación, periodistas y comentaristas de radio y televisión afines, enormes granjas de bots y pequeños ejércitos de tuiteros maromeros y “feisbuqueros” no ha logrado detener la estrepitosa caída del empleo, el aumento de los precios de las gasolinas, el desplome de la industria de la construcción, de la inversión productiva y del Producto Interno Bruto, que se encuentra en el 0.2%, cuando presidentes impopulares como Echeverría y Díaz Ordaz lo mantuvieron en 6.16% y 6.75% respectivamente.

Por eso, por su cercanía con los dueños de la finca (del dinero) y su servidumbre con el imperio norteamericano (al que sirve como policía de migración), López Obrador vino a terminar la tarea que dejaron inconclusa los panistas Fox y Calderón, y el priísta Peña Nieto, dejándonos en su primer año de gobierno con un crecimiento cero del PIB; con una grave crisis en el sector salud por los recortes criminales que su gobierno ha hecho en áreas tan sensibles como la atención a los enfermos de cáncer, a quienes ha dejado a nivel nacional sin medicamentos ni quimioterapias; con un Instituto de Salud para el Bienestar echado a andar sin presupuesto suficiente ni sustentos legales, y con una inercia en la política de seguridad pública que nos tiene prácticamente en manos de cualquier tipo de delincuencia (organizada o común).

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El oligarca regiomontano Alfonso Romo, designado por los poderes fácticos de México como Jefe de la Oficina de la Presidencia en el gobierno de López Obrador, para cuidar la finca y vigilar que el capataz haga bien su trabajo.

En el aspecto energético, López Obrador dejó la Comisión Federal de Electricidad en manos del bribón Manuel Bartlett Díaz, y la reforma energética, en cuanto al petróleo, permanece tal y como la dejaron los gobiernos de Felipe Calderón y Peña Nieto. Para variar, la “Cuarta Transformación” de López Obrador ha apostado por la explotación de combustibles fósiles y carbón en lugar de implementar políticas sustentables.

En lo social, la eliminación de programas como los de las guarderías infantiles y de protección a las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar, por parte de la secretaría de Bienestar, ha impactado negativamente en la población, y los programas denominados “Jóvenes Construyendo el Futuro”, “La Escuela es Nuestra” y “68 y Más”, más que paliativos para aliviar la pobreza se han convertido en botines de funcionarios federales vivales, que los utilizan para enriquecerse y para hacer proselitismo descarado a favor del partido en el poder: Morena.

En lo financiero, López Obrador presenta un subejercicio del gasto público que asciende a los 250 mil millones de pesos que, de acuerdo a prestigiados analistas, el santón tabasqueño pretende utilizar para la compra de votos y voluntades en las próximas elecciones de 2021, porque desde hace mucho tiempo en México así se ganan las elecciones: con dinero, dinero y solamente dinero.

Hoy, con López Obrador, al igual que con sus antecesores, todo está cambiando… pero para empeorar, y su popularidad, por desgracia, es proporcional a su incompetencia.