México unido

Seguramente la noche del 1 de julio o la mañana del 2 del mismo mes de 2018, por la cabeza del candidato presidencial ganador, Andrés Manuel López Obrador, corrían todo tipo de ideas, de proyectos, de escenarios, de luchas por venir, de alianzas necesarias para gobernar; incluso tendría claridad en la complicada responsabilidad que acababa de recibir por parte de más del 50 por ciento del electorado, poco más de 30 millones de votantes. Algo que ningún candidato en la historia de nuestro país había recibido antes.

Esas mismas ideas y el futuro que veía venir lo plasmó en las primeras peroratas lanzadas. En los primeros agradecimientos al pueblo. Su primer llamado fue a la reconciliación nacional, reiteró su compromiso de respetar todas las libertades, además de enviar un mensaje de confianza a los mercados financieros nacionales y globales afirmando que respetaría la autonomía del Banco de México, mantendría la disciplina financiera y fiscal, y no actuaría de manera arbitraria ni habría confiscación de bienes.

Asimismo, insistió López Obrador, su transición sería ordenada, sin sobresaltos políticos ni cacería de brujas. Todo ello, teniendo como principal tinglado el combate a la corrupción, el buen ejercicio de gobierno, la reconciliación nacional y la paz.

De la plancha principal del Zócalo se despedía afirmando que trabajaría los próximos dos meses y medio para definir las acciones de la nueva administración. No había tiempo que perder. El país que recibiría estaba a un paso de la terapia intensiva. El diseño de la Cuarta Transformación de la República debía quedar listo antes del 1 de diciembre.

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Al margen de los yerros del presidente López Obrador y su falta de visión de auténtico estadista, es necesario que los mexicanos nos unamos para salir adelante de esta crisis política, económica, social y sanitaria por la que atravesamos.

Los candidatos derrotados y sus huestes, a querer o no, reconocían su derrota, y al menos en el discurso ofrecían trabajar por el bien de México con el nuevo gobierno lopezobradorista. Las prácticas y los discursos el día de la toma de posesión siguieron la misma tesitura: vendrían tiempos mejores, aunque exigirían grandes esfuerzos para lograrlos.

Más temprano que tarde comenzaron los portazos en las narices de los nuevos gobernantes a sus gobernados.

No hay manera de negarlo, en la política y en el ejercicio de gobierno existen dos realidades insoslayables: los adversarios y los imprevistos. Ningún gobierno los puede hacer a un lado, menos ignorarlos. Sea como sea, con los dos se debe de trabajar. La oposición cierra sus filas en algunos asuntos, agudiza sus críticas en otros, concede en unos más y complica el accionar del gobierno en otro tanto, bajo la lógica electoral de ganar en la medida que colabora para que pierda el partido gobernante.

Esa realidad y las dinámicas político-electorales se encuentran más que en el escenario de lo posible, en el real. Es lo que sucede. La oposición siempre será oposición. Los gobiernos lo saben y trabajan en consecuencia.

Pero una cosa es la oposición y todos los frentes que pueda abrir, y muy otra los imprevistos, es decir, las complicaciones propias del ejercicio de gobierno y de la vida misma, que, aunque se puedan imaginar, muchas de ellas solo se colocan en el tablado de lo probable, lo que podría suceder, pero no necesariamente pasará.

Si bien en el diseño del gobierno de AMLO se colocaban en el horizonte varias adversidades, muchas de las cuales ya se han presentado, otras más no se contemplaban. Así, comenzaron a sucederse en cascada diversidad de problemas para los que no tenía respuesta inmediata, y muchas veces, ni adecuada.

Antes de terminar 2018 y para comenzar 2019 nos sacudió el combate al huachicol. Las modalidades del saqueo a PEMEX son variadas y cada vez más sofisticadas. Ante ello, López Obrador pidió que el Ejército interviniera las principales instalaciones de Petróleos Mexicanos y detectara los lugares donde se realizaba la ordeña de ductos, e identificara a los centros de abastecimiento desde los cuales se sacaban pipas con combustible sin ser reportadas de manera oficial. El robo equivalía a cien mil millones de pesos anuales. El intento de solución al problema trajo consecuencias en el sistema de abasto de gasolina en el país, con el inevitable impacto a la economía nacional. PEMEX mostró su incapacidad para distribuir la gasolina en pipas, ya que esa era la manera de distribuir la gasolina para detectar y detener la ordeña. Al final de las semanas catastróficas, la mayoría de las voces críticas al combate al huachicol coincidieron que era necesario combatirlo, pero de mejor manera.

Otro imprevisto que complicó el arranque del gobierno fue la amenaza del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer aranceles a las mercancías mexicanas vendidas en la Unión Americana, en tanto el gobierno de la 4T no detuviera los flujos migratorios procedentes de Centroamérica. El gobierno de AMLO había comenzado suspendiendo el Plan Frontera Sur que militarizaba la atención del fenómeno migratorio y ofrecía condiciones de estancia a las personas migrantes, además de ser receptor de quienes esperaban obtener asilo en Estados Unidos, y firmaba el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular en diciembre de 2018 en Marrakech, Marruecos. Todo se venía abajo. La 4T aflojó las tuercas por la presión de la Casa Blanca y la política migratoria diseñada en los meses anteriores a la toma de posesión se desmoronó. Los migrantes terminaron pagando el precio.

La lucha contra el crimen organizado fue diseñada para que la Guardia Nacional pacificara el país. Aquí, más que imprevistos, lo que se ha presentado es una cadena de errores tácticos y políticos que han ocasionado que los niveles de violencia en México se hayan mantenido a la alza (con excepción de los últimos tres meses que hemos observado una ligera reducción de los homicidios). No hay manera de olvidar la fallida estrategia para detener en Culiacán a Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera. Al final de la jornada, la decisión de liberar a Ovidio Guzmán fue la menos mala. En caso de no haber actuado así, quizá hubiese corrido mucha sangre.

Otro momento que puso a temblar al gobierno de la 4T fue la puesta en marcha del Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI), que remplazó al Seguro Popular que daba atención a 57 millones de mexicanos. El problema se generó desde el gobierno al ponerlo en marcha sin las reglas de operación. Este terreno sí parece estar cubierto de arenas movedizas.

Nos parece que de todo lo que se esperaba vivir bajo la presidencia de López Obrador, lo que menos suponíamos era que hubiera un nulo crecimiento económico, la baja en el precio del petróleo y la pandemia del coronavirus.

En lo que respecta al nulo crecimiento económico, al combate al huachicol, al INSABI y a la estrategia para acabar con la delincuencia y la violencia la oposición desde todos los sectores se ha mostrado dura y firme en sus críticas. En el asunto de la migración y la amenaza de Trump para imponer aranceles a las mercancías mexicanas, se cerraron filas en torno al presidente López Obrador.

Sin embargo, en lo concerniente al problema más delicado que hemos enfrentado gobierno, oposición y sociedad en su conjunto desde 2018: la pandemia del coronavirus, hemos dado muestras de una profunda división, de un peligroso encono social y, por momentos, de muy poca solidaridad y empatía. Todo ello, a pesar de ser un asunto tan delicado como la salud de la población.

No tenemos duda de que en tiempos del COVID19 lo que ha quedado más claro es que en la clase gobernante nadie quiere cerrar filas con nadie. Todos jalan para su lado, el gobierno federal, los gobiernos estatales, los empresarios y la población en general. La cantidad de noticias falsas que construimos para golpearnos políticamente consumen nuestras energías y desgastan a una sociedad incrédula y agotada. En tanto, continúa aumentando el número de casos confirmados de coronavirus.

Que si los santitos del presidente, que si el saludo a la mamá de “El Chapo”; que si los gobiernos estatales actúan de mejor manera; que si el gobierno federal retrasa su estrategia y no la comunica adecuadamente; que si habla el subsecretario de Salud, Hugo López-Gattel, y no Andrés Manuel López Obrador; que si fifís, conservadores, chairos y adversarios; que si la oposición festeja el incremento de los contagios y las defunciones; que si la parcialidad periodística. De seguir así, no será el coronavirus la peor pandemia que azote a nuestro país, sino los propios mexicanos.