Mañana con Piña y Manzana

Ese gran dilema de levantarse al mediodía y no saber si desayunar o almorzar.

En estos tiempos complicados que estamos viviendo han dicho hasta el cansancio, entre ellos yo, que debemos y tenemos que apoyar a los negocios y emprendedores locales, con el único interés de que esas fuentes de empleo no cierren.

Todos los negocios duranguenses deben de estar preparados para ofrecer un buen servicio, para que cuando todo esto vuelva a la “normalidad” (lo pongo entrecomillado porque tal parece que ya no regresaremos a lo que estábamos acostumbrados, tristemente) sigamos acudiendo a sus negocios.

En esta ocasión fui a desayunar a un lugar que está ubicado en la colonia Silvestre Dorador, mejor conocida como la Obrera, en Av. 16 de Septiembre Núm. 143 A, frente al ex internado Juana Villalobos, hoy Centro de Convenciones Bicentenario.

Es un lugar con tres áreas, la primera tiene dos mesas y un brincolín para los infantes, la segunda cuenta con dos mesas pegadas a la pared, la zona de la cocina y despacho de alimentos y bebidas, y un espacio muy independiente donde están los baños. La tercer área se encuentra en el segundo piso, el cual permanece cerrado por las condiciones actuales.

Su mobiliario es minimalista, nada cómodo, si quieres ir acompañado de tres personas tendrás que juntar una mesa más, debido a que su diámetro es pequeño.

En las mesas no hay nada que llame la atención, hasta que el mesero va y te deja la carta. Al momento de pedir te llevan una manteleta, sin servilletas y sin los cubiertos.

El baño privado está muy limpio, pero al momento de ir al sitio de lavado de manos no hay papel para secarlas. Su iluminación es bastante buena, no así el volumen de la música que tienen, ya que está un poco alto, por consiguiente tendrás que levantar la voz para que seas escuchado.

Lo atienden jóvenes, los cuales me imagino que por su poca experiencia y capacitación ofrecen un servicio bastante deficiente.

Llama la atención y son divertidos los nombres de algunos platillos, como el de los huevos divorciados, cuya explicación es: “ricos y separados, como La Gaviota y Lord Peña”. Otro que me llamó la atención es el de los huevos rancheros, que dice “van sin pistola”, o los de “Engorda María” y “Enflaca María”, “que todo es bien fit”.

Me decidí por el omelette a la jardinera, que va relleno de champiñones, aguacate y espinacas, decorado con dos rebanadas de tomate (según su descripción son ingredientes seleccionados cuidadosamente por la abuelita). Este va acompañado de frijoles refritos y una quesadilla sencilla. De beber pedí una fresada.

Los frijoles van machacados con chorizo, son bastante sabrosos, el tomate está muy fresco, no así los champiñones porque tal parece que los guisan primero o los tienen guardados para al momento de servir solo calentarlos, por consiguiente estaban pasados de color, el aguacate igual, algo pasado, se podía apreciar por el sabor. Las espinacas estaban en su punto.

No te dejan tortillas, ni pan (por lo menos deberían de preguntarte si deseas), sólo tres pedacitos muy pequeños para que los acompañes con mermelada, en esta ocasión sabor chabacano.

Lamentablemente ¡toda la comida te la llevan fría! El servicio es muy lento, se demoran demasiado en ir a dejarte el menú así como en tomarte la orden, al igual que en llevarte los alimentos, y eso que solo éramos cinco personas. Por estas razones, en esta ocasión daré solo un tenedor.

Este es el momento para que los negocios locales brinden un buen servicio y una excelente atención, pero tristemente veo que el ser profesional en el ramo de alimentos y bebidas no es mucho del interés de los propietarios, tal vez sea porque creen que con tan solo saber preparar algunos platillos es suficiente para abrir un local de comida, y definitivamente no es así.

Sigamos visitando negocios, así como me han tocado muy malas experiencias también he tenido otras muy buenas, y tengo la seguridad de que en los próximos días así será, por lo pronto ¡quédate en casa!