Saturnino Herrán
Saturnino Efrén de Jesús Herrán Guinchard, o sólo Saturnino Herrán, fue un extraordinario pintor nacido en la ciudad de Aguascalientes, en el estado del mismo nombre, el 9 de julio de 1887, y es considerado como uno de los más importantes exponentes del modernismo pictórico e iniciador del muralismo.
Aunque solo vivió 31 años, creó algunas de las obras plásticas más reconocidas del arte mexicano, como “La leyenda de los volcanes”, “Tehuana”, “La criolla del mantón”, “El cofrade de San Miguel” y “Nuestros dioses”, entre otras.
Saturnino Herrán fue hijo de José Herrán y Bolado, escritor y dramaturgo, dueño de la única biblioteca que en ese tiempo existía en Aguascalientes, y de Josefa Guinchard Medina, quienes se casaron en 1881 y seis años más tarde lo concibieron.
Saturnino desde muy joven mostró amplias habilidades para dedicarse al arte de la pintura, por lo que cuando llegó a la Escuela Nacional de Bellas Artes (antes Academia de San Carlos), en 1904, en la Ciudad de México, no se inscribió en los cursos elementales de dibujo, sino que pasó directamente a las clases superiores impartidas por Antonio Fabrés, profesor con el que haría una gran amistad. El Maestro Fabrés era afecto a una temática anacrónico-exótica, que influyó en las obras de sus alumnos, incluyendo a Herrán, quien la fue abandonando prefiriendo la iconografía de elementos de la realidad cotidiana.
De esta época hay obras como “Un desocupado” y “Un albañil”, de 1904, que denotan las enseñanzas de Fabrés en torno a las costumbres y a las escenas cotidianas de la ciudad. En 1907 pinta “Viejo”, una obra de tinte naturalista, pero con un modo expresivo y modernista. Con Fabrés, Herrán trabajó sus dotes en el dibujo, y con Germán Gedovius aprendió el oficio de la plástica. Las figuras de trabajadores humildes, que tendrían presencia protagónica en la obra de Herrán, son influencias de Gedovius.
Durante los años de la Revolución mexicana, mientras otros artistas optaron por alejarse de la Ciudad de México y de las trifulcas políticas, Herrán permaneció trabajando en su taller de la calle de Mesones, en donde además organizaba tertulias bohemias en compañía de sus inseparables amigos, los poetas Ramón López Velarde y Manuel M. Ponce.
Buena parte de la obra de Saturnino Herrán giró alrededor de las aspiraciones de la Revolución. Fue en creador de poderosos símbolos nacionales, gracias a su mirada que podía desentrañar la esencia del pueblo mexicano.
Desde 1916 la apariencia de Saturnino Herrán era enfermiza y su estado de salud empeoró en 1918, por lo que requirió ser hospitalizado pues un mal gástrico que lo aquejaba se fue agudizando. El 2 de octubre fue sometido a una intervención quirúrgica que las crónicas de la época calificaron como mal realizada, por lo que el 8 de octubre de 1918 fallece en la ciudad de México a los 31 años de edad.
En los últimos meses de su vida, Herrán trabajó en el primer tablero definitivo para el tríptico Nuestros dioses y en un Retrato de Simón Bolívar, con el cual iba a participar en un concurso convocado por el gobierno.
Convencido de que el arte y no la violencia de la Revolución sería lo que transformaría a México, en su lecho de muerte dijo: “Doctor, no me deje morir porque México necesita de mi pintura”.
Saturnino Herrán no tuvo tiempo de realizar ninguna exposición individual, por lo que sus amigos Federico Mariscal, Carlos Lazo y Alberto Garduño realizaron una exposición con sus pinturas como homenaje póstumo mes y medio después de su muerte.
Este enorme artista está catalogado como uno de los principales precursores del muralismo mexicano y un renovador del arte nacionalista, ya que gracias a su dominio de la técnica y a su capacidad para reflejar diversos estados de ánimo pudo describir de forma novedosa las tradiciones mexicanas con un estilo que ha sido calificado como modernista-costumbrista.
Saturnino Herrán es uno de los pintores más representativos de las artes plásticas mexicanas.