Las 3 mujeres homicidas más peligrosas en la historia de México
Miranda Miranda Gamboa.
Thomas Hobbes, filósofo inglés, sostenía que el ser humano es malo por naturaleza y que para poder convivir en sociedad con él se necesita un órgano supremo que regule los comportamientos del mismo. En oposición, Jean Jacques Rousseau, filósofo ginebrino, argumentaba que el ser humano nace bueno y libre, pero es la sociedad quien lo corrompe.
Si bien ambos tenían puntos de vista acertados, es importante conocer que son un cúmulo de factores los que suscitan que el ser humano tenga conductas típicas, antijurídicas y culpables; es entonces que dentro de estas conductas se encuentra el privar de la vida a otra persona. A continuación, descubriremos a las tres mujeres homicidas más escalofriantes de la historia de México:
Felícitas Sánchez, “La Ogresa de la Colonia Roma”.
Felícitas Sánchez Aguillón, mejor conocida como “La Ogresa de la Colonia Roma”, fue una asesina serial originaria del estado de Veracruz que horrorizó a todo México en los años 30’s. Luego de concluir sus estudios en enfermería, contrajo nupcias con Carlos Conde, mismo del que terminó por divorciarse poco tiempo después. Es así que dentro de este contexto emigra a la Ciudad de México, en donde comenzó a adentrarse al pérfido tráfico de menores. Para aquellos años, las situaciones sociales, económicas y culturales eran muy distintas a las que hoy conocemos.
Es entonces que “La Ogresa de la Colonia Roma” comienza a tener encuentros con madres que por una u otra razón no podían cuidar de sus hijos y recurrían a ella para regalárselos. Felícitas Sánchez los vendía a parejas acaudaladas que eran incapaces de concebir.
Lo anterior le permitió adquirir un inmueble en la colonia Roma, en donde trabajaba exclusivamente para familias adineradas como partera, recibiendo grandes cifras de dinero por sus servicios.
En cierta ocasión los vecinos comenzaron a percatarse de que algo adverso pasaba con las cañerías, puesto que el agua se estancaba con demasiada frecuencia; así, llamaron a los plomeros para destapar las tuberías y quedaron estupefactos de lo que se encontraba en ellas: material quirúrgico, sangre y un pequeño cráneo humano.
Inmediatamente se dio aviso a las autoridades, las que sospecharon de Felícitas Sánchez, quien ya se había dado a la fuga. Al entrar a su inmueble hallaron ropa de niños recién nacidos, restos humanos y fotografías en donde se apreciaba a “La Ogresa de la Colonia Roma” descuartizando a niños pequeños que no había logrado vender, para posteriormente arrojarlos por el drenaje.
Se estima que Felícitas Sánchez cometió más de 50 homicidios; sin embargo, solo la mantuvieron 3 meses en prisión, pues su abogado amenazó con dar a conocer una lista con los nombres de las personas que contribuían al tráfico de menores, en la que figuraban personajes reconocidos de la política mexicana en esos tiempos.
Finalmente, Felícitas Sánchez se quitó la vida un 16 de junio de 1941.
Juana Barraza “La Mata Viejitas”
También conocida como “La Dama del Silencio” por su afición a las peleas de lucha libre, Juana Barraza tuvo alrededor de 50 víctimas, todas de los 60 a 95 años. Entre 1998 y 2006 mantuvo a la Ciudad de México confundida y atemorizada. Juana Barraza nació el 27 de diciembre de 1958 en el estado de Hidalgo, producto de una pareja bastante conflictiva en la que su padre decidió abandonarlas y su madre se refugiaba en el alcohol.
Juana tenía tres meses de nacida cuando su madre la llevó a vivir a la Ciudad de México. Recordaba a su madre durmiendo con una bebida en la mano y regañándola por el más mínimo percance.
Cuando Juana estaba en la adolescencia todo empeoró; su madre, para no dejarla sola en casa, la llevaba a los bares donde bebía. Una noche la madre de Juana la ofreció a un señor a cambio de tres cervezas. El señor la ató y la violó, dejándola embarazada. Su progenitora murió de cirrosis cuando Juana tenía 18 años.
Como era de esperarse, Juana no sufrió su partida sino todo lo contrario, se sintió aliviada, pero también llena de rencor, lo que la llevó a afirmar después que odiaba a las señoras porque su mamá la maltrató.
El modus operandi de Juana Barraza consistía en hacerse pasar por enfermera, trabajadora doméstica o asistente social, con la finalidad de ganarse la confianza de las señoras ya mayores para que la dejaran entrar a sus casas y posteriormente matarlas.
Juana Barraza fue atrapada a los 49 años de edad cuando Joel López se dirigía al departamento de Ana María de los Reyes Alfaro, una anciana de 89 años, para tomar una limonada, como lo hacía con frecuencia.
Joel se alertó cuando vio que la puerta del hogar de Ana María se encontraba abierta; al entrar encontró a su amiga muerta en el suelo con un estetoscopio alrededor de su cuello. En ese mismo instante se percató de la presencia de una mujer robusta con abrigo rojo saliendo del departamento. Rápidamente salió corriendo tras de ella, quien ya iba a unos 50 metros de distancia. Joel alcanzó a gritar: “Atrapen a esa mujer, atacó a Ana María”. Lo escucharon dos policías que lograron atrapar a Juana Barraza.
El 31 de marzo del año 2008 fue condenada a 759 años de prisión por doce robos y 17 homicidios. Desde entonces, Juana Barraza se encuentra en el Centro Femenil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla.
Sara Aldrete, “La Narcosatánica”
Sara María Aldrete Villareal, también llamada “La Madrina”, nació en el estado de Tamaulipas un 6 de septiembre de 1964. Era una joven que se caracterizaba por su resplandeciente físico de 1.80 m de estatura y por ser una estudiante prodigiosa; no obstante, en los años 80, tras concluir sus estudios, decidió ejercer como sacerdotisa de una secta satánica vinculada a los cárteles de la droga, mejor conocida como la secta de “Los Narcosatánicos”.
Junto con su pareja sentimental, Adolfo Constanzo, de origen cubano, Sara se dedicó a realizar rituales en los que se torturaban y sacrificaban a personas. Fue condenada en 1990, aunque ella siempre mantuvo que Adolfo Constanzo la obligó a participar en dichos ritos, versión que sus amistades de la infancia cuestionaron puesto que afirmaron que Sara tenía una obsesión por el ocultismo.
La infancia y la adolescencia de Sara fueron demasiado complejas. Sus padres habían acordado casarla, lo que la llevó a juntarse con malas compañías, entre ellas, Adolfo Constanzo, alías “El Padrino”, un victimario dedicado al narcotráfico y a la santería.
Adolfo Constanzo atendía a clientes de alto rango. Estos clientes eran llevados a un rancho donde le explicaban a Adolfo y a Sara sus deseos más íntimos. Lo que sucedía es que, si bien en este tipo de rituales generalmente depositan un bien sagrado (como, por ejemplo, una joya) en un recipiente para que los efectos del conjuro sean aún mayores y sacrifican a una gallina, Adolfo y Sara optaban por sacrificar personas, entre ellas recién nacidos.
Los ingresos económicos de la secta eran buenos, pero Sara y Adolfo querían más, por lo que transportaban cargamentos de marihuana a EUA.
El fin de la secta era inminente, pues cometieron un gran error: secuestraron y sacrificaron a Mark Kilroy, un estudiante de medicina originario de Estados Unidos. La presión política y mediática que sufrieron las autoridades mexicanas los llevó a incendiar el rancho de los narcosatánicos. Sara y Adolfo huyeron y días después fueron emboscados por la policía.
Adolfo prefirió la muerte y le ordenó a uno de sus seguidores que lo matara. Sara se entregó. Fue sentenciada a 6 años de prisión por pertenecer al grupo delictivo y 62 años por su participación en la comisión de los homicidios cometidos por la secta.