Mucho o (peligrosamente) poco sexo, ¿hay un estándar para los revolcones?

Mar Muñiz

El enamoramiento dura en torno a dos años. Después, la edad, el estrés, la falta de deseo y los hijos, entre otros factores, pueden aflojar el ritmo erótico y se desatan las alarmas: todos quieren encajar en la normalidad, un concepto que aborrecen los sexólogos

Nadie quiere ser el que menos viaja, ni el que menos restaurantes prueba, ni el que a menos festivales va. Pero, por encima de casi todo, nadie quiere ser el que menos revolcones se pega. Eso jamás. Hasta ahí podíamos llegar.

Siendo single hay excusa e, incluso, uno puede fantasear y fantasearse con ser alguien fogoso aunque desafortunado a la hora de ligar. Pero ¿y si vivimos en pareja? La sola idea de andar por debajo de la media nos provoca una grisura incómoda, porque la normalidad es un molde muy cuestionado, sí, pero en el que todos queremos encajar.

El sexo en pareja: las cifras de la normalidad

Los datos del XII Barómetro Control Los españoles y el sexo revelan, sin segmentar si las personas están en pareja o no, que más de la mitad de los encuestados tiene sexo una o más veces a la semana, pero también que casi el 6% lo hace solo una vez al mes. Preguntados por si desearían vivir con mayor frecuencia los placeres de la carne, la mayoría (seis de cada 10) afirma que sí.

De puertas para afuera, un estudio publicado en 2020 por la Revista de la Asociación Médica Estadounidense dice que más de la mitad de los adultos de 18 a 44 años con pareja tiene sexo una o más veces a la semana; el 35%, de una a tres veces al mes; un 5%, una o dos veces al año; y en torno al 1% no tiene ninguna relación sexual. Otro informe a cargo de la Asociación Médica Británica (The BMJ, 2019) resume: la media de las parejas es tres veces al mes.

Mucho o poco sexo: ¿por qué necesitamos un número?

Vistos los números, si nuestra frecuencia sexual cubre el expediente, ay, resoplamos aliviados. Si no, lo dicho, la grisura. Pero, ¿cuánto es lo normal? Y sobre todo, ¿cuánto sexo es demasiado poco? Si el número es pobre, ¿la pareja se va al garete?

Spoiler: las sexólogas consultadas se empeñan en no dar una cifra que nos alegre o nos preocupe y la Sociedad Internacional de Medicina Sexual (ISSM, por sus siglas en inglés) tres cuartas de lo mismo. Y defiende: “La frecuencia normal de las relaciones sexuales es la que los dos miembros de la pareja acuerdan que es la mejor para ellos. Para algunos, esto puede significar mantener relaciones sexuales varias veces al día, a la semana, al mes o al año. Mientras ambos miembros de la pareja estén satisfechos, no hay una respuesta correcta o incorrecta”.

Así pues, quien quiera un faro en la niebla (guarismo mediante), aquí no lo va a encontrar, aunque lo hemos intentado con una insistencia casi impertinente. Ana Blázquez, sexóloga de la marca Control, explica por qué queremos un número como respuesta a cuánto es lo estándar y, por ende, cuánto es (peligrosamente) poco. “Los seres humanos necesitamos un marco de seguridad para compararnos y saber si cumplimos con los mandatos sociales. Pero ¿es sano querer encajar si estamos por arriba o por abajo?”, cuestiona.

“Poco sexo o mucho sexo es sólo un dato objetivo. La clave es qué connotación le ponemos nosotros y cómo nos hace sentir ese número. Si una pareja lo hace una vez al mes y está satisfecha, ¿quién puede decir que su sexualidad es una mierda?”, responde. Y ojo: “Las estadísticas suelen estar muy sesgadas. Las mujeres tienden a mentir y declaran menos frecuencia, y ellos la aumentan, incluso con encuestas anónimas”.

El deseo de ajustarnos a la dichosa normalidad (que parece no existir) tiene detrás un intento de medir la salud global de la pareja: “Pensamos que si tenemos sexo suficiente es que nuestra pareja funciona, así que muchos solo quieren hacer check.Priman cantidad sobre calidad y ni se preguntan si lo están disfrutando”, protesta Blázquez.

¿Qué es sexo?

Si la cifra no importa, ¿no corremos el riesgo de convertirnos en meros compañeros de piso? “Para ser una pareja feliz no se necesita sexo, sino intimidad erótica, que es lo que te diferencia de un amigo”, matiza la psicóloga Nayara Malnero, autora de Cariño, vamos a llevarnos bien (Oberón, 2023) y conocida en redes como @sexperimentando.

Para los que estén empeñados en cuantificar, la primera pregunta debería ser qué es sexo. La ISSM refiere una encuesta a adultos estadounidenses en la que respondieron sobre diversas prácticas. Sí consideran sexo el coito (95%, aunque para algunos debe existir orgasmo en al menos uno de los miembros), el tocamiento de genitales (45%), el sexo oral (70%) y el sexo anal (81%). Lucía Jiménez, sexóloga y psicóloga de cabecera de la firma Diversual, pone orden: “No podemos ceñirnos solo al coito. Muchas mujeres no quieren penetración, porque les duele o no lo disfrutan, pero la presión les hace sentir que deben cumplir unos mínimos. Así que no besan a su pareja por si generan falsas expectativas. ¡A lo mejor quieren sexo pero sin coito!”.

El remedio es conocernos y comunicarnos con el otro: “Tenemos que entender cómo funciona nuestro deseo y cuánto sexo necesitamos para estar bien a nivel individual. Es curioso que siempre se señala al que siente menos deseo, no al que tiene más. Luego hay que ver con la pareja cómo podemos ayudarnos en caso de tener necesidades distintas, en vez de buscarnos, negarnos y al final, evitarnos”, afirma.

Gustos, prácticas y acuerdos

Pero justo ahí existe un muro difícil de salvar. Malnero reflexiona acerca de lo que cuesta hablar de sexo: “Creer que por quererse todo va a ir fenomenal en la cama es una idea errónea que debería estar superada. No pasa nada por hacer ajustes, como si uno es más casero que el otro o se discute por ir a la playa o a la montaña. Con la sexualidad debería ser igual”.

El apetito asimétrico en una pareja, sea basal o coyuntural, puede resolverse sin tragedias emocionales. Explican las expertas que quien más sexo necesita debe adaptarse y no imponer su deseo, pero los dos miembros de la pareja pueden acordar prácticas sexuales que satisfagan a ambos. Así se consigue el objetivo de desenquistar bucles perniciosos, como que siempre sea el mismo quien demanda un revolcón y siempre el mismo el que lo rechaza.

También, en caso de pasión desigual, invitan a romper otro tabú, el onanista: “En la cultura europea y latina no se entiende que te masturbes si vives en pareja. Se considera algo raro y que camufla algún problema, pero es perfectamente válido”, afirma Ana Blázquez.

Cómo funciona el deseo…

Hace unos párrafos ha quedado un melón que abrimos con urgencia: cómo funciona el deseo. Este concepto, atravesado por el mito del amor romántico, lo concebimos amputado por falta flagrante, dicen las expertas, de educación sexual.

“Durante la etapa del enamoramiento, el cuerpo nos dota de drogas naturales que nos mantienen activos y desinhibidos sexualmente porque busca la perpetuación de la especie. Podemos tener relaciones tres o cuatro veces a la semana aunque apenas durmamos. Pero es imposible que esto dure más de dos años y con la estabilidad se acaba este tipo de deseo espontáneo”, explica Ana Blázquez, de Control. “Lo de la chispa permanente es mentira. Con el tiempo, va a ser más difícil que tengas ganas porque sí”, despacha.

…Y cómo lo estimulamos

Entonces, ¿qué hacemos para desear si tenemos pareja fija? “La respuesta sexual humana funciona con estímulos y tenemos que conocer cuáles necesitamos. Quizá Paco viendo Netflix y comiendo huevos fritos no te sirve. Pero si se pone guapo, no están los niños y enciende unas velas… Nos han dicho que el deseo sexual viene del cielo, pero se tiene que trabajar. No hay que forzarse, pero sí esforzarse, que es distinto”, dice rotunda.

También insiste Blázquez en la importancia de comunicar al otro las necesidades propias más allá de consumir detonantes de efecto rápido: “No se trata de ver porno o leer literatura erótica para excitarse y ya está. Si los cuidados y las cargas domésticas recaen sobre todo en una parte, el cuerpo es inteligente y al final quiere dormir, no sexo”.

La sexualidad está marcada por parámetros biopsicosociales y no constituye una necesidad básica del ser humano, como la alimentación o el sueño. El deseo, que nos arrima al escarceo, puede verse alterado por las hormonas (como en la menopausia y la andropausia), pero el trabajo, el estrés, una enfermedad, etc. también nos afectan en la cama y nos apagan. “Cuanto más sexo tienes, más activo estás y más te apetece. Y al contrario”, sigue Lucía Jiménez.

La culpa no es (solo) de las hormonas

La sexóloga niega que la testosterona convierte a los hombres en sujetos más ardientes que las mujeres, “porque una molécula no determina toda una conducta”. “En cambio, sí hay diferencias culturales que influyen, como que a ellos se les premia mostrar deseo y a ellas se las castiga”, añade.

La falta de educación sexual es culpable, según Blázquez, de que se perpetúe el cliché que pinta a los hombres sobrados de libido: “A nosotras nos inculcan un deseo vinculado a la emoción, pero ellos, aunque estén enterrando a su abuela o enfermos, siempre deben tener ganas. Es totalmente normal que no les apetezca en determinadas circunstancias, pero no se les deja decir que no. La losa de los roles de género también les perjudica a ellos”.

(El Mundo)