El Otoño Mexicano: Peña Nieto, su mafia y la partidocracia deben irse.
Fernando Miranda Servín.
A 42 días de haber sido secuestrados en Iguala por fuerzas policíacas de los tres niveles de gobierno, todo parece indicar que los 43 normalistas de Ayotzinapa ya no aparecerán.
El Estado Criminal, que siempre ha sabido en dónde quedaron los cuerpos de estos jóvenes estudiantes, ha decidido no presentarlos, ni vivos ni muertos, menospreciando así a los padres de los normalistas y al pueblo de México, pero firmando quizá su propia acta de defunción.
A estas alturas, todos los mexicanos y todo el mundo ya sabemos, por las declaraciones de los sobrevivientes, que la policía municipal de Iguala, a las órdenes del ahora encarcelado ex alcalde perredista José Luis Abarca, fue la que inició el ataque a los normalistas; que inmediatamente llegaron policías estatales y federales, y soldados del ejército que, lejos de cumplir con su labor de defender al pueblo, se dedicaron a observar cómo estas policías asesinaban a unos normalistas y sometían y trasladaban a otros a lugares desconocidos para ser masacrados, para ser quemados vivos y enterrados o depositados en sitios hasta ahora inciertos para nosotros, más no para los representantes del Estado Criminal.
El Chacal de Iguala, José Luis Abarca; el ex gobernador, Ángel Aguirre Rivero; el procurador general de la República, Jesús Murillo Karam; el secretario de la Defensa, General Salvador Cienfuegos Zepeda; el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, supieron minuto a minuto, en tiempo real, lo que estaba sucediendo en Iguala, y no hicieron nada para evitar el genocidio de los 43 normalistas de Ayotzinapa, por el contrario, lo ordenaron y lo avalaron.
Sobra decir que desde el año 2012 las máximas autoridades en materia de seguridad de nuestro país ya sabían los antecedentes criminales de El Chacal de Iguala, José Luis Abarca, así como también los jerarcas de la “izquierda” perredista, Andrés Manuel López Obrador y Jesús Zambrano ya conocían el historial delictivo de este homicida cuando lo apoyaron para ser alcalde de este municipio.
Por otro lado, nosotros, la sociedad mexicana, ya conocíamos el pasado represor del ex gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, inmiscuido en el asesinato de por lo menos una docena de perredistas cuando fue gobernador interino, abanderado por el PRI; ya sabíamos los antecedentes delictivos del secretario de Gobernación, Osorio Chong, relacionado en varias averiguaciones previas por sus vínculos con el crimen organizado cuando fue gobernador de Hidalgo, y también ya sabíamos el pasado delincuencial del presidente Enrique Peña Nieto como saqueador de las arcas públicas del Estado de México cuando fue secretario de finanzas del ex gobernador ladrón Arturo Montiel, y luego como gobernador de esta entidad, amén de haber llegado a la presidencia violando las leyes electorales excediendo más de 10 veces el tope de gastos de campaña. Los mexicanos ya sabíamos que eran (y son) delincuentes.
Cada día que no aparecen los cuerpos de los 43 normalistas, se hace más evidente la autoría y complicidad de los representantes del Estado Criminal arriba mencionados en este crimen de lesa humanidad.
La consigna “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, es el grito que se escucha en todo México y en todo el mundo. Es el grito que emitimos los que ya estamos cansados de que nos gobiernen los mafiosos, los malos, los peores. Esos que la mayoría de las veces no hemos elegido en las urnas sino que nos los han impuesto a la fuerza, ilegalmente, la partidocracia corrupta con el respaldo de los sobornables integrantes de institutos electorales y ministros corrompidos de tribunales federales.
El genocidio de Iguala debe de representar, necesariamente, el fin de la partidocracia criminal mexicana. Y deben ser los padres de los estudiantes asesinados quienes convoquen al pueblo de México para iniciar el derrocamiento de los representantes espurios de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, porque es inaceptable que a 42 días de sucedidos los hechos el presidente de la República no quiera informar a los familiares y a la sociedad entera en dónde están los 43 normalistas desaparecidos.
A este servidor público y a sus compinches se les olvidó por completo que nosotros somos los mandantes, sus patrones, y ellos son nuestros empleados, y tratándose de este tipo de casos sumamente graves deben de darnos respuestas satisfactorias de inmediato.
El encarcelamiento de El Chacal de Iguala y la caída del ex gobernador perredista represor de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, no son suficientes para saldar la vida de los 46 normalistas que en total fueron asesinados el 26 de septiembre pasado, más tres ciudadanos más, esto debe de quedar bien claro para todos los mexicanos que nos preciemos de ser civilizados; es necesario que renuncien el secretario de Gobernación, el secretario de la Defensa, el procurador general de la República y el presidente Enrique Peña Nieto, para dejar bien asentado a nuestros futuros gobernantes que en nuestro país se deben de respetar nuestra Constitución y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El genocidio de Iguala debe ser la coyuntura política y social para deshacernos de una vez por todas de esta partidocracia delictiva que se ha apoderado del Estado mexicano.
Hoy, esa “izquierda” que le ha servido a los regímenes de derecha criminales y depredatorios como ignominioso muro de contención para “bajar la intensidad de las movilizaciones sociales”, también tiene las manos ensangrentadas y es repudiada por la sociedad mexicana. Hoy, los mexicanos ya no podemos y ya no debemos acudir a las citas de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo, para escuchar sus discursos huecos y regresar a nuestras casas sin resolver nada, porque nos hemos dado cuenta que estos líderes de la “izquierda” también forman parte del sistema opresor.
Esta es la hora exacta para sacudirnos a todos estos pillos, de derecha e “izquierda”. Esta es la hora de hacer la revolución social, El Otoño Mexicano, sin disparar una sola bala, más que millones de gritos desgarradores que persigan hasta el final de sus días a esta élite que conforma la partidocracia criminal mexicana: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! ¡Asesinos!”.