La molécula del placer

Gabriela Vargas.

Nada más fascinante que estar una noche de verano en el campo, rodeados de pequeñas estrellitas amarillas y luminosas producidas por decenas de luciérnagas en busca de apareamiento. Son escenas que se graban en la memoria en la niñez y que en la vida adulta no dejan de asombrarnos.

Desde entonces, la luz de las luciérnagas me pareció un misterio. Hoy descubro que es el resultado de un proceso bioquímico complejo, que se logra gracias a una sustancia que el insecto produce: óxido nítrico (NO).

¿Por qué esta sustancia es hermosa? Porque la luz que resulta bien puede representar de una manera física lo que sucede en el cerebro cuando experimentamos placer. Sí, el placer enciende la luz de nuestra vida y la de todos quienes entran en contacto con nosotros o con lo que creamos.

Mas no sólo es una metáfora. Curiosamente, al experimentar gozo en cualquiera de sus formas, nuestro organismo produce la misma molécula de óxido nítrico que beneficia al cuerpo, a la mente y al espíritu.

Con ello se promueve el desempeño sexual, se oxigenan los tejidos, principalmente con la vasodilatación de venas y arterias, lo que permite mejorar los niveles de energía y el flujo del elemento que nos da vida: la sangre.

También estimulamos la síntesis de esa molécula al hacer ejercicio, hacer el amor, comer frutas y verduras y tener una actitud mental adecuada.

La doctora Christiane Northrup, en su libro “Goddesses Never Age”, afirma que cuando estamos contentos y reímos, cuando dormimos bien, cuando meditamos, cuando nos rodeamos de personas nutritivas, nuestro cuerpo y nuestro cerebro consiguen que nuestro organismo se inunde de óxido nítrico y alcance las mejores condiciones para repararse y renovarse de manera óptima.

Es por lo anterior que al óxido nítrico también se le conoce como la molécula del placer, la auténtica chispa de la vida, el equivalente físico de la energía vital.

La vida ama el placer.

La vida es el regalo que se nos da cuando nacemos, y esa vida quiere y busca desarrollarse y experimentarse a sí misma a través de cada uno de nosotros, de lo que vemos, escuchamos, saboreamos, olemos y tocamos. Lo único que nos exige a cambio es que la honremos; como dice la canción: no es lo mismo vivir, transcurrir, que honrar la vida. ¿Cómo y de qué manera cumplimos con ello?

La vida ama el placer, mas no el placer culposo, tampoco el placer de prisa o el mecanizado, dado por consumir alimentos o sustancias para fugarnos en un hábito destructivo o una adicción.

El placer que rejuvenece, que revitaliza, es todo aquél que se saborea y se disfruta despacio, al estar presentes y conscientes.

Desde comerse un helado, escuchar la música preferida, saborear un buen vino a manera de ritual, sentir el sol en la espalda o fumar un puro para acompañar el profundo agradecimiento de sentirse vivo.

Todo lo anterior relaja los músculos, los nervios, da tregua al cerebro, equilibra las secreciones neuroquímicas, levanta el ánimo y estimula la producción de óxido nítrico, lo cual mejora la oxigenación y activa la circulación.

Con lo que ahora sabemos acerca del placer y sus beneficios, cabe cuestionarnos si el ritmo acelerado en el que vivimos, el sedentarismo, tener una dieta no saludable y el estrés que todo lo anterior produce valen la pena.

¿Por qué no honrar la vida al cultivar el placer? Podemos imitar a las luciérnagas, que con su luz no sólo atraen a su pareja, sino alegran la vida de quienes las vemos.

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