Misión imposible

Luis Leija.

La democracia no se da ni en el Vaticano, un país pequeño y rico, habitado por ilustres y eruditos pontífices políglotas, doctores en teología, obispos y cardenales con elevados estudios culturales que les permiten codearse con los personajes más egregios de las jerarquías internacionales, habituados al caviar, al salmón, al coñac y al champaña.

Tampoco existe la democracia en la Organización de las Naciones Unidas, donde solo unos cuantos países conforman el Consejo de Seguridad y tienen derecho de veto. Los países periféricos no son tomados en consideración en las decisiones importantes, no tienen voto y apenas voz, pero sin peso.

No hay democracia tampoco en otros organismos internacionales, cuyas siglas sale sobrando mencionar; ahí también se impone la voluntad de los intereses de los poderosos pues los débiles cuentan muy poco.

No se da dentro de países que se proclaman como adalides de la democracia, ahí también el poder se reparte entre quienes hayan invertido más y mejor en las campañas electorales; el poder financiero inclina la balanza a favor de quien le conviene, mientras las monarquías tradicionales de Europa continúan con sus mismas formas y privilegios.

La democracia no se da dentro de los propios partidos políticos; aquí, al igual que en otras instancias, existen los mismos vicios: fraude, compra de votos, trampas, cargadas, etc.

No existe en el Congreso de la Unión de nuestro país, se cuentan mal los votos o se venden al mejor postor, se negocian los acuerdos, se subastan cabildeos y otras desvergüenzas.

Ni siquiera dentro de la propia Suprema Corte de Justicia de la Nación se respetan las opiniones de los magistrados libremente

¿Qué podemos esperar de la democracia mexicana como sistema político de moda, en un país tan rudimentario como este, tan injusto socialmente hablando, con una concentración de la riqueza ofensiva, con enorme  ignorancia y miseria en más de la mitad de la población?