Alta corrupción
Luis Leija.
Cuando a través de los medios se habla de corrupción e impunidad, invariablemente se refieren a la que se verifica en los bajos niveles, la que se lleva a cabo en las ventanillas, los permisos, el papeleo, las aduanas; la efectuada por la policía de tránsito y por la federal de caminos; en el manejo discrecional de multas y recargos, en los pequeños sobornos para agilizar trámites burocráticos, en las dádivas a inspectores, en las clausuras y aperturas de establecimientos y negocios, en la omisión deliberada de requisitos; en fin, enfocan la atención en faltas menores cotidianas, de insignificante y variada gravedad.
Pero la gran impunidad y la profunda corrupción política no se menciona, la que vibra en la cúpula del poder no se toca ni con el pétalo de una rosa, y a quien se atreve le sucede lo que a algunos periodistas, reporteros y fotógrafos que todos conocemos.
Pareciera que el alto poder en México es inmaculado, que allá arriba impera la honestidad más prístina, la honradez más pura, la rectitud más absoluta, y que su decencia está fuera de duda.
No obstante, sabemos qué clase de gente se mueve en la cúspide del poder, de ahí emana la putrefacción que inunda la sociedad, allí reside ese tumor virulento que se desparrama, el gobierno que arbitrariamente ha arrebatado el poder que originalmente corresponde al pueblo.
Allá arriba todo es opaco, la transparencia está ausente, ese poder no es sujeto de juicio, lo protege el fuero constitucional; puede traicionar, robar, cometer toda clase de tropelías contables, traficar con influencias, hacer negocios fraudulentos y mandar asesinar sin mancharse los guantes, allá no se aplican las leyes, no están a merced de la justicia, no dan cuenta de sus delitos a nadie.
En todo conflicto, la cúpula es juez y parte, el estado de derecho allá arriba se resbala, son ellos mismos los encargados de impartir justicia, la que manejan a su antojo; las indagatorias, los arrestos y las condenas son hechos a su conveniencia; a través de los medios declaran la verdad oficial, la histórica, dicen, y así enajenan la opinión pública y el criterio de radioescuchas, lectores y televidentes.
Ese es el ejemplo que su conducta traza al resto de la población. Careciendo de calidad moral es imposible remediar este lastre que nos convierte en uno de los países más injustos y corruptos de la Tierra, empezando por nuestro sistema electoral, proceso tan nefasto que ha sido capaz de llevar a gobernar a una clase política impúdica.