Cluster automotriz

Luis Leija.

El país entero, incluyendo al Bajío y San Luis Potosí, se jacta de su poderosa industria automotriz, que elegantemente le llaman cluster. Y aprovechando la desatada competencia entre los estados mexicanos para atraer las inversiones extranjeras de ese sector, las empresas trasnacionales automotrices y de autopartes se avorazan para conseguir las máximas facilidades ofrecidas en cuanto a la mano de obra barata, la gratuidad de los servicios municipales, las concesiones de diversa índole otorgadas y las exenciones fiscales garantizadas en contratos que estarán acreditados ante instancias internacionales, por muchos años.

Gobernadores y funcionarios orgullosos se levantan el cuello presumiendo de la pujante industria automotriz, motor de las contingencias ambientales que padecen las grandes urbes mexicanas, en especial la mega metrópoli del Valle de México.

Industria automotriz en México, todas las facilidades y mano de obra barata, pero los grandes capitales de las utilidades no se quedan en nuestro país.
Industria automotriz en México, todas las facilidades y mano de obra barata, pero los grandes capitales de las utilidades no se quedan en nuestro país.

En esa furibunda competencia por cautivar las multimillonarias inversiones, las entregas se hacen sin consideraciones a largo plazo y sin tomar en cuenta múltiples factores nocivos que las acompañan. Dichas fábricas se reducen a ser armadoras de los famosos vehículos de firmas estadounidenses, coreanas, alemanas, japonesas, francesas e italianas que llegan solo a ensamblar aquí sus unidades, para ser consumidas por el mercado interno y sobre todo para la exportación, que luego integran pomposamente en la cuenta de la balanza comercial de México.

Se les llena la boca de orgullo al hablar del éxito de su gestión al captar tan suculentas inversiones, que se traducirán en una “derrama” económica para la región. El interés en México por parte de las armadoras trasnacionales está de acuerdo a la esencia y función de sus capitales, que consiste en lograr las máximas utilidades, y aquí les tenemos la mesa puesta.

Lo más absurdo y contradictorio es que en una etapa histórica en la que ha quedado demostrado que el automóvil es el principal causante del deterioro ambiental, estos gobiernos trasnochados siguen apostando a la atracción de una industria fabricante que, hoy por hoy, hace la vida en las grandes urbes cada vez más desastrosa y caótica.