Las otras víctimas de la guerra de Irak
Plomo, mercurio, titanio… estos elementos no deberían flotar. Pero eso precisamente es lo que ocurre en Dojama. O en Al Duloiya. O Balad. Y en cientos de lugares más, por toda Irak. En un arrabal de casas apiñadas, junto una enorme base aérea, el aire todavía trae consigo el olor a quemado. Aunque han pasado ya cinco años desde que terminó oficialmente la guerra de Irak, los fuegos siguen ardiendo en enormes piras. Y el humo esparce lentamente restos de metales pesados. O sustancias tóxicas. Lo hicieron durante el tiempo que duró la guerra y siguen haciéndolo hoy día. Pero, ¿a quién puede hacerle daño la basura quemada? Probablemente, nunca lleguemos a entender el impacto que han tenido las consecuencias de la guerra. Pero aunque las balas ya no silben entre las calles del país (al menos no entre los bandos que protagonizaron la invasión, años atrás), los pulmones se llenan de aire contaminado y las madres abortan o dan a luz niños deformes. Son los herederos inesperados de las consecuencias de la guerra, víctimas de un conflicto que ni siquiera vivieron.
El aire de la guerra de Irak
La invasión de Irak, en 2003, atrajo al país un contingente de increíbles proporciones. La coalición europeo-americana entró a raudales en Irak, dejando huella por donde pisaba. Pero no solo a nivel estratégico y militar. Ni tan siquiera al nivel de los horribles y detestables “daños colaterales”, un eufemismo ridículo para hablar de personas muertas por la voluntad humana. No, la huella de los ejércitos fue más allá. Y es que, como consecuencia de la movilización y logística militar, además de la propia guerra, millones de toneladas de basura se acumulaban en las bases, ciudades y asentamientos. La basura es peligrosa. Cualquier buen comandante lo sabe: impide el libre movimiento, esconde a los enemigos, atrae enfermedades y baja la moral. Un campo de batalla sin escombros facilita las maniobras. Un campamento limpio de basuras es imprescindible. Y hay mucha basura en un país que está hecho trizas. Desde que empezó la guerra de Irak, las hogueras han ardido, quemando todo tipo de materiales en su interior.
Desde material tecnológico estropeado hasta la munición, pasando por cuerpos de animales muertos, ruedas o heces humanas, el fuego ha consumido todo tipo de desechos durante varios años de forma casi ininterrumpida. Hablamos de más de 270 enormes hogueras quemando basura durante veinticuatro horas al día, durante años. El humo negro se ha elevado al cielo indiscriminadamente metales pesados, compuestos orgánicos perniciosos y otras sustancias peligrosas. El país ha sido contaminado hasta lo más profundo. Para comprobar su alcance, un reciente estudio dirigido por Mozhgan Savabieasfahani ha analizado la cantidad de plomo existente en los dientes de leche de los bebés iraquíes. Es uno de los pocos estudios con los que se puede observar y contabilizar un daño que todavía persiste en el país. Pues sus consecuencias están lejos de acabarse.
Consecuencias, consecuencias, consecuencias…
Cuando volvieron a Estados Unidos, algunos veteranos de la guerra de Irak comenzaron a sufrir las consecuencias. Más allá del estrés post-traumático, heridas de guerra y otras cuestiones, algunos comenzaron a vivir problemas respiratorios severos. Asma, enfisema pulmonar y obstrucción crónica, cáncer… Joseph Hickman, un veterano de guerra describió en su libro “The Burn Pits” cómo los soldados, quienes vivían a veces a poco más de un kilómetro de las hogueras de basura, volvieron a su país envenenados por el aire ponzoñoso. De hecho, varias asociaciones y quejas públicas, así como investigaciones se abrieron para defender a los veteranos de la guerra que habían sido contaminados. Sin embargo, en Irak las víctimas apenas tienen voz. Al contrario que en Estados Unidos, donde se conoce hasta el perfil toxicológico de una persona afectada por estas hogueras, en Irak los estudios son escasos o inexistentes.
El más reciente, como comentábamos, muestra la contaminación por plomo, uno de los metales pesados más peligrosos y persistentes en el medio ambiente. Este metal pesado, en ínfimas cantidades, es capaz de provocar malformaciones muy severas, provocar el aborto o, incluso, la muerte de los niños. Los resultados obtenidos por el Dr. Savabieasfahani no dejan lugar a dudas: desde el comienzo de la guerra la cantidad de plomo en el ambiente ha aumentado de forma desorbitada, envenenado a la población. En especial a los niños. El plomo es solo una sustancia más de las muchas que hacen peligrar la vida de los iraquíes. Desde 2010, indican algunas fuentes, el ratio de niños con malformaciones y abortos espontáneos ha crecido hasta un 25% más en los hospitales del país, especialmente en aquellos cercanos a las zonas militares. Y las cifras se mantienen todavía.
Sobre la guerra y el medio ambiente
La guerra supone un impacto muy severo para el medio ambiente. De lo que nadie suele hablar es de las consecuencias que tiene el impacto del medio ambiente en la salud humana. Al menos no cuando hay una guerra en ciernes. El problema es que las consecuencias de este impacto se extienden a lo largo del tiempo, afectando a la población civil y militar por igual. A medida que la guerra se ha hecho más sofisticada (todo lo sofisticada que puede ser una guerra), su impacto ha tratado de minimizarse. La disposición de las hogueras en un principio no fueron bien reguladas. Probablemente por el avance de la invasión de Irak, elevada a guerra, no permitió una correcta planificación de los basureros. Tal vez solo fue una cuestión de irresponsabilidad e inconsciencia. En cualquier caso, sus efectos son patentes a día de hoy.
Según cuentan las frías estadísticas, entre 150.000 y un millón de personas perdieron la vida durante la guerra de Irak. Pero en esas estadísticas no se cuentan las víctimas que siguen muriendo y sufriendo mucho tiempo después. Todavía existen fuegos ardiendo y elevando su ponzoña al cielo. Ahora, tanto los militares entrenados a posteriori como los civiles siguen usándolos para deshacerse de sus restos y escombros. Lo hacen sin saber que se están envenenando; que la columna de denso humo negro matará a sus vecinos, amigos y familiares. A ellos mismos. Porque a la guerra le importa poco los documentos y acuerdos. Y sus garras, mucho después de que el conflicto se haya terminado, se siguen cobrando víctimas inocentes.