Los hipersexuales

Napoleón Bonaparte (1769-1821), glorioso emperador de los franceses, no tuvo suerte en el amor. Hombre de gran carácter y dinamismo, no encontró una mujer a su altura. Su vida emocional fue consecuentemente muy agitada. Cada noche quería una cara nueva en su cama.

Su matrimonio con Josefina de Beauharnais, la bella criolla, fue un fracaso. Era seis años mayor que Napoleón y, para colmo, estéril y libertina. Menos mal que de su precedente matrimonio tenía Josefina una hija deliciosa, Hortensia. Esta hermosa muchacha fue el pararrayos de las iras de Napoleón. Muchos autores aseguran que éste se hacía pagar por la hija las infidelidades de la madre. Desde luego, el incesto no acusaba a Napoleón, como había comprobado su hermana Paulina, la futura Paulina Borghese. En este caso, sin embargo, el gran corso tenía un poderoso atenuante: la escultural Paulina era una ninfómana exaltada, una histérica hipersexual, además de una mujer bellísima.

PÁG. 10 (1) Napoleón Bonaparte.

María Walewska, la más dulce y leal de las amantes de Napoleón, fue involuntariamente para él “la mujer fatal”. Para proteger a Polonia, su patria, le indujo a cambiar su política oriental, de lo que se derivaría el desastre de Rusia. Más aún, al quedar embarazada, demostró a Napoleón que la pertinaz esterilidad de Josefina era únicamente culpa de ésta, no suya, y en consecuencia se decidió a divorciarse de ella. Ahora bien, para ello hubo de enfrentarse al Papado, y aunque en contrapartida logró el matrimonio con María Luisa, hija del emperador de Austria, de esta alianza sacaría a la larga muy poco provecho.

Acostumbrado a mujeres de segunda fila (bailarinas, cantantes y simples burguesas), cuando se aproximó el día de encontrarse con María Luisa, se sintió cohibido ante la perspectiva de hacer el amor con una verdadera princesa. Decide por ello tomarla antes de que llegue a París, antes de que la etiqueta empiece a ponerle nervioso. Sale al encuentro de la comitiva, arranca a la novia de la carroza y se la lleva a pasar la noche al Castillo de Compiegne. Al día siguiente se presenta radiante a sus íntimos: “Casaos si podéis con una alemana: son las mejores mujeres del mundo. Son buenas, ingenuas y frescas como las rosas”.

La ingenuidad de María Luisa no le duró mucho al lado de Napoleón. Y cuando éste fue exiliado, primero en la isla de Elba y luego en la de Santa Elena, la ex emperatriz de los franceses cayó en brazos de un general austriaco. También Napoleón supo encontrar consuelo a su soledad. En Elba tuvo tres amantes sucesivas; y hasta en Santa Elena, enfermo y todo, gozó de la intimidad de varias mujeres, entre otras, de una jovencita de quince años, hija de su vigilante.

Franz Liszt (1811-1886), músico húngaro, el más portentoso pianista de todos los tiempos, fue también el galán romántico por excelencia. Robaba corazones con la misma facilidad y elegancia con la que desgranaba arpegios. Su padre le había advertido al morir: “Franz, Franz, las mujeres serán un gran peligro para ti”. Realmente, sus interpretaciones eran seguidas por una turba de mujeres histéricas a las que el genio y la belleza del artista tenían enloquecidas. Pero no se refería a ese peligro su padre.

Su primera amante fue la condesa Marie d’Agoult. Una tragedia familiar -la muerte repentina de una hija de la condesa- rompe su idilio. Creen ver un castigo del cielo y deciden separarse. Pero el amor es más fuerte. Tras una corta ausencia, Liszt regresa: “Quizá no seáis la mujer que me conviene, pero sí la que quiero”. De su unión nacen tres hijas, una de las cuales, Cósima, se casaría con Richard Wagner. Pero, poco a poco, la pasión se enfría. Por consejo de su amiga George Sand, Marie se dedica a la literatura y se da a conocer con el seudónimo de Daniel Stern.

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En una gira artística por Rusia, Liszt conoce a la hermosa princesa Carolina de Sayn-Wittgenstein. Ella está separada de su esposo, un oficial ruso. Liszt se enamora de ella, se instala en su palacio y escribe para ella sus más inspiradas composiciones. Carolina le da lo que más necesita el artista: amor y paz. Piensan en casarse. Carolina solicita de Roma la anulación de su matrimonio, celebrado antes de su mayoría de edad y sin su consentimiento. El Vaticano no acepta sus argumentos. Los dos amantes se trasladan a Roma y a los pies de Pío IX le exponen su drama. El Papa declara imposible la anulación, dejando anonadada a la pareja. Profundamente religiosos, ambos se refugian en el misticismo. Carolina se retira a su palacio. Franz se prepara para el sacerdocio.

Listz recibió efectivamente las órdenes menores y vistió la sotana en la primavera de 1885. Demostrando una casi sobrehumana capacidad de sublimación, vertió todo el inmenso caudal de su sensibilidad en la creación de obras de música sacra y en las obras de caridad. Moriría al año siguiente en los brazos de su hija Cósima.

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