Del show mediático a la tragedia nacional
Si la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas premiara también las actuaciones de los políticos, seguramente nuestros gobernantes ya habrían ganado una treintena de Oscares en sus principales categorías, como las de actor, actriz, guión original, etc.
Y es que sus discursos son tan creíbles que inclusive convencen a millones de ciudadanos en todo el país para que voten por ellos.
Este triste espectáculo se da cotidianamente en nuestra nación durante los procesos electorales que se llevan a cabo en todas las entidades de la federación.
Hoy, en Coahuila, por ejemplo, hemos visto al ex presidente dipsómano panista Felipe Calderón Hinojosa, acusar al ex gobernador de este estado, Humberto Moreira Valdez, de haberle pedido “que sacara a la Marina de Coahuila” cuando fue presidente, “para dejar a los coahuilenses en manos del cartel de los Zetas”, y de milagro Felipe Calderón no se cortó la lengua gravemente pues habría que recordar que tanto él como su ex secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, apoyaron con sus acciones ilegales a ciertos carteles en especial, y desataron esa “guerra contra el narcotráfico” fallida que ya nos ha costado a los mexicanos más de 150 mil muertos, infinidad de “daños colaterales” (así les llamó Felipe Calderón a los homicidios de gente inocente perpetrados por sus fuerzas policíacas y armadas) y miles de millones de pesos en daños materiales que perjudicaron el patrimonio de incontables familias.
Así gobernó Felipe Calderón, en su fiesta sanguinaria de la que todavía no logramos salir por sus tratos inconfesables con los gobernantes norteamericanos corruptos, a la par que preparaba la entrega de PEMEX y la CFE a la oligarquía extranjera.
Hoy, este lacayo del imperio gringo, al que recientemente el gobierno cubano le negó la entrada a su país considerándolo, con justa razón, persona non grata, anda en las campañas electorales de su partido, el PAN, apoyando a sus distintos candidatos, como este de Coahuila, Guillermo Anaya, junto con el cual grita a los cuatro vientos que encarcelarán a los hermanos sátrapas Humberto y Rubén Moreira Valdez por todos los ilícitos que han cometido en agravio del pueblo coahuilense.
Esta oferta para ganar votos indudablemente es buena, pero de ahí a que Felipe Calderón y Guillermo Anaya efectivamente la lleven a cabo hay un mar de inseguridades.
Mientras esto sucede, otro show se ha montado en el Estado de México, en donde el presidente Enrique Peña Nieto y el gobernadorcete priísta de esta entidad, Eruviel Ávila, prácticamente están saqueando las arcas federales y estatales para comprarle la gubernatura a ese junior acaudalado llamado Alfredo del Mazo, perteneciente a ese temido clan familiar mexiquense de los Del Mazo-Peña-Montiel, cuyos ancestros se hicieron de poder económico y político dedicándose al abigeo y al despojo de propiedades en los inicios del siglo pasado, en los municipios de Acambay y Atlacomulco.
El objetivo de este asalto a los bolsillos de los contribuyentes por parte del mandatario corrupto Enrique Peña Nieto es seguir manteniendo el control de la principal fuente de votos que el PRI tiene a nivel nacional y, por supuesto, seguir saqueando la que es considerada una de las entidades más ricas del país.
Al fin de cuentas, para estos políticos inescrupulosos todo se resume a eso: a la lucha del poder por el poder mismo, sin importarles absolutamente nada el bienestar de las mayorías.
Y así, sin ninguna vergüenza, la clase política mexicana realiza elecciones y festeja triunfos sabiendo de antemano que buena parte de nuestra sociedad incauta nunca les va a reclamar seriamente que cumplan las promesas que hicieron en sus campañas, a pesar de que día a día se destapen más y más cloacas de corrupción y los gobernantes que llegan olímpicamente regalan la impunidad a los que se van.
Lo peor de todo es que en medio del show mediático que nos obsequia la partidocracia con sus procesos electorales, nos invaden las tragedias: la tragedia del desempleo; la tragedia de la miseria; la tragedia de la inseguridad; la tragedia de ver con estupor que el genocidio de Iguala continúa sin castigo, que seguimos sin saber el paradero de aquellos estudiantes normalistas de Ayotzinapa, cuyos padres siguen exigiendo una respuesta al presidente encubridor Enrique Peña Nieto; la tragedia de descubrir más y más fosas clandestinas con cientos de cadáveres a lo largo y ancho del país; la tragedia de seguir testimoniando más asesinatos de periodistas por las complicidades que nuestros gobernantes tienen con el crimen organizado, y la tragedia de saber que como sociedad no somos capaces de indignarnos para salir a las calles por millones y cambiar de una vez por todas nuestro infierno por un nuevo amanecer.
Con cerca de 100 años de aparente democracia, los mexicanos ya debimos convencernos de que la partidocracia no es el camino a seguir para salir del profundo pozo en el que nos encontramos, pues mientras más poder se le ha dado, más se ha ido empantanando en la putrefacción.
Es por demás decir que ya es el momento de pensar en otras opciones de gobierno que no tengan nada que ver con las peligrosas mafias partidistas. Solo así nuestro país podrá salir adelante.