Dónde has puesto las llaves o cómo buscamos las cosas
Seguramente, de pequeño alguna vez jugaste a buscar a Wally. Obviamente no es tan divertido cuando Wally es tus llaves y tienes tres minutos para ello porque ya llegas tarde al trabajo.
Uno de los grandes interrogantes de la investigación con respecto a la visión de los últimos 40 años se trata de descubrir cómo buscamos efectivamente alrededor de nuestro entorno visual.
La teoría explica parte del problema de las llaves: nuestros ojos miran haciendo movimientos sacádicos. Es decir, los humanos no miran una escena de forma estática, por lo general. En vez de esto, se mueven. La razón fundamental es que sólo la parte central de la retina, la fóvea, tiene una alta concentración de células fotorreceptoras sensibles al color, los conos. El resto de la retina está tapizado básicamente por bastones, células fotosensibles monocromáticas, buenas en la detección del movimiento pero que ven difuso. Por esto, la fóvea es la parte de la retina encargada de la visión en alta resolución y la que enfoca.
Si te fijas, mirando fijo al frente, lo que hay en toda el área periférica de la visión, lo ves pero poco definido. Podrías ver las llaves si están en una mesa libre pero suponen un borrón sobre una pila de cosas. Sin embargo, si pasara una mariposa por la pila de cosas probablemente lo notarías, aunque necesitarás girarte y enfocarla para poder decir qué era.
Una sacada típica dura 200 milisegundos. Los ojos pues, solo son capaces de ver una pequeña área enfocada cada vez, y cada 200 milisegundos se ruedan, por eso han de pasar y “barrer” los entornos y además se toman un tiempo mínimo para hacerlo.
La búsqueda de cosas inertes es algo que, sin saberlo, en nuestros tiempos realizamos todos los días. Pero antes, probablemente, no lo hacíamos tanto. Se nota porque, como decíamos, somos mejores en detectar variaciones y movimientos del entorno; ignorábamos el paisaje y nos enfocábamos en los movimientos, esto ocurre casi automáticamente. Si los ojos están relativamente predeterminados para alertarse frente a cambios en la periferia, probablemente como mecanismo evolutivo de supervivencia, es normal que para buscar un punto estático en un plano se tomen más tiempo. Lo que hacen es barrer toda la escena por encima, dando saltos. Si no lo logran la primera vez así, empiezan a barrer más exhaustivamente de punto a punto —puede ser de lado a lado o de arriba a bajo—. Aunque tal vez influyan otras cosas.
Esto es lo que los experimentos de búsqueda visual han sido capaces de sacar a la luz. Estos son un tipo de tarea de laboratorio que normalmente implica una exploración activa del entorno visual de un objeto particular (objetivo), entre otros objetos o características (distractores). Lo que vendría a ser en realidad Wally, aunque en laboratorios suelen hacerlo con formas simples o letras.
Lo que han podido deducir es que el tiempo en el laboratorio es lineal a la cantidad de distractores, y de características diferentes a atender. Por ejemplo, es fácil encontrar una T entre muchas A, más difícil a mayor cantidad de A existan; pero se complica igualmente si añades características como colores indiferentemente de la letra y aún más si por ejemplo las pones en distintas posiciones.
Por supuesto, en el mundo real hay muchísimos más distractores, de idiosincrasia distinta y en orden distinto, así que el tiempo de búsqueda se puede disparar de segundos a bastantes minutos. Así que, para que el experimento fuera más parecido a la realidad, Iain Gilchrist, Alice Norte y Bruce Hood desarrollaron otro con objetos reales: en lugar de hacer que la gente buscara a través de pantallas o en fotos, la tarea consistía en encontrar el ‘objetivo’, en este caso una canica, dentro de botes.
Como era de esperar, el tiempo de búsqueda aumenta linealmente a medida que el número de elementos aumenta. Sin embargo, mientras que en una tarea de búsqueda basadas en el ordenador se puede ver a los participantes volver hacia atrás con bastante frecuencia a los elementos ya consultados antes, en tres dimensiones revisar es menos frecuente —podría ser una consecuencia del mayor esfuerzo que se requiere para buscar en un contexto a gran escala—.
También se había hecho anteriormente algo parecido en 2005 con niños y luces, recordar el patrón buscando luces de otro color encendiéndolas con botones, tanto con su mano dominante como haciéndoles usar la contraria solamente. La conclusión fue que tal vez en la búsqueda de objetos influya otra cosa: cuando los niños buscaron con su mano no dominante hicieron significativamente más nuevas visitas que con la contraria, lo que podría indicar que se hace más fácil retener sucesos en la memoria cuando las “condiciones” son familiares. Pero, además, los individuos con una mayor capacidad de memoria visual a corto plazo acaban la tarea más rápidamente que los que tienen un lapso inferior.
“La memoria visual a corto plazo (MVCP) se define como la capacidad para retener una pequeña cantidad de información visual (letras, figuras, colores…) durante un periodo de tiempo corto. Este tipo de memoria forma parte de la memoria a corto plazo (MCP). La información retenida por la memoria visual a corto plazo puede ser elaborada por la memoria de trabajo, puede pasar a formar parte de la memoria a largo plazo, o simplemente ser olvidada”.
Esto, aplicado a tu casa, añade un nuevo concepto al proceso de búsqueda: la memoria. Buscar cosas estáticas, se trata pues más de recordarlas que de verlas. Quiero decir, es mejor recordar y descartar que rastrear todo.
Una mayor capacidad de memoria visual a corto plazo te hace estar seguro de lo que ya revisaste antes. Es probable que las personas que tienden a mirar la misma gaveta veinte veces, en medio de la prisa y los nervios, no estén usando su memoria y, de hecho, no sean capaces de recordar el lugar que inmediatamente anterior miraron o si lo miraron bien, lo cual evidentemente perturba el proceso. Además, la memoria también intentará enfocarse en los lugares en los que recuerda que habitualmente las deja; donde el primer tipo de persona trataría de mirarlo simplemente todo.
Para encontrar las llaves, probablemente, lo mejor sea recordar antes que ver: primero, recordar la última vez que las viste. En base a esa información, empezar a buscar de más a menos improbable, lo cual frecuentemente suelen ser los sitios con más distractores, es decir, los peores —si las llaves estuvieran en una zona abierta y sin otros estímulos tu periférica las habría notado— y, sobre todo, siempre tratando de retener en la memoria visual a corto plazo que ese sitio ya está totalmente revisado —lo que implica no abandonar el punto hasta que esté totalmente revisado—.
Hay estudios que demuestran que pasamos demasiado tiempo buscando el objeto que hemos perdido en los lugares en los que sabemos que no está porque ya hemos pasado por allí, bien porque no podemos recordarlo o bien porque queremos evitar ciertas zonas. Hay que ir directamente a las que tienen más posibilidades según nuestro último recuerdo aún si son las más abarrotadas de cosas.
Por supuesto, esto parece difícil con cinco minutos antes de salir y con estrés; estaría bien que por un golpe de suerte igual sí estuvieran encima de la mesa de la entrada que ya miraste tres veces porque vaciar el bolso ahora consume el doble de tiempo, pero, en realidad, es más eficiente el bolso, hacer lo opuesto supone casi un acto de fe.