Sor Juana Inés de la Cruz
De la redacción de razacero.
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, nació en San Miguel Nepantla, Chalco, en el Estado de México, el 12 de noviembre de 1651, pero la fecha no es exacta, como sucede con un sinnúmero de personajes famosos de esa época; los historiadores y sorjuanistas mantienen una disyuntiva sobre la fecha de su nacimiento, ubicándola entre 1648 y 1651.
Aunque se tienen pocos datos de sus padres, Juana fue la segunda de las tres hijas de Pedro Manuel de Asbaje y Machuca, oriundo de Guipúzcoa, actual territorio autónomo del país Vasco, e Isabel Ramírez de Santillana, originaria de Cantillana, Sevilla, España, y se sabe que nunca se unieron en matrimonio legítimo.
Juana Inés aprendió a leer y a escribir a los tres años, tomando lecciones con su hermana mayor a escondidas de su madre.
Pronto inició su gusto por la lectura gracias a que descubrió la biblioteca de su abuelo y se aficionó a los libros. Aprendió todo cuanto era conocido en su época, desde clásicos griegos y romanos hasta la teología del momento. Su afán por saber era tal que intentó convencer a su madre de que la enviara a la Universidad disfrazada de hombre, puesto que las mujeres no podían acceder a ésta. Se dice que al estudiar una lección, cortaba un pedazo de su propio cabello si no la había aprendido correctamente, pues no le parecía bien que la cabeza estuviese cubierta de hermosuras si carecía de ideas. A los ocho años ganó un libro por una loa compuesta en honor al Santísimo Sacramento.
Entre 1664 y 1665 ingresó a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera. La virreina Leonor de Carreto se convirtió en una de sus más importantes mecenas. El ambiente y la protección de los virreyes marcaron decisivamente la producción literaria de Juana Inés. Por entonces ya era conocida su inteligencia y su sagacidad, pues se cuenta que un grupo de sabios humanistas la evaluaron y la joven superó el examen con excelentes resultados.
Quiso entrar a la Universidad pero como las mujeres no tenían derecho a estudiar se disfrazó de hombre para poder ingresar y obtener más conocimientos. A finales de 1666 llamó la atención del padre Núñez de Miranda, confesor de los virreyes, quien, al saber que la jovencita no deseaba casarse, le propuso entrar en una orden religiosa.
Después de tomar sus votos, Sor Juana leyó incansablemente y escribió obras de teatro y poesía, a menudo desafiando los valores de la sociedad y convirtiéndose en una defensora temprana de los derechos de las mujeres.
En su famoso poema “Hombres necios” acusa a los hombres del comportamiento ilógico que critican en las mujeres.
Durante mucho tiempo ha habido una polémica entre los estudiosos de la obra literaria y la vida de Sor Juana Inés respecto al medio centenar de poemas que ésta escribió para María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, condesa de Paredes, su protectora durante la década de 1680 a 1690, poemas cargados de un romanticismo muy peculiar; esto y su audacia para hacerse pasar por hombre para entrar a la Universidad y su negativa a contraer matrimonio tomando los hábitos religiosos ha fortalecido la teoría sobre su presunta tendencia sexual lésbica, reprimida por los prejuicios severos de su tiempo.
En 1695 se desató una epidemia de cólera que causó estragos en toda la capital del virreinato, especialmente en el Convento de San Jerónimo, donde nueve de cada diez religiosas morían. El 17 de febrero Sor Juana cae enferma, pues cuidaba a las monjas contagiadas. A las cuatro de la mañana del 17 de abril, a los 43 años, murió dejando 180 volúmenes de obras selectas, muebles, una imagen de la Santísima Trinidad y un Niño Jesús. Todo fue entregado a su familia, con excepción de imágenes que ella misma había dejado al arzobispo.
Su historia y su obra literaria la han mantenido viva hasta la actualidad, erigiéndose como un ícono de la identidad mexicana; su antiguo claustro es hoy un recinto de educación superior: el ya famoso “Claustro de Sor Juana”, ubicado en la calle de José María Izazaga, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y su imagen adorna desde hace mucho tiempo los billetes de 200 pesos.