El espíritu servil
Lacayos por herencia.
Luis Leija
Probablemente el espíritu servil provenga del sometimiento secular histórico que bajo la dominación española ocurrió en México.
Pero, ¿de dónde viene la corrupción? Esa lacra tiene también su origen en la conquista. Nuño de Guzmán es un ejemplo de la clase de filibusteros, gañanes, arribistas, aventureros, vagos, rufianes, delincuentes y asesinos que participaron con Hernán Cortés en tan deleznable hazaña; éste había traicionado al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, lo que fue muestra de su calaña. El sumo pontífice de aquellos aciagos días fue Alejandro VI, cuyo nombre era Rodrigo Borgia, padre de César y Lucrecia, famosos por su corrupto y criminal comportamiento; los misioneros tampoco brillaron por su santidad, buscaban acomodo y riqueza para su gremio y su persona, pretextando ofrecer salvación a las almas perdidas en la barbarie y la hechicería. El grado de evolución del indígena americano había tomado otras rutas bastante heterogéneas, su historia se pierde entre el misterio y la neblina de los tiempos, sus vestigios fueron casi borrados por la arrogancia y brutalidad de los peninsulares; no obstante, en las ruinas que nos heredaron se distingue el arte y la arquitectura que habían alcanzado esas civilizaciones.
Ya la organización político-religiosa empezaba a tambalearse para abrir paso a la crítica por parte de algunos sectores que se oponían, tanto a la hegemonía centralista de los aztecas como a la de sus propios patriarcas.
Pero la superstición del pueblo era tan fuerte que aún puede respirarse casi con la misma vehemencia. La vocación de sometimiento aún subsiste y el espíritu de la Malinche sigue permeando hoy en día en la sociedad, a pesar del tiempo transcurrido.
Ese espíritu entreguista es base del fenómeno de la traición, mismo que no hay que confundir con la ingenuidad o la buena fe. El político exitoso no cree en la soberanía, y menos en la del pueblo, el político es pragmático: la ganancia inmediata; el Estado para él es un medio para enriquecer sus bolsillos personales; la política, su negocio, lo demás, demagogia disfrazada de democracia. La vocación lacaya que campea en el país tiene una cara todavía más penosa, y es que simultáneamente existe una abierta discriminación para lo vernáculo, un desprecio soterrado hacia lo autóctono. Ven los adelantos tecnológicos del exterior con reverencia enfermiza, admiran los logros científicos con emoción lagrimal, se embriagan con los éxitos ajenos como si fueran propios, se jactan de exportar vehículos automotores por solo haberlos ensamblado con piezas venidas del exterior, gracias a la mano de obra castigada; se les infla la vanidad por representar firmas trasnacionales; les encanta mirar hacia arriba a sus amos y agacharse bajo sus dueños.
Hacen caravanas denigrantes frente a los poderosos, tal vez con la esperanza de obtener su perdón, su anuencia, su aprobación y/o su consideración; les encanta limpiar las botas de sus capataces.
Arrastran la cerviz, se embadurnan en el lodo para admirar los fetiches del vecino gigante y muy orondos se pavonean de su vergonzoso servilismo. Presumen los triunfos ajenos y se vanaglorian de obedecer sin condiciones a la élite, mientras su complejo de inferioridad les subyuga más y más.