Perdimos el camino de la felicidad
Hablábamos de que lo que importa es la felicidad, y seguramente los que llevamos años en ello sabemos que no importa tener muchas cosas porque las pocas cosas que tenemos las necesitamos en realidad poco. Recuerdo que de niño, mi madre doña Clementina me componía los pantalones que mi hermano Ariel, mayor que yo, dejaba cuando le compraban otros, porque él crecía más, los pintaba nuevamente con algún colorante que parecía mágico, que se disolvía en el agua caliente a la que le ponía sal para fijar mejor el color, y al secar y planchar le daba una nueva vida a aquellos pantalones descoloridos; lo mismo con las camisas, como ella manejaba bien la máquina Singer de pedal, a la que al paso de los años le adaptaron un motorcillo eléctrico, cambiaba los cuellos y arreglaba las mangas con parches de carnaza; los zapatos se llevaban al remendón de la esquina de República de Chile y Mariana del Toro de la Sarín para que le diera sus puntadas, cambiara los tacones y pintara o pusiera unos fierrillos en las puntas que hacían un ruido especial y cantarín. Ahí vivimos en una vecindad de tres patios, donde en su interior estaba el Pocito, ligado al conjunto de Santo Domingo; los cuartos eran oscuros, los baños pequeñitos y la cocinilla chica. Cómo cambiaba la medida en comparación a la cocina de la abuela o de las tías en Zacualtipán, los cuartos y el aire y la luz y el sol o el frío o la neblina y la tierra y las pozas para ir al río y los árboles que daban manzanas o peras o ciruelas, las que robábamos en los campos, y las bicicletas con las que rodábamos en caminos de tierra o el tirón desde Las Cruces, en Tianguistengo, cuando en carretones de madera bajábamos hechos la mocha rogando no chocar o que saliera un burro; ese aire, los árboles de naranja y los patios con sus flores… eso era vida, con la tortilla recién sacada del comal poniéndole queso o solamente sal… y eso sí era vida, lo otro era como el martirio.
Y así fueron apareciendo las cosas que esclavizan y matan: en vez de aguas frescas salieron los refrescos, primero en envases de vidrio y después de plástico. Nos dejamos engañar por comodinos e indiferentes sin pensar que la contaminación nos mataría al paso de los años, no muchos. Aparecieron los anuncios en la radio y en la tele donde se vendían los cigarros, en las películas los hombres con cigarro y las mujeres también, el caso era enviciarnos y nos enviciamos. Nos fuimos matando y perdiendo el sabor del aire puro, y pensamos que el contaminado no era tan malo; y así también, para que no nos olieran, nos encerramos en el baño o en el cuarto y nos acostumbramos a estar solos. Y solitarios nos perdimos, porque al final de todo los seres humanos somos gregarios, ya no salimos en las bicis ni jugamos en las calles o en los patios; se perdieron las risas de los niños en las casas y las madres y los padres pensaron que era mejor tener menos hijos y se limitaron; en vez de risas y cantos de niños comenzaron a comprar más cosas y cosas, lo que salía en la televisión. Las cremas para las madres, que antes solamente se ponían crema Pond’s o Nivea, se cambiaron a muchas más para cada etapa, y los coloretes, los viles y los roperos pequeños que contenían más papeles que vestimentas fueron sustituidos por enormes closets para acumular más ropa. Apareció la moda y a comprar, y los alimentos enlatados pensábamos que eran chic y de buen gusto sin saber que nos envenenamos. En vez del tequila o el mezcal, se prefirió la cerveza Corona, el wiski, el coñac, el ron y la chingada, el caso era andar pedo cada fin de semana y en vez de estar con la familia andar cuidando la cruda. Se dejó de hablar y sacar a los niños a jugar, caminar, enseñarles a patinar o andar en el diablillo o en la bici. Los padres perdieron, por el consumismo, su relación con la esposa y con los hijos; se perdió el respeto, todo era consumo desechable y encierro para que los vecinos no fueran a pedir o a envidiar. Con el aislamiento, la soledad y la depresión vinieron las alergias, los calmantes y los dolores de cabeza. Se acabaron los chiqueadores y todo era pastilla. Hasta para no tener niños se tomaban las pastillas y se negaba la vida cambiándola por la muerte. La modernidad permitía que las relaciones fueran efímeras y por tanto se perdieron las familias. Muchos se convencieron que para evitar los hijos eran mejores las relaciones entre iguales, al final de cuentas en el encierro no los veían, y empezaron las drogas, y las drogas fueron las que dieron margen a que se domesticara y esclavizara con facilidad a todos, porque se enviaban a la guerra, y para matar o ser muerto era necesario no sentir como seres humanos, por ello los drogaron y los sobrevivientes siguieron drogándose para olvidar los horrores y terrores de la guerra. Así, los que manipulan se fijaron que los drogadictos eran un negocio e inventaron a las mafias y a los mafiosos, y alegraron a los bancos, a los políticos y a los corruptos porque nadie protestaría estando drogado pues esto les facilitaba el control de todo y el encarcelarnos más. Al final de cuentas los que no usaban drogas tenían la televisión, la computadora y el teléfono que son las mejores drogas para apendejarnos a todos y esclavizarnos más. Pero no nos dimos cuenta porque pensamos que los políticos nos vendrían a salvar, cuando eran parte de ese esquema de esclavitud para los demás.
Aparecieron los recursos de liberación y las tetas se cambiaron por chupones de plástico, terminándose el sabor de piel de madre; por ello se desquiciaron muchos niños y la leche materna se cambió por la leche en polvo. El cargar al crío se cambió por el carrito alejado de todo contacto humano. Así perdimos a las madres y a los padres y la tragedia se inició y degeneró más; por ello, ahora todo está ligado a lo comercial, no se deja ni siquiera que el aire puro llene los pulmones porque aparecen las alergias al polvo, polen y a no sé cuántas chingaderas más. Nos seguimos matando, comprando envases de plástico, pagando más, sacando el dinero para el consumo idiota, engordando. Y solitarios nos quejamos de soledad, nos deprimimos y nos matamos.
Esa es nuestra tragedia actual… perdimos el camino a la felicidad.