La niñez en México, asignatura pendiente

Una sociedad que arma a su niñez, es una sociedad que apuesta por el abismo y por la desintegración del deshilachado tejido social. Es una comunidad que clausura su futuro para tratar de levantarse sobre las endebles bases que ofrece el espejismo de un cimiento poderoso. Es una sociedad que se autoengaña en la construcción de salidas falsas a la violenta realidad que envuelve a sus moradores cubiertos por la ausencia desbordada de dolor, por la ignominia y la desesperación. Es una sociedad que en medio de su desesperanza no mide las consecuencias de enterrar el futuro de su niñez. Es una sociedad que cancela las más sólidas raíces que pueda tener para florecer. Es una sociedad que prefiere caminar entre tinieblas desestimando que la ceguera comunitaria es el primero y más poderoso dique que debemos vencer para alcanzar el desarrollo. Es una sociedad cuyas niñas y niños huérfanos por la violencia, buscan a sus madres y a sus padres en la frialdad de un fusil. Es una sociedad atiborrada de dolor, de cara al desvanecido horizonte que solo alcanza a ofrecer desolación.

La vorágine de la lucha contra el narcotráfico llevada a cabo sobre terrenos fangosos donde se mimetizan, se cruzan y entrecruzan criminales, militares, marinos, policías, guardias comunitarias y miembros de la Guardia Nacional, ha ocasionado al menos 16 mil menores asesinados y 7 mil desaparecidos, todo ello de 2006 a la fecha, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. No obstante, la muerte y la desaparición de estos menores no solamente se explican en el marco de la guerra contra el crimen organizado y las pugnas entre criminales por la posesión de las plazas y el mercado de drogas. La profundidad de la violencia en nuestro país es atravesada de forma transversal por la pobreza, la desigualdad y la concentración de los recursos y oportunidades en un puñado de manos. El reparto no equitativo de lo generado por la sociedad, violenta en mayor medida a los menores de edad.

Los niños de Chilapa, armados con fusiles, defienden su comunidad hostigada por el crimen organizado, olvidados por los tres niveles de gobierno.

A la niñez mexicana la tenemos en un rincón oscuro y lejano. Su abandono irrumpe con diversas caras, a saber: en las difíciles condiciones del trabajo infantil con bajos salarios, sin prestaciones y amplias jornadas laborales; en la deserción escolar que arroja una población cercana a los 11.5 millones de mexicanos sin primaria concluida y a 17.5 millones sin secundaria acabada; en la migración de cientos de infantes que experimentan la expulsión de sus comunidades arriesgándose a buscar un lugar donde vivir en medio de la inseguridad de las redes migratorias, o bien sentándose a esperar el retorno de sus padres y madres que huyeron en busca de recursos para sobrevivir; en la prostitución infantil, donde son explotados entre 18 y 50 mil menores cada año; en el abuso sexual sufrido al interior de los hogares a manos de familiares; en las constantes agresiones psicológicas o castigos físicos que sufren seis de cada diez niños entre uno y 14 años de edad, pues cada día más de 150 niños son atendidos en diversas instituciones públicas y privadas por maltrato; en el negocio del narcotráfico, donde son reclutados para realizar labores de halcones o mulas para transportar droga, convirtiéndose en una mano de obra desechable y barata que aporta ocho menores asesinados cada día; en la pobreza que tiene rostro infantil, donde 47% de los menores la sufre; en las más de once mil niñas entre 10 y14 años de edad que cada año dan a luz.

Todas estas realidades son los ejemplos claros de lo que significa la asignatura pendiente que tenemos como sociedad y gobierno con los menores de edad de esta nación.

Evidentemente, esto explica, aunque no lo justifica, las imágenes que vimos el miércoles 22 de enero en la región de la Montaña Baja, en el estado de Guerrero, donde menores de edad miembros de las fuerzas armadas comunitarias de poblaciones indígenas portaban fusiles en actitud retadora hacia el gobierno y hacia los grupos criminales. Son menores de entre 6 y 15 años de edad huérfanos por la violencia, que comienzan a implicarse de manera directa (ya lo hacían de forma indirecta) en la guerra de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias de los Pueblos Fundadores (CRAC-PF) contra el grupo delictivo Los Ardillos.

El presidente Andrés Manuel López Obrador no ha sido tan amigo de la niñez mexicana: desde el inicio de su sexenio canceló el programa de las estancias infantiles y posteriormente, a finales de 2019, hizo un recorte de 4 mil millones de pesos a Hospitales de Salud y Hospitales de Alta Especialidad, afectando sobre todo a niños enfermos de cáncer.

El conflicto ya provocó el año pasado casi treinta muertes y un número indeterminado de desaparecidos. Desde 2019 los indígenas y campesinos han denunciado a Los Ardillos como responsables de 28 ejecuciones en la zona serrana de Chilapa, entre ellas la decena de músicos asesinados el viernes 17 de enero en la carretera José Joaquín Herrera-Chilapa, presuntamente por Los Ardillos. Esta es la segunda ocasión que los miembros de la CRAC-PF presentan niños armados como parte de sus milicianos, que decididos amenazan: “por cada comunitario que maten, vamos a matar a diez sicarios”, advirtieron los niños con armas reales para llamar la atención de los tres niveles de gobierno.

Así, cambian los juguetes, los libros y hasta los maderos que cargan para encender el fogón familiar por fusiles aceitados con el odio y la melancolía de haber perdido lo poco que tenían. Muchos incluso dejaron de ser niños yunteros para cargar su arma al hombro. Otros ni siquiera alcanzaron a ser niños. Portan armas tan grandes como los pequeños cuerpos que las sostienen, lo que no impide que muestren las distintas posiciones de disparo en una exhibición de ejercicios militares.

Los diminutos cuerpos enfundados en maltrechos uniformes comunitarios se atrincheran detrás de los paliacates y las gorras, orgullosos de ser “niños policías”. Niñas dispuestas a defender a su comunidad frente a la violencia de los grupos criminales, la indiferencia gubernamental y la ausencia de padres asesinados, presos o desaparecidos. No queda mucho margen, los pequeños no tienen opciones, se les impone tomar las armas para defenderse.

No podemos hablar de las gotas que derramaron el vaso en la sierra de Guerrero, más bien lo que sucede es que se han quedado sin agua y sin vasos en Chilapa, el segundo municipio más violento del país.

Los hechos ocurridos en la sierra de Guerrero nos confirman que en aquél estado la violencia es histórica, no es partidista, todos los gobiernos la ejercen contra las comunidades indígenas y campesinas. Lo aquí vivido recientemente nos recuerda la urgente necesidad de trabajar para materializar las políticas, programas y acciones de gobierno dirigidas a las niñas, niños y adolescentes a escala municipal, comunitario y familiar.

Los criminales también están armando a los niños. Tienen campos de entrenamiento y esclavitud de personas jóvenes. El negocio de la droga es muy jugoso: Guerrero es el principal productor de goma de opio en México, y el tercer productor del mundo, después de Afganistán y Myanmar, según datos de la ONU.

De no hacer lo necesario para cambiar la realidad de la niñez en México, nuestros menores de edad seguirán sufriendo en carne propia lo que alguna vez escribió el poeta Miguel Hernández: “Empieza a sentir, y siente/la vida como una guerra,/y a dar fatigosamente/en los huesos de la tierra. Cada nuevo día es/más raíz, menos criatura,/que escucha bajo sus pies/la voz de la sepultura”.

Mientras tanto, continúan las personas migrantes de Centroamérica topándose con el muro de Donald Trump, pero pagado por el gobierno de la 4T, en la frontera sur de nuestro país.

Se incrementa la desesperación de miles de mexicanos que no pueden obtener medicamentos para atender sus padecimientos debido a la escasez de medicinas en los hospitales públicos de la nación.

Se confirma, a pesar de que el presidente Andrés Manuel López Obrador diga que tiene otros datos, que la economía mexicana se encuentra técnicamente en recesión.

2020 no comienza bien.