México, del “juicio del siglo” a la colonia estadounidense

Sin duda alguna, la gran tragedia de nuestro país ha sido el fracaso que como sociedad hemos tenido en la formación de nuevas generaciones de ciudadanos que sean respetuosos y vigilantes de las leyes, empáticos, éticos y decididos para conseguir el bienestar personal y común. Esta abulia social ha provocado una constante degeneración de nuestra vida cotidiana, que se traduce en impotencia ante la corrupción, cerrazón, negación, impunidad y hasta fanatismo de quienes hemos permitido que nos gobiernen.

La equivocada costumbre de ungir a quienes nos piden el voto como todopoderosos y no como nuestros empleados, nos ha costado demasiado caro. Ejemplos sobran en la historia reciente de nuestro país, en la que presidentes de la República, ministros de la Suprema Corte de Justicia, secretarios de Estado, mandatarios estatales, diputados, senadores y presidentes municipales han dispuesto a su antojo hasta de la vida de los gobernados para mantenerse en el poder y conseguir aviesos fines. En este marco, gradualmente hemos venido aceptando lo bajo y ruin como “normalidades” y los efímeros e insignificantes logros de nuestra clase política como auténticos triunfos. Esto se acomoda “como anillo al dedo” a los comentarios que recientemente hizo el senador morenista Ricardo Monreal Ávila, actual presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República, quien bautizó como “El juicio del siglo” a la burda extradición del ex director de PEMEX, Emilio Lozoya Austin, que terminó en un arresto domiciliario con más visos políticos que penales. Hoy, el gobierno cuatrotero del presidente Andrés Manuel López Obrador ha convertido a este personaje corrupto del sexenio peñanietista en un triste bufón y vulgar soplón que, bajo las órdenes del jerarca tabasqueño, desde la comodidad de su casa está delatando a diestra y siniestra a adversarios del mandatario y a sus compañeros de fechorías (como Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray) por delitos que convenientemente ya prescribieron. Por supuesto, el principal fin de estas exhibiciones no es el de hacer justicia al pueblo de México, sino el de ajustar cuentas pendientes y minar el de por sí carcomido prestigio de quienes están siendo delatados por Emilio Lozoya. Así, la simulación, el hacer como que se aplica la ley pero sin que haya repercusiones graves ni leves para nadie, parece ser una materia extracurricular necesaria que deben cursar nuestros políticos para desempeñar sus cargos de manera “eficaz”.

Trasladan a Emilio Lozoya a prisión de Madrid | Aristegui Noticias
El saqueador ex director de PEMEX, Emilio Lozoya, lesionó gravemente los bolsillos de los contribuyentes pero es tratado con privilegios por el gobierno cuatrotero lopezobradorista.

Hoy, para Ricardo Monreal, presidente de la JUCOPO del Senado de la República, el pésimo teatro carpero montado alrededor de la “detención” de Emilio Lozoya es “El juicio del siglo”, un juicio en el que, como se menciona líneas arriba, se denuncian delitos que ya prescribieron y se dejan fuera otros ilícitos cometidos por personajes muy cercanos al mandatario “izquierdista” López Obrador, como el caso Fertinal en el que está involucrado el impresentable oligarca Ricardo Salinas Pliego, propietario del Grupo Salinas, Elektra y Banco Azteca, entre otros consorcios, y asesor financiero del gobierno de López Obrador.

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Ricardo Monreal, presidente de la JUCOPO del Senado de la República, para este político el burdo espectáculo montado alrededor del corrupto ex director de PEMEX, Emilio Lozoya, representa “El juicio del siglo”.

“El juicio del siglo” contra Emilio Lozoya es, hasta el momento y de acuerdo al senador Ricardo Monreal, el gran logro del gobierno cuatrotero de López Obrador, y así de golpe y porrazo el senador morenista, en mangas de camisa, con su antebrazo tiró del escritorio de la historia el juicio y encarcelamiento del ex director de PEMEX del sexenio lopezportillista, Jorge Díaz Serrano, a quien el ex presidente Miguel de la Madrid mantuvo en prisión durante cinco años y le incautó los más de 5 mil millones de pesos que robó a la paraestatal petrolera. Miguel de la Madrid también enjuició y encarceló durante todo su sexenio al temible jefe policíaco Arturo “El Negro” Durazo, decomisándole buena parte de su fortuna mal habida.

Los carcelazos de los líderes petroleros Joaquín Hernández Galicia y Salvador Barragán Camacho en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, con los respectivos decomisos de sus fortunas millonarias, y la detención y encarcelamiento de cinco años de la poderosa líder magisterial Elba Esther Gordillo en el sexenio de Enrique Peña Nieto han pasado a segundo plano, pues ahora el arresto domiciliario del saqueador Emilio Lozoya y sus delaciones a los políticos a los que sobornó a cambio de que votaran a favor de esa reforma energética que nos perjudicó a todos los mexicanos (delitos que también ya prescribieron), representan “El juicio del siglo”, un juicio en el que ya se pronostica que no habrá encarcelados ni devolución de los miles de millones de pesos que fueron extraídos del erario.

Esta burla a la ciudadanía ya es el estilo de “gobernar” que tienen las nuevas generaciones de políticos, que en sus encubrimientos de manera vergonzosa han entregado tácitamente nuestra soberanía al vecino país del norte, pues ahora son los gobiernos estadounidenses en turno (lo mismo demócratas que republicanos) los que aprehenden, enjuician y encarcelan a políticos y jefes del crimen organizado mexicanos por delitos cometidos en ese país y en el nuestro, cuando la mayoría de esos delincuentes peligrosos debieron y deben ser aprehendidos, enjuiciados y encarcelados por las autoridades mexicanas. Los casos del ex secretario de Seguridad Pública calderonista, Genaro García Luna, y del ruin pederasta jalisciense Naasón Joaquín García (protegido por el gobierno cuatrotero de López Obrador) son penosos ejemplos del comportamiento deleznable del sistema político mexicano, que nos convierte de facto en una especie de colonia estadounidense.

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La resolución del caso Lozoya definirá al gobierno de Andrés Manuel López Obrador como una administración seria o como un pésimo teatro de vodevil.

Si bajo la conducción de los regímenes priístas y panistas llegamos a niveles ignominiosos de corrupción e ineptitud gubernamental, ahora con la llegada de la pseudoizquierda lopezobradorista estamos cayendo en un abismo sin fondo, pues todos los males de la derecha inmoral se han triplicado,  como la falta de medicinas y tratamientos a niños y mujeres con cáncer; la eliminación de las estancias infantiles y de los programas de apoyo al combate a la violencia de género; las adjudicaciones directas de contratos a familiares y amigos; la reducción criminal del presupuesto al sector salud, y la inacción casi total para frenar el flagelo de las actividades del crimen organizado.

Y a lo anterior debe agregarse el manejo irresponsable de las medidas para contener la pandemia del coronavirus, ineficacia que ya ha costado más de 60 mil muertes registradas, así como las debacles en el Crecimiento Económico y en el Producto Interno Bruto, que ya se venían dando desde los primeros meses de este sexenio y no a consecuencia de la pandemia, como el gobierno lopezobradorista intenta hacernos creer.

Nada diferente ha resultado la “izquierda” de López Obrador en relación con la mafiocracia derechista que ocupó la presidencia bajo las banderas del PRI y del PAN, pues inclusive connotados actores políticos abyectos del pasado y conocidos oligarcas depredadores hoy forman parte del gabinete del presidente tabasqueño y, al igual que en los viejos tiempos, continúan cometiendo fechorías.

Es innegable que como sociedad debemos pensar en darle un cambio radical a nuestra historia, participando mucho más en la vida política de nuestro país, más allá de las redes sociales, vigilando y cuestionando directamente, de manera enérgica, a nuestros representantes y recordándoles cuantas veces sea necesario que no son todopoderosos ni nuestros jefes, sino nuestros empleados, a quienes les pagamos para que nos otorguen un servicio honesto y eficaz, no mediocre ni mal oliente.