Democracia y elecciones
Javier Sicilia.
Como otras tantas palabras que dominan el lenguaje político, la “democracia” (“gobierno del pueblo”) se ha vuelto ambigua. Al adecuarse, escribió Jean Robert, a tantos adjetivos –representativa, popular, liberal, socialista, dirigida, directa, etcétera– ya no quiere decir nada. Sin embargo, en su carácter de “democracia representativa” sigue apropiándose de nuestro imaginario con la fuerza de la sacralidad, al grado de que este año las elecciones ocuparán gran parte de la discusión pública. Continuamos creyendo que la voluntad de esa cosa abstracta y sin forma llamada “pueblo” cumple nuestras aspiraciones de justicia y paz a través de los partidos.
Nada más lejos de la realidad. Los partidos sólo representan intereses económicos, muchas veces de grupos criminales. Su acceso a la “representación ciudadana”, es decir, al poder, depende de la cantidad de dinero que obtengan para apuntalar candidatos. Depende también de su capacidad para comprar con él conciencias y hacer creer a la gente que cumplirán sus sueños de libertad, justicia y paz.
Morena es un buen ejemplo. Detrás de él, capitales e intereses tan oscuros como los de todos los demás partidos, lo sostienen. Su desprecio por las víctimas de la violencia, el dinero de Pío y las deferencias del presidente con la familia del Chapo, permiten la sospecha. Sólo que su capacidad de propaganda, de producir una creencia popular y de generar clientelas, es mejor que la de los otros.
Las disputas entre cárteles, que en los últimos tres sexenios han ensangrentado al país, tienen que ver con los vínculos que los partidos, en su avidez, han creado con los capitales criminales. De allí su desinterés por crear políticas serias que nos conduzcan a la paz, la verdad y la justicia. Frente a esos hechos, ¿podemos hablar de democracia y creer que las próximas elecciones tendrán que ver con ella?
Cuando lo que hemos tenido con gobiernos priistas, panistas, perredistas, morenistas o de otros partidos son muertos, desaparecidos, fosas clandestinas del tamaño de una guerra, ¿las elecciones que nos aguardan serán realmente democráticas? ¿Podemos hablar de democracia cuando los partidos y sus gobiernos, lejos de tomar como agenda prioritaria de la nación la paz del país y la justicia a las víctimas, recurren al insulto, a la polarización, a la venganza? ¿Podemos hablar de ella cuando se asesina a 10 mujeres diariamente, cuando hay cientos de redes de trata y más de 2 mil fosas clandestinas, cuyos cuerpos desaparecidos en sus entrañas rebasan la capacidad de los semefos para identificarlos? ¿Podemos hablar de ella en un país que, desde el sexenio de Felipe Calderón, a la vez que tiene índices alarmantes de crímenes atroces, continúa teniendo también 90% de impunidad? ¿En un país que en nombre del dinero que financia el “progreso” arrasa con territorios y vidas comunes?
Hace cerca de 10 años –el 8 de mayo de 2011–, cuando el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad llegó al Zócalo de la Ciudad de México en demanda de la dignidad, la justicia y la paz, que el Estado, encabezado entonces por Felipe Calderón, nos quitó a las víctimas de la guerra que desató, después de pedir la salida de Genaro García Luna por su complicidad con grupos criminales, dijimos: “Estos casos (los miles de crímenes que ya entonces había) ponen en evidencia que (los partidos) tienen vínculos muy estrechos con el crimen y sus mafias a lo largo y ancho de la nación. Sin una limpieza honorable de sus filas y un compromiso total con la ética política, los ciudadanos tendremos que preguntarnos en las próximas elecciones ¿Por qué cartel y por qué poder fáctico tendremos que votar?”.
No lo hicieron. La consecuencia es el mismo horror que empeora cada día, la misma violencia que nos somete, el mismo silencio cómplice con el crimen que tiene tomados territorios y representaciones políticas; la misma impunidad.
Las próximas elecciones serán tan ignominiosas y ajenas a la democracia como las anteriores. Si realmente tuviéramos ganas de mirar lo evidente, los ciudadanos tendríamos el deber de preguntarnos esta vez, sin trampas ni ilusiones, ¿por qué cartel votaremos el 6 de junio? Y si fuéramos sensatos nos prepararíamos para no ir a las urnas. Debajo de la violenta propaganda que los partidos comienzan a desplegar, de las alianzas innaturales que realizan para acceder o mantener el poder, del dinero ilícito que las acompaña, lo que realmente hay es corrupción, sangre, muerte, cadáveres, desaparecidos, fosas clandestinas, redes de esclavitud sexual.
En estas condiciones, la democracia no sólo muestra su ambigüedad, sino también su incapacidad de hacerse presente. La democracia está agotada en los partidos.
Pasados ciertos umbrales –escribió Iván Illich–, las instituciones que se crearon para ciertos fines se vuelven contraproductivas, es decir, empiezan a generar lo contrario de sus fines. Los partidos, ávidos de poder y dinero, los sobrepasaron hace mucho y administran nuestro sufrimiento y nuestra muerte.
No sé cómo rescatar la democracia en su sentido más puro. Por ahora está en quienes no se dejan engañar por los partidos, en quienes luchan por la justicia, en quienes resisten la violencia y se niegan a ser sus cómplices.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos.
(proceso.com.mx).