¡Oh posición!

En más de 25 años, es la primera vez que ya no existe debate legislativo, las iniciativas pasan sin moverles una sola coma.

Manuel Díaz.

“El valiente vive hasta que el cobarde quiere”. Refrán popular.

Si, como se ha cuestionado, AMLO busca regresar a México a la época del partido único como en los años setenta, vale hacer notar que actualmente la oposición se comporta tal cual era en aquellos tiempos: servil, timorata y acomodaticia.

En un momento político y social como el que atraviesa el país, la oposición, lejos de consolidarse como una alternativa, se ha vuelto sumisa, sin ideas, sin agenda y sin dignidad. Olvidan a sus bases, olvidan toda la lucha o lo bueno que hicieron en su historia y dejan a su suerte a sus militantes quienes son atacados, acusados y vejados por el actual régimen.

Y es que gran parte de la oposición está al servicio del poder, de hecho, es su principal función. Se trata de los partidos satélite de Morena, como el PT de Alberto Anaya y el PVEM del Niño Verde y Manuel Velasco, que asemejan lo que en su momento fueron el PPS y el PARM con el PRI. Son partidos que se dicen opositores, pero juegan con el partido en el poder.

Por otra parte, están los partidos que realmente lucharon por abrir espacios para la pluralidad democrática como el PAN y el PRD, los cuales se perdieron en un momento determinante de la vida política de la nación.

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Las dirigencias del PRI, PAN y PRD son altamente corruptibles, por lo que la ciudadanía deberá ejercer una fuerte presión para que los diputados y senadores de estos partidos realmente defiendan sus intereses en el Congreso de la Unión.

El PAN

Ha tenido grandes líderes como Luis H. Álvarez o Carlos Castillo Peraza, que bajo su mando enfrentaron al poder absoluto del PRI, lo que permitió ganar posiciones en municipios, gobiernos estatales e incluso la presidencia de la República.

Sin embargo, al PAN lo embriagó el poder y llegaron a su dirigencia personajes de la peor calaña como Manuel Espino, que dirigió al PAN de 2005 a 2007, y luego se fue a apoyar a Enrique Peña Nieto en 2012, y en 2018 saltó con AMLO. Lo sustituyó en la dirigencia del PAN otro camaleónico, Germán Martínez Cázares, quien hoy se encuentra en las filas de Morena.

Luego vino lo peor, Ricardo Anaya, “El chico maravilla”, que traicionó a su mentor, Gustavo Madero, y a quien fuera necesario, porque su actuación en realidad era para favorecer a Morena. Él impuso a personajes poco o nada comprometidos con el PAN como Damián Zepeda y el actual dirigente Marko Cortés.

Anaya y su grupo cancelaron la vida democrática interna, cerraron el paso a los ciudadanos y a sus propios militantes y se desentendieron de la ideología, para convertirse en una “agencia” de reparto de espacios de poder.

Marko Cortés es dirigente blanquiazul desde noviembre de 2018, es decir, toda la administración de AMLO. Bajo su mando, el PAN no ha propuesto una agenda legislativa y se limita a hacer eco de las acusaciones que a diario reparte el compañero presidente contra su partido y contra quienes acusa de corruptos, “conservadores” y de no atender al “pueblo”.

Cortés en ningún momento ha defendido lo mucho o lo poco que hicieron los presidentes de la República emanados del PAN, tampoco ha defendido a los gobernadores acusados y vilipendiados. No existe una propuesta legislativa, en el Congreso se han dedicado a hacer quórum para que Morena pase sus iniciativas. En más de 25 años, es la primera vez que ya no existe debate legislativo, las iniciativas pasan sin moverles una sola coma.

El PRD

Respecto al PRD, les toco “lidiar con la más fea”. En 2012, con AMLO como su candidato, el partido del Sol Azteca llegó a ser la segunda fuerza política. ¿Cómo pasó de gobernar cinco estados y ser la segunda fuerza en el Congreso de la Unión a estar prácticamente al borde de la extinción?

La respuesta es fácil: AMLO decidió traicionar al partido que lo encumbró como político para sacudirse a la izquierda y negociar libremente con el PRI. AMLO desfondó al PRD.

Estos dos partidos están hoy totalmente entregados al poder, dejaron de lado su lucha opositora, sus triunfos e incluso a sus electores; se olvidaron de cómo alcanzaron la reforma a la ley electoral y consiguieron una credencial de elector con fotografía, que fueron ellos los que ciudadanizaron los órganos electorales y quienes demostraron que es posible vivir en un país plural y con plena normalidad democrática.

El PRI

Por último, el papel del PRI como oposición es el peor de todos. Fue bajo el régimen del presidente Zedillo cuando la oposición avanzó y se fortaleció, él abrió el país a una mayor democracia, a pesar de la oposición de su propio partido, con dirigentes que “casualmente” migraron a Morena como Ricardo Monreal, José Murat Casab, Alfonso Durazo, Agustín Basave, Marcelo Ebrard y muchos más que saltaron al PRD, PT o MC, o que en la administración de Peña Nieto traicionaron a su partido y al gobierno emanado de él para ir con quien les garantizara impunidad, hueso y canonjías como lo vemos actualmente.

Su actual dirigente, Alejandro Cárdenas, “Alito”, el pupilo del talibán José Murat, ya negoció con la 4T

El propio AMLO develó los probables acuerdos para aprobar las reformas que requiere, lo dijo después de la elección y confió en que el PRI le daría los votos necesarios. Y si había duda, la columna Templo Mayor de Reforma develó el “PRI-Mor”, la sumisión del PRI.

La oposición tiene la obligación de recomponerse, de rehacer sus cuadros y sus estructuras partidistas. Necesita una agenda legislativa y “mostrar músculo”, de lo contrario, lo mejor es irnos acostumbrando a regresar a la década de los setenta en todos los sentidos: político, económico y social.

(sdpnoticias.com).