Una “mentada” de Diego Rivera a Miguel Alemán

El hecho ocurrió cuando el artista realizaba el mural La universidad, la familia y el deporte en México en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, en 1952. Permanece aún el enigma de si el incidente entre el muralista y el presidente influyó o fue la causa de que la obra no se concluyera, con el argumento oficial de falta de presupuesto. De todo el conjunto de murales de la Casa de Estudios, resultó el único sin concluir. La historia la contaron en 2015 quienes hace 70 años eran dos jóvenes obreros de la plástica, Rina Lazo y Arturo García Bustos, ayudantes de Rivera en la obra, y más tarde ellos mismos miembros del movimiento de la Escuela Mexicana, que acaba de cumplir 100 años.

En 1952, a un par de semanas de la inauguración de las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, Diego Rivera estaba orgulloso y optimista. Decía que la “escultopintura” La Universidad, la familia y el deporte en México en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria (CU), con el tema “el desarrollo del deporte en México desde la época prehispánica hasta la actual”, significaba un modelo de “arte público social” que indudablemente representaría la realización más importante de su vida como “obrero plástico”.

Rivera pensaba que la obra monumental trascendiera su carácter nacional y fuera un símbolo universal, como la propia universidad. Sin embargo el mural, que realizaba en colectivo con un grupo de obreros plásticos, quedó inacabada. En su realización, en el otoño de ese año, participaban setenta “sensibilidades de obreros admirables”, como los llamaba el pintor: albañiles, canteros, “tan artistas como los doce pintores y arquitectos”. En total, “una suma armónica” de 82 “sensibilidades humanas unidas”.

Diego estaba convencido de que al haber emprendido esa obra en “un cráter arquitectonizado”, símbolo de la representación plástica (arquitectura-escultura-pintura), continuaba “la gran tradición arquitectónica mexicana que edificó Teotihuacán, Tula y Chichén”.

En un texto publicado en el libro Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, coordinado uno de los arquitectos del estadio, Augusto Pérez Palacios (Dirección General de Publicaciones de la UNAM, 1963), Rivera destacó que el objetivo de la obra era “honrar y enaltecer a nuestra Patria”.

Se trataba del proyecto colectivo más ambicioso de Diego por su magnitud soberbia y extensión plástica, ya que rodearía todo del estadio de CU, ocupando 18 mil metros cuadrados.

Atrapado en la transición entre los gobiernos de Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines, Rivera sólo realizó una parte del mural, situado en el talud oriente y sobre la entrada principal del estadio (dando hacia la Avenida de los Insurgentes), que el 20 noviembre cumplió 70 años, junto con los primeros edificios de CU, cuyo campus fue declarado en 2007 Patrimonio Mundial por la Unesco.

Entre los trabajadores que laboraban afanosamente, se encontraban Rina Lazo y Arturo García Bustos, jóvenes alumnos en la escuela de La Esmeralda del mismo Rivera y Frida Kahlo; junto con otros artistas formaban parte de la célula “Silvestre Revueltas” del Partido Comunista Mexicano (PCM), cuyos miembros participaban en los murales de los edificios de la Rectoría, de la Biblioteca Central, del auditorio Antonio Caso y de la Facultad de Medicina.

En esa célula del PCM, entonces dirigido por Dionisio Encinas, militaban entre otros: Oscar Frías, el joven Marco Antonio El yuca Borreguí, Arturo Estrada, Guillermo Monroy, José Chávez Morado, Olga Costa y Oscar Frías.

Lazo y García Bustos regresaban de Berlín después de asistir al Tercer Festival de la Juventud por la Paz, cuando el muralista les pidió integrarse a los trabajos. Y a pocas semanas para la inauguración de la universidad, ocurrió un incidente que –según narraron ambos– pareciera haber influido en que el mural quedara inconcluso, con el argumento oficial de la falta de presupuesto. Así lo contaron en una plática efectuada en 2015 en su residencia –la histórica Casa de la Malinche– del Centro Histórico de Coyoacán, frente a la Plaza de la Conchita:

“El maestro estaba abajo dirigiéndonos cuando se le acercó el yucateco Marco Antonio Borreguí, uno de sus más jóvenes ayudantes, para avisarle que había llegado el presidente Miguel Alemán a visitar la construcción de Ciudad Universitaria a unos días de su apertura. Nervioso, emocionado, jadeante por la carrera que pegó, Marco Antonio le dijo a Rivera: ‘Maestro, maestro, está por llegar acá el presidente’. Sin preámbulo, Rivera le respondió: ‘Que chingue a su madre el presidente, yo estoy trabajando’”.

Cuando lanzó esta expresión, el pintor olvidó que traía el megáfono en la boca. La mentada se escuchó en todo el espacio donde se realizaba la obra, y llegó a los oídos del presidente Alemán cuando caminaba acompañado por sus guaruras y una comitiva oficial de funcionarios universitarios hacia donde estaba Rivera. El presidente hizo como que no escuchó la mentada. Llegó y habló con el maestro Rivera, lo saludó brevemente como si nada”.

Decía Rina Lazo:

“Sólo a un hombre como Diego Rivera podía permitírsele que quedara en una mentada de madre al presidente sin que le afectara en nada”.

Sin embargo, para ambos artistas nunca se supo si esa expresión pudo haber influido en que la obra no se consumara en su totalidad y se arguyera un tema del presupuesto con el cercano cambio de gobierno.

Alemán prosiguió su recorrido por el estadio con los arquitectos Augusto Pérez Palacios, Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo Jiménez.

En la historia contada por la pareja de los ya muralistas Rina y Arturo, se lamentaban de que la obra quedara inconclusa, y confiaban hasta el final (Arturo falleció en 2017 y Rina en 2019) en que “algún gobierno universitario o algún Presidente de la República acordara concluir el decorado de todo el talud porque vendría a ser una obra extraordinaria, única en el mundo por su proporción monumental y por el gran interés de su temática”.

Los planos de la obra estaban en manos de estos dos artistas enamorados de la plástica con una función social.

El rector de la UNAM era en ese momento Luis Garrido y el encargado de las obras de CU, Luis Enrique Bracamontes. El Estadio Universitario tendría una capacidad entre los ochenta y cien mil espectadores, y se hacía en concreto armado, piedra y terraplenes compactados, y su tiempo de ejecución estaba previsto entre 1950 y 1952 con un presupuesto de inversión de 28 millones de pesos.

De todo el conjunto de murales encargados a otros artistas para CU, el de Rivera fue el único inconcluso. Todavía, a menos de un mes de su inauguración, Rivera confiaba al periodista Gustavo Valcárcel: “Hasta hoy, desde Teotihuacán, Chichen-Itzá y Machu-Pichu, jamás en la historia del arte americano se había producido tan gigantesca obra plástica como La universidad, la familia y el deporte en México de tan hondo sentido colectivo y con una fisonomía auténticamente nuestra”.

La entrevista, efectuada al pie de la obra, fue publicada el 19 de octubre de 1952 en un suplemento del periódico El Nacional., entonces dirigido por Guillermo Ibarra. La edición estaba dedicada por completo a la construcción de Ciudad Universitaria.

En las memorias documentales de la UNAM sobre la obra, se asienta la versión de que el mural no se terminó debido a la muerte de Diego Rivera, ocurrida en 1957. Pero Rina y Arturo lo atribuían al cambio de gobierno de Miguel Alemán al de Adolfo Ruiz Cortines y al pretexto que se arguyó: falta de presupuesto.

En la Guía de Murales de la Ciudad Universitaria (Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, 2004), Cecilia Gutiérrez escribió que “el proyecto no pudo llevarse a cabo en su totalidad. Rivera realizaría, en 1954, sólo la parte central de la fachada oriente”, cuando lo cierto es que la obra se efectuó en 1952. De la maqueta original, la UNAM conservaba un boceto y Rina y Arturo poseían el suyo.

En la citada edición de Publicaciones de la UNAM de 1963, el historiador y estudioso del arte Justino Fernández escribió que la obra “consistía en recubrir el total de los muros exteriores con relieves en piedras de colores, a manera de mosaicos, pero con técnica diferente, más bien semejante a la usada por los constructores de Mitla”. También Fernández se equivocó en la fecha de hechura del mural al asegurar que “la realizó el genial pintor muralista Diego Rivera no mucho tiempo antes de morir, pues fue una de sus últimas obras”.

No fue así. Rafael Carrillo Azpeitia, en su libro Diego Rivera, pintor del pueblo, reseña que el muralista decora en 1953 la fachada del Teatro de los Insurgentes con mosaicos de vidrio. El mural trata la historia del teatro y de la danza en México.

En 1954, en el exterior de la residencia en Cuernavaca del productor de cine Santiago Reachi, produce una serie de murales transportables (en mosaico de vidrio) en tela con el tema de tradiciones populares, Baño en el río. Después de la muerte de Frida Kahlo en ese año, continúa en Palacio Nacional el mural con uno de sus temas centrales, La llegada de los conquistadores.

En 1955 Rivera concluye otro mural, La Gloriosa Victoria, inspirado en la intervención norteamericana en Guatemala a través de la CIA, para derrocar al legítimo gobierno del presidente Jacobo Arbenz. El doctor Ignacio Millán le diagnóstica un cáncer. Rivera continúa trabajando en el Museo Anahuacalli, y hasta agosto viaja a la Unión Soviética para atenderse.

En 1956 se aloja, recién casado con Ema Hurtado, en la casa de Dolores Olmedo en Acapulco, donde realiza en la barda exterior un mural dedicado a Quetzalcóatl-Tláloc.

Su última obra sería El Batán, en otra casa de Dolores Olmedo en la Ciudad de México, decoración en mosaicos sobre Tláloc para un espejo de agua.

Asimismo, asienta Carrillo, deja inconclusos trabajos en el corredor del Palacio Nacional. Eran “proyectos que se refieren a Cuauhtémoc, a la época virreinal, la de la Independencia; los proyectos para los murales sobre la Independencia en el Museo Nacional de Historia, otro para la Escuela de Ciencias Químicas de la UNAM; los murales sobre el teatro y el cine en el Teatro Jorge Negrete y el proyecto de un fresco sobre Zapata en la casa del actor de cine Emilio Fernández” e igualmente “elabora proyectos para frescos y escultopinturas en el museo del Anahuacalli”.

Rivera muere el 24 de noviembre de 1957.

Cecilia Gutiérrez describe así el único tramo del mural de CU “realizado en alto relieve cubierto con pedacería de piedras de colores y texturas naturales; el rojo tezontle, el suave tono ámbar del tecali, el mármol blanco, las piedras verdes y rosas, la piedra de río”.

La obra representa, describe, “el escudo universitario con el cóndor y el águila americanos que se posan en el mexicano nopal. Sus alas extendidas cobijan a tres figuras antropomorfas: hombre y mujer que unen sus manos en el hijo mestizo a quien dan la paloma, símbolo de la paz.

“En los extremos flanqueando el escudo, dos figuras gigantescas de un atleta masculino a la izquierda y a la derecha una deportista femenina, encienden la antorcha del fuego olímpico”.

Y “finalmente ornamenta la parte interior la serpiente emplumada, la imagen de Quetzalcóatl, que recuerda la plástica precolombina, la cual tiene incrustaciones de mazorcas de maíz.”

Gutiérrez escribe que “Rivera trazó así sobre el muro sus figuras policromas, con armonía y ritmo, uniéndose a la ancestral tradición mexicana de decorar pictórica y escultóricamente los edificios dando con ello un vivo ejemplo de integración plástica contemporánea”.

El proyecto original, tal como dice, “consistía en la construcción de un gran relieve que iría a lo largo del talud perimetral y en el que pretendía integrar un tema nacionalista”. Dicho tema sería el México prehispánico y el México Moderno, representados por medio del deporte y unidos a través de la universidad, la paz y la familia”.

Por su lado, Justino Fernández destacaba: “La concepción completa consistía en recubrir el total de los muros exteriores con relieves en piedras de colores, a manera de mosaicos, pero con técnica diferente más bien semejante a la usada por los constructores de Mitla”.

El estadio de Ciudad Universitaria se inauguró con un partido entre los equipos de El tapatío Méndez y el del padre Lambert en uno de los primeros clásicos de futbol americano entre la UNAM y el Instituto Politécnico Nacional.

En un escrito de marzo de 1954, publicado igualmente por la Imprenta Universitaria en 1963, el célebre arquitecto Walter Gropius, fundador de la   Escuela de la Bauhaus alemana, exaltó la obra así:

“Con todo, el más favorable resultado de esta soberbia estructura es su convincente escala en armonía en el paisaje que la rodea y la feliz integración plástica de su arquitectura en la gigantesca escultopintura creada por el maestro Diego Rivera”.

(Proceso)