IN FRAGANTI
Luis Leija.
En un periódico de un lejano país, de cuyo nombre no me quiero acordar, leía en uno de sus editoriales, donde acostumbraban resaltar casos insólitos en el mundo noticioso, el de un pueblo perdido que se tambaleaba entre la realidad y el surrealismo.
Legendariamente, aquella sociedad había sido víctima de conquistas, catequesis, invasiones, saqueos recurrentes y traiciones; cabe aclarar que continúan esas vejaciones hasta el día de hoy.
Su abnegado, dócil y apático pueblo se ha acostumbrado a ser botín, tanto de extranjeros como de su clase política, clase que no ha encontrado mejor forma de enriquecerse que la corrupción en sus más distintas formas, aprovechándose de una ciudadanía caracterizada por aceptar el desdén del poder.
En esa exótica y desdichada sociedad, el pueblo es lo de menos, no lo toman en cuenta, excepto en las elecciones, cuando es acarreado en redilas, o por lo medios, para votar por sus mismos tiranos.
Resaltaba el artículo a que hacemos referencia que los candidatos a elección popular brincan de uno a otro partido, sin el mínimo decoro, dejando ver que carecen de una definición ideológica; emigran de derecha a izquierda y viceversa, luego al centro y, en fin, se trasladan de una a otra postura, dentro del abanico de posibilidades.
Otra de las curiosidades casi inverosímiles, y que si no lo constata uno no puede creerse, es que los políticos incrustados en el poder disfrutan de una suerte de escudo jurídico impenetrable, al que llaman fuero, que les permite delinquir sin ser sujetos de la justicia (¡Aunque Ud. No lo Crea!).
Continúa la nota diciendo que recientemente habían sorprendido al primer mandatario y a su secretario de Hacienda con las manos en la masa y no hubo poder que les exigiera cuentas, y menos que se les juzgara conforme a la ley. Dicen que así es la cosa y que háganle como quieran, que la corrupción es una tradición ancestral, que son costumbres muy arraigadas, que no se puede renunciar a ellas pues es fuente de formación de grandes capitales, indispensables para el desarrollo, aunque en la realidad casi siempre los esconden en el extranjero.
Dicen que es lo normal, lo natural, que todo el mundo lo sabe; que todos se hacen guajes fingiendo procesos electorales dentro de una democracia de papel celofán.