Opinión: Inversión extranjera
Luis Leija.
¿Qué puede hacer un político mexicano dentro y desde un país de herencia corrupta, sino continuar con la inercia histórica que viene arrastrando al Estado atrapado entre los tentáculos del voraz monstruo del capitalismo trasnacional que se abalanza sobre todo el planeta exprimiendo sus recursos?
¿Qué pueden hacer los candidatos triunfadores de las pasadas elecciones para frenar la entrega? ¡Nada! Al contrario, seguir doblegándose ante las exigencias de la dependencia financiera, económica y política, dirigida desde las instancias internacionales, que imponen más sacrificios para los proletarios y sometimiento para las clases dirigentes.
En un mundo hiperglobalizado como el que hemos alcanzado, las maniobras sectoriales aisladas no tienen oportunidad ni cabida, todos los movimientos electorales locales tienen forzosamente que sujetarse a las directrices señaladas por el poder financiero internacional, al que se deben créditos impagables, donde ni federación ni estados ni municipios cuentan con márgenes de maniobra, si no cuentan con más endeudamiento.
Prácticamente, la apuesta generalizada de todos los políticos mexicanos es a la inversión extranjera. Las venas abiertas de América Latina dejaron de drenar su sangre, dicen los voceros del sistema, comentaristas, periodistas y editorialistas. Eduardo Galeano se equivocó, rugen los entreguistas. Nuevas industrias llegarán si les abrimos las puertas de par en par, si les invitamos, les pedimos y casi les suplicamos que se fijen en las enormes ventajas que ofrecemos para instalarse dentro de nuestro territorio: terrenos, agua, energía, alcantarillado, seguridad, comunicaciones, exenciones, mano de obra barata y la cercanía con Estados Unidos.
La inversión extranjera es nuestra salvación, gritan; tácitamente queda dicho que a lo largo de los siglos no solo hemos sido incapaces de producir nuestro propio sustento alimentario, sino que además desmembramos nuestra industria nacional mexicana, la rematamos y lo seguiremos haciendo, obedeciendo al pie de la letra las instrucciones del Consenso de Washington.
El hombrecito que tenemos de presidente, tan preocupado por la reforma educativa, debería someterse a los exámenes que tanto exige al magisterio, ya imaginamos el resultado de sus pruebas. ¿Qué tiene de estadista este ignorante señor? ¿Entenderá algo de la economía global? ¿Comprenderá la relación inversamente proporcional del desarrollo económico y la conservación de las condiciones vitales del planeta?
A los gobernadores, diputados y alcaldes electos ni se les ocurre hacer verdaderas transformaciones sociales, económicas y políticas, éstas únicamente las pueden hacer los pueblos conscientes y libres de las ataduras nacionales corruptas a las que aquellos están subyugados. Cuando surja en el horizonte internacional una nueva ola revolucionaria que hermane a las clases proletarias de todos los países del mundo, entonces la esperanza de una verdadera justicia brillará en los tiempos venideros.
Por lo pronto solo taparán algunos baches, cambiarán algunas luminarias, remozarán ciertas fachadas, asistirán a inauguraciones y, si bien nos va, robarán un poco menos.