Tiempo de paz
Luis Leija.
La noticia corrió como pólvora encendida, la empresa no solo había caído en suspensión de pagos, estaba prácticamente en quiebra, los pasivos se habían acumulado de modo exponencial, no había sido posible cubrir las multimillonarias deudas a proveedores, las ventas se habían desplomado estrepitosamente.
Habría que liquidar al personal, decenas de miles de trabajadores echados a la calle; ingenieros y técnicos profesionales quedarían despedidos, las líneas de producción paradas, la sección de ensamble desmantelada, las calderas y los hornos apagados, los almacenes repletos de mercancía rematados al mejor postor, si es que alguien se arriesgaba a comprar la ganga, la desgracia financiera se cernía sobre esa prestigiada firma.
El presidente de la compañía había convocado a una reunión de emergencia a los accionistas para revelarles la patética noticia que ya los ahogaba económicamente.
-¿Por qué nos informa tan tarde de esta tremenda crisis? La podríamos haber evitado si nos lo hubiese advertido con la debida anticipación; podríamos haber movido nuestras influencias en el Pentágono, haber realizado un gran cabildeo en las cámaras legislativas, hablado con la CIA, el FBI, la DEA o ¡qué sé yo!
– Es que nunca habíamos tenido períodos de paz tan prolongados -aclaró el vicepresidente del consorcio manufacturero de armas, y terminó diciendo: -Las estadísticas mostraban en su vaivén que ya se venía una guerra de grandes dimensiones, por eso llenamos nuestras bodegas con los más modernos inventarios con tecnología de punta, pero ya ve usted, estos nefastos tratados de paz firmados y confirmados nos dejaron sin la demanda de los antes tan jugosos mercados.
-Ahora nadie desea la guerra, esa bella tradición parece que quedó en el pasado, los soldados desertan, los marines huyen a las selvas, los militares se retiran a los bosques, los cadetes a las montañas, los pilotos a las playas, los terroristas a los templos, los revolucionarios a la sierras, los policías a meditar a los desiertos, los carteles a sembrar al campo y los delincuentes se reintegran a procurar el bien común. ¡Estamos en bancarrota!
Es la ruina total, enfrentémoslo con valentía, sin guerra crece el desempleo, se estanca la economía, se destruye el mercado de armamentos, los ejércitos del mundo se colapsan, nadie quiere más balas, ni morteros ni bayonetas, no desean oír el disparo de los cañones, tampoco el canto de las ráfagas de metralla, dicen tener fobia a las bombas y a los cohetes. ¿Qué va a suceder? Es el acabose de la industria militar, no saben el daño casi irreparable que le han causado al mundo esos ignorantes pacifistas, es una verdadera catástrofe. No perdamos la esperanza, debe haber una salida, busquémosla afanosamente entre todos y pronto haremos estallar una guerra. Con ella adiós a las recesiones, son las leyes del sistema.