Los regaños del Papa Francisco

“La riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o para los míos. Es tener el ‘pan’ a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida”, dijo el Papa Francisco en Ecatepec el 14 de febrero.

El Papa Francisco llegó a México el pasado viernes  12 de febrero, y el gobierno federal y la sociedad le dimos la bienvenida con la noticia de la masacre del penal de Topo Chico, en Monterrey, Nuevo León, en donde por la corrupción que impera y es solapada por los gobiernos federal y estatal hubo una batalla campal en la que se mataron 49 reos y asesinaron a cuatro ciudadanos que no debían estar en el interior del penal. Esto, a pesar de las recomendaciones que con mucha antelación ya había hecho la Comisión Nacional de los Derechos Humanos respecto a este penal y a la mayoría de las cárceles que existen en la República mexicana, en donde las autoridades federales (dependientes de la Secretaría de Gobernación) y los gobiernos estatales permiten a los reclusos ejercer autogobiernos que les reditúan ganancias millonarias por las extorsiones que los grupos dominantes imponen a sus compañeros de infortunio, además de todo tipo de coerciones que practican los custodios y personal penitenciario sobre los familiares de los presos para obtener enormes cantidades de dinero ilegal que indefectiblemente van a parar a los bolsillos de altos personajes políticos.

Para el personal diplomático y de seguridad que acompañaron al Papa Francisco en su visita a nuestro país fue imposible cumplir con los protocolos establecidos para proteger la imagen del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Por tanto, como Jefe del Estado Vaticano era inevitable que saludara al presidente Enrique Peña Nieto y a algunos de los principales integrantes de su gabinete que, como toda la nación sabe, han cometido atrocidades abominables en perjuicio del pueblo de México.

Extremadamente difícil, si no es que imposible, que los políticos mexicanos asimilen el mensaje del Papa Francisco.

Así, el Papa Francisco llegó en buena hora a nuestro país, cuya población en su mayoría es católica y por lo menos durante los últimos tres sexenios (dos panistas y lo que va de este, que es priísta) ha sido castigada por todo tipo de tropelías provenientes de la clase política gobernante, desde una “guerra contra el narcotráfico” infructuosa que ha dejado más de 100 mil muertos y 50 mil desaparecidos, hasta atropellos ominosos como las reformas políticas que han puesto nuestras riquezas naturales en manos de intereses extranjeros y han dejado en la indefensión laboral y económica a millones de mexicanos, soportando también, por supuesto, el enriquecimiento ilícito de nuestro presidente de la República, Enrique Peña Nieto, de su esposa, la actriz Angélica Rivera, y de los secretarios de Hacienda y de Gobernación, que hasta la fecha no han podido ni podrán convencer a los mexicanos que sus fortunas y sus mansiones millonarias las han obtenido con recursos legales.

En este contexto, debió de haber sido muy difícil para el Papa Francisco estrechar la mano de estos políticos sabiendo que son causantes directos de estos latrocinios, porque es indudable que el máximo jerarca católico está enterado de lo que realmente sucede en México. Debió de haber sido muy complicado para él convivir con quienes de alguna manera u otra son corresponsables del genocidio de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, de la masacre de Tlatlaya y de la ingobernabilidad que se vive en más de la mitad del territorio nacional y que en estos momentos sigue provocando muertes todos los días.

La Casa Blanca de Peña Nieto, la mansión de Malinalco de Luis Videgaray, y las casas de Osorio Chong en Las Lomas de Chapultepec, verdaderas ofensas para un pueblo empobrecido.
La Casa Blanca de Peña Nieto, la mansión de Malinalco de Luis Videgaray, y las casas de Osorio Chong en Las Lomas de Chapultepec, verdaderas ofensas para un pueblo empobrecido.

Y esa incapacidad de gobernar empobreciendo a un país y beneficiando a grupos selectos de políticos y empresarios no pasa desapercibida para ningún jefe de Estado de pensamiento libre que venga a visitarnos, y mucho menos para el Papa Francisco que, quiérase o no, ha venido a darle a la Iglesia Católica los bríos que debe de tener, es decir, los de ser portavoz de los desheredados, de los desprotegidos, de los vulnerables. De ahí el duro mensaje que el Sumo Pontífice envió a la clase política mexicana en su discurso pronunciado el sábado 13 de febrero en el patio del Palacio Nacional, ante el presidente Enrique Peña Nieto y su séquito de saqueadores:

“La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”, expresó el Papa Francisco frente a los principales representantes políticos del país, a quienes seguramente estas palabras les cayeron como cubetada de agua fría.

“A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”, expresó el Papa dejando bien definida su postura política y social respecto al gobierno mexicano.

Pero por del festín de impunidad que se está sirviendo a sí misma la clase política que asistió a escuchar al Papa Francisco, casi estamos seguros que dichas palabras le entraron por un oído y le salieron por el otro.

Ojalá que los millones de feligreses católicos mexicanos hayan entendido el mensaje de su máximo jerarca y hagan lo propio para exigirle a nuestros gobernantes que cumplan con su deber y podamos vivir realmente en un mundo mejor.