Los hipersexuales
John Fitzgerald Kennedy (1917-1961), presidente de los Estados Unidos de Norteamérica y sin duda la máxima figura política mundial de las últimas décadas. En el aspecto sexual demostró su característico dinamismo y fue un polígamo recalcitrante, a pesar de su matrimonio con Jacqueline, a la que no descuidó, pero que evidentemente no cubrió todas las posibilidades de su voraz virilidad.
Durante su época de senador, John F. Kennedy recibía ya de sus colegas el apodo de “Jack el del cochón”. Una de sus promesas en la campaña presidencial fue “hacer por el sexo lo que la administración Eisenhower había hecho por el golf”. La prestancia física y el magnetismo personal de Kennedy, junto a su amplísima popularidad, atraían a su alrededor un enjambre de admiradoras.
Instalado ya en la Casa Blanca, el poder actuó también sobre él como un afrodisíaco. Además de varias amistades íntimas duraderas (Judith Campbell, amante así mismo del mafioso Giancana y tal vez Marilyn Monroe…), Kennedy se rodeó de una treintena de chicas bien dispuestas que estaban a su servicio particular. “Sólo Dios sabe qué hacían allí”, afirmó uno de los principales ayudantes del presidente.
Según los relatos publicados por otros funcionarios y empleados de la Casa Blanca, podernos deducir cuál era su misión. Sin duda le ayudaban a relajarse y a evadirse por unas horas de las graves tensiones de su cargo. Al presidente le gustaba nadar desnudo en la piscina y lo hacía -en ausencia de Jacqueline- acompañado por algunas chicas que usaban el mismo traje de baño, a las que recibía también en sus habitaciones particulares. Había una conspiración de silencio para ocultar todo eso a Jacqueline.
Según refiere Traphes Bryat, uno de los empleados, en cierta ocasión se encontraba John Kennedy con un grupo de amigos y amigas en la piscina, desnudos y divirtiéndose, cuando llegó la noticia de que Jacqueline había regresado inesperadamente de Virginia. “En seguida empezaron a salir cuerpos desnudos, cada cual por su lado. Fue fácil librarse de los cuerpos, pero quitar de allí las bebidas era otro cantar, y el servicio pasó un buen rato haciendo desaparecer las pruebas del delito: vasos de whisky y demás”.
Pablo Picasso (1881-1973), maestro indiscutible de la pintura contemporánea, hombre dotado de inconmensurable vitalidad y potencia creativa, demostró asimismo una asombrosa capacidad sexual. Pero él supo siempre supeditar este inagotable vigor a su actividad artística.
En su juventud barcelonesa fue un cliente habitual de los bares y music-halls del Paralelo y de los prostíbulos del barrio Chino, a los que arrastraba también a sus amigos. Por aquel entonces, los burdeles barceloneses brindaban la más selecta gama de aventuras carnales de toda Europa. Picasso las saboreó una tras otra con voracidad, y allí -según un biógrafo- “pasó por todas las clases de pruebas que pueden llegarle a uno como secuela de relaciones de carácter sexual”. Picasso, al igual que otros célebres artistas, encontraría en estas aventuras con las mujeres de la vida galante estímulo e inspiración para su arte.
De sus uniones con mujeres conocidas se sabe de siete, en cierto modo duraderas, además de un sinfín de encuentros más o menos efímeros. Desde 1904 vivió en París con Fernande Olivier, mujer de suburbio, modelo de los pintores de la Butte, y unos años mayor que él; sus amores fueron volcánicos y duraron nueve años. Siguieron luego Marcene Humbert (Eva) y Olga Koklova, esta última bailarina de la compañía de Diaguilev, con la que se casó en 1918 y tuvo a Pablo, único hijo legítimo del pintor. Tras romper con Olga, hacia 1934, se unió a Marie Thérese Walter, de quien tuvo una hija, Maya, y más tarde con “Dora”. Hacia 1946 comenzó su relación amorosa con Francoise Gilot, de la que le nacieron dos hijos: Claude y Paloma. Poco después, Picasso se unió a Jacqueline Roque, con quien se casaría en 1958, cuando el artista contaba ya setenta y siete años.
El ardor y potencia sexuales de este infatigable catador de hembras no se extinguiría realmente sino después de la delicada operación de vesícula biliar a que fue sometido en 1966, a sus ochenta y cinco años.
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