La enfermedad del poder

El poder no siempre está en manos del más capaz, pero quién lo ostenta así lo cree.

Hace algunos meses abordé un tema del cual vuelvo a ocuparme por la importancia que tiene. En aquella ocasión hablé sobre los Axiomas en Imagen Pública (la percepción, lo que vemos y lo que se transmite con el lenguaje corporal), y lo que hoy hablaré será de los rasgos de la personalidad de ciertos individuos que los vuelve autoconfiados y mesiánicos, rasgos que desarrollan a partir de sus discursos y de la imagen que proyectan. Estas características están asociadas con el síndrome de Hubris, pero ¿qué es o qué significa este síndrome? La palabra “Hubris” proviene del griego “hybris” y se refiere a la descripción de un acto en el que el personaje poderoso se comporta con soberbia, arrogancia y con una exagerada autoconfianza que lo lleva a despreciar a las personas y a actuar en contra del sentido común. El síndrome de Hubris suele mezclarse en muchas ocasiones con trastornos de la personalidad, como la psicopatía, el histrionismo, el narcisismo, la esquizofrenia y el trastorno bipolar. En Grecia así se le denominaba al héroe que lograba la gloria y en su euforia de éxito se comportaba como si fuera un Dios. Esto se debía también a que los seguidores (fieles) se creaban una idealización megalomaniaca del personaje en cuestión.

Algunos de los síntomas de este síndrome se caracterizan porque la persona desarrolla una obsesión compulsiva por tener el control (“me canso ganso”, “por qué lo digo yo”, “va que va”), que puede servir para muchas cosas pero no para hacer políticas públicas. Entre las causas reconocidas encontramos inmadurez psicológica, formación educativa pobre (14 años para terminar una carrera), personalidad subjetiva, seguramente ávido de afectividad y de aprobación, y desarrollo humano frágil y en difíciles circunstancias.  Este tipo de personas son narcisistas porque piensan y creen que todo lo que dicen y hacen es lo correcto, y lo que opinen los demás no. Establecen que todos los males de la humanidad se dan por falta de moral y se resuelven con buena voluntad o por decretos, y que tan solo es suficiente estampar su firma para que las soluciones se lleven a cabo. Tienen la creencia de que todos los que lo critican son sus enemigos (“son fifís”, “son corruptos”). Este tipo de personas se dedican a atacar, pero no concilian; al contrario, le “echan más leña al fuego”, violentan y dividen, y lo hacen solo para demostrar que son los que tienen el poder y la verdad absoluta. Tienen el ego desmedido, un enfoque personal exagerado con un total desprecio a las opiniones de los demás, y la máxima de que “el rival debe ser vencido a cualquier precio”. Estas actitudes pueden llevar a tomar decisiones erróneas a quien lo padece, ya que pierden la perspectiva de la realidad y ven solo lo que quieren ver. Para quienes conocen al hoy presidente de la República saben que tiene una vena dictatorial, autónoma y repelente a la crítica; para él la derrota es “fraude”, la democracia era, o es, según el partido que gobierne, sinónimo de “dedazo”, y pensar distinto a él significa pertenecer a “la mafia del poder”.

Todas estas características dan por sentado que realmente es verdad aquél slogan publicitario de hace doce años que rezaba: “AMLO es un peligro para México”.