El Estado Criminal, un imperio de corrupción que se desmorona
Hace 80 años, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, de 1934 a 1940, nuestros antecesores pudieron haber pensado que los tiempos futuros para nuestro país serían alentadores, pero los interesesz económicos de esas minorías oligárquicas nacionales e internacionales no tardaron en darle la voltereta a los logros sociales obtenidos en el período cardenista, convirtiendo la política, gradualmente, en el descarado cabildeo en el que se realizan todo tipo de negocios personales con recursos públicos. Y uno de los primeros presidentes de la República altamente voraces fue Miguel Alemán Valdes (1946-1952), bajo cuyo gobierno se edificaron algunas de las más vergonzosas fortunas obtenidas a través del saqueo impune, como por ejemplo la suya, principalmente, que trajo consigo la fundación de Telesistema Mexicano, lo que hoy es Televisa. Televisa es pues, el producto de la corrupción del régimen político mexicano impuesto luego del fracaso del proyecto cardenista, y como tal se ha mantenido hasta la fecha.
A partir del alemanismo, no hubo presidente de la República que no se enriqueciera de manera abierta, impúdicamente, con el dinero del pueblo, sin que tuviera mayor castigo que el de las críticas de la vox populi. Así, las nuevas generaciones de políticos se fueron formando con esa dinámica de la impunidad, de la complicidad, del tejer alianzas y hacer convenios secretos, como auténticos mafiosos, para protegerse, y de vez en cuando, solo muy de vez en cuando, encarcelarse entre sí, pero solo por motivos personales, por venganzas políticas, y nunca debido a la aplicación estricta de las leyes, porque si así fuera no alcanzarían las cárceles para alojar a tanto político delincuente, que con el tiempo ya han devenido en delincuentes políticos.
Sí, porque la delgada línea entre la corrupción política y el crimen organizado se fue borrando hasta llegar a ser lo mismo, sin importar qué partido detente el poder.
Y esta degradación moral con la que la clase gobernante, llamada partidocracia, se ha envilecido y bestializado con el único objetivo de llenar sus bolsillos con nuestro dinero es la que ha provocado los escenarios depredatorios que estamos observando: la venta de todas nuestras riquezas al mejor postor por parte de los poderes Ejecutivo y Legislativo, quienes cuando no reciben las fuertes dádivas de empresarios ambiciosos a cambio de jugosos contratos de obras públicas, echan mano del erario, es decir, de nuestro dinero, para sobornarse a cambio de votar tal o cual iniciativa de contrarreforma constitucional para poner en unas cuantas manos el patrimonio nacional.
En los hechos, los mexicanos no vivimos un Estado de derecho pleno ya que los principales responsables de respetar las leyes son los primeros que las violan, como ha sucedido con las miles de desapariciones forzadas perpetradas por los integrantes de las instituciones encargadas de brindar seguridad al pueblo; lo mismo sucede con nuestra seguridad económica, pues las instituciones que deberían de velar por proteger nuestros intereses únicamente funcionan para cuidar que no sean afectados los grandes capitales de esa oligarquía explotadora, de la que algunos de los altos funcionarios de esas instituciones forman parte.
Este ir a la deriva sabiendo que no tenemos un Estado comprometido con la sociedad y que, por el contrario, la ataca asesinándola y atajando toda expectativa de bienestar, es lo que está provocando una desolación general que indefectiblemente se verá reflejada en el próximo año electoral.
La indiferencia absoluta de la partidocracia ante las tragedias de Tlatlaya, Iguala y de todo el país por los miles de desaparecidos, la indolencia de los diputados y senadores que lejos de moderar sus acciones deleznables las aumentan negándose a transparentar sus gastos ante la ciudadanía, y los saqueos en despoblado que cotidianamente ejercen la mayoría de los gobernadores que se han convertido en auténticos virreyes en sus estados ha sido el detonante para que millones de mexicanos ya no crean en los partidos políticos, ya no crean en las instituciones y ya no crean en el Estado, y marchen una y otra vez para exigir la renuncia de quienes no han sabido gobernar para las mayorías.
Toda esa cascada de desaciertos ha sido el parteaguas para que esta sociedad por fin despierte, reclame sus derechos y grite en cuanto foro internacional puede que ya está cansada, harta de los actos ignominiosos de nuestros gobernantes y de la partidocracia criminal, y esté decidida, hoy más que nunca, a buscar otras alternativas para gobernarnos que nos garanticen plenamente el respeto irrestricto de nuestros derechos: el derecho a la vida, a la integridad física, a la seguridad económica y social, a la educación, a la salud y al trabajo digno, y que estos derechos no se conviertan nunca más en mercancías de cambio para políticos indeseables.